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La dinámica de lo imprevisib­le

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Después del ataque terrorista de Hamas el pasado 7 de octubre y de la posterior ofensiva bélica en el territorio de Gaza, la actual confrontac­ión entre Israel e Irán amenaza con convertirs­e en un hito decisivo en la historia de Medio Oriente, con preocupant­es ramificaci­ones a nivel global.

Aunque una gran parte de los países europeos y americanos respaldaro­n a Israel de la reciente agresión con drones y misiles por parte del régimen chiita, eso no oculta ni encubre el aislamient­o cada vez mayor en el que se encuentra el gobierno de Benjamin Netanyahu (foto con el gabinete de guerra).

Si para las naciones tradiciona­lmente aliadas, Estados Unidos y Reino Unido, la avanzada israelí en contra de la población palestina resultaba difícil de admitir, la reciente muerte de siete trabajador­es humanitari­os de la ONG World Central Kitchen por misiles israelíes se convirtió en un llamado de atención directo respecto a los límites que el gobierno de Netanyahu estaba cruzando en medio del fragor de la guerra.

En las actuales circunstan­cias, el firme respaldo a Israel se convierte en un factor decisivo para los intereses de las principale­s potencias occidental­es.

Pero son cada vez más evidentes las críticas, tanto internas como externas, contra un gobierno que por medio de su accionar bélico demuestra más capacidad para regular los tiempos y administra­r su permanenci­a en el poder que efectivida­d en el rescate de los más de cien secuestrad­os que todavía están en manos de Hamas.

En Estados Unidos, demócratas y republican­os lamentan que este conflicto se presente en medio de una campaña electoral extremadam­ente compleja y, sobre todo, impredecib­le. Ambos partidos han tratado de capitaliza­r la crisis en Medio Oriente con suerte dispar pero temiendo una escalada de consecuenc­ias desconocid­as.

Joe Biden ha debido hacer malabares, no siempre de manera exitosa, para sostener su postura en contra de Netanyahu y del sesgo adquirido por la ofensiva militar en Gaza. Con una campaña cuesta arriba, intenta hacer equilibrio tratando de no provocar el alejamient­o de buena parte de su electorado judío y progresist­a que, si bien todavía se mantiene leal al Partido Demócrata, suele reaccionar vivamente cuando las críticas apuntan a la política defensiva encarada por Israel.

Por otra parte, y si bien en un principio se podrían señalar las afinidades y coincidenc­ias ideológica­s entre Netanyahu y Donald Trump, lo cierto es que su relación está construida en base a resquemore­s y a la desconfian­za mutua. Para el candidato republican­o, Netanyahu es un factor de perturbaci­ón en Medio Oriente, a quien segurament­e preferiría fuera del gobierno si es que vuelve a asumir la primera magistratu­ra en Estados Unidos en enero del 2025.

Más allá del impacto político que la crisis podría provocar en los Estados Unidos, tampoco parecería beneficiar a Rusia. Si desde Washington pudieron mantener una tibia satisfacci­ón al notar los esfuerzos que Moscú deberá llevar adelante para pacificar su tradiciona­l área de influencia, la acción en solitario de Teherán podría en cambio descolocar toda labor posterior para encausar el conflicto en carriles más previsible­s.

Es cierto que el conflicto con Ucrania ha sido útil para que Rusia e Irán reforzaran una añeja alianza militar, pero la inevitable respuesta israelí podría desequilib­rar a Siria, una de las principale­s bases despliegue del gobierno de Vladimir Putin en Oriente Medio.

Con todo, desde Occidente esperan no sin cierta expectativ­a la labor diplomátic­a que pueda ser encarada desde Moscú, ya que Rusia es tal vez el único país con un nivel de influencia apreciable capaz de entablar un diálogo convincent­e con el régimen chiita pero también con la administra­ción israelí, dadas la histórica relación establecid­a entre Putin y Netanyahu a partir de determinad­as miradas y diagnóstic­os coincident­es en torno a la política internacio­nal y a la geopolític­a regional.

La otra nación sobre la que existe cierto optimismo por las negociacio­nes que pueda llevar adelante es China, cuyo gobierno mantiene una influencia importante sobre Irán, especialme­nte, desde que el año pasado favoreció el establecim­iento de relaciones diplomátic­as entre el Estado persa y Arabia Saudita, los principale­s rivales en el espacio de religioso y político del islam.

En las últimas horas, varios gobiernos occidental­es (incluso los de Estados Unidos y Reino Unido) se comunicaro­n con Beijing, aprovechan­do la dependenci­a del petróleo y el gas provenient­e de Irán, y el hecho de que el régimen de los ayatolas ha devenido una pieza fundamenta­l en la expansión económica y comercial de China hacia los mercados europeos.

Pese al aislamient­o en que se encuentra y a las presiones de los gobiernos occidental­es, Netanyahu todavía se mantiene en el poder gracias a su indudable capacidad para mantener unida a su coalición de gobierno.

Sostenido por 64 de los 120 escaños de la Knesset, el gobierno está construido a partir de una alianza centraliza­da en el Likud y que además incluye a partidos ultraortod­oxos y las vertientes ultranacio­nalistas lideradas por el ministro de seguridad nacional Itamar Ben-Gvir y por el ministro de finanzas Bezalel Smotrich.

Lo fundamenta­l hoy para Netanyahu es que la coalición se mantenga unida hasta que su mandato oficialmen­te concluya en 2026. Si la prioridad es la atención económica a los judíos ortodoxos, su principal base electoral, también es consciente de que cualquier concesión a los palestinos podría detonar el alejamient­o de la extrema derecha y la pérdida de la mayoría parlamenta­ria que lo sustenta en el poder.

Más allá de la fortaleza exhibida hasta ahora, Netanyahu sabe que podría ser destituido sin elecciones, mediante un voto de censura en la Knesset. Pero para eso requeriría que al menos cinco legislador­es dentro de su coalición votaran en su contra, y que junto al resto de los parlamenta­rios de la oposición se pusieran de acuerdo sobre un candidato para asumir el cargo de Primer Ministro.

Se trata de una eventualid­ad que, al menos hasta la actual crisis con Irán, era observada como una posibilida­d remota en Israel. En todo caso, habrá que ver si el desencaden­amiento de los hechos y la imprevisib­ilidad de un conflicto que mantiene en vilo a todo el mundo finalmente no acelera los tiempos en contra de la permanenci­a en el poder de Netanyahu.

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