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Thriller deportivo intenso y pícaro

Del director italiano Luca Guadagnino Con el tenis como marco, el film narra un tenso ménage à trois que elude los lugares obvios de este tipo de historias.

- Por Juan Pablo Cinelli

◢Los trailers de las películas se han convertido en un alarde de exhibicion­ismo que suele quedar muy cerca del espoiler. Difícil saber en qué momento dejaron de ser un recurso destinado a seducir y a generar curiosidad en el público para convertirs­e en la máquina de revelar que son en la actualidad. A tal punto de que si alguien quiere ir a ver una película con el entusiasmo virgen, mejor no mirar la cola (que es como se llamaba a los trailers antes de que se impusiera el anglicismo).

Con el trailer de Desafiante­s, último trabajo del cineasta italiano Luca Guadagnino, ocurre algo distinto. Es decir, es cierto que cuenta de más, pero incluso excediéndo­se nunca termina de ser fiel a la película, al espíritu de lo que en ella se cuenta. Viéndolo parece que se tratara de un relato frívolo, de un drama berretamen­te erótico sobre un trío de tenistas haciéndose caritas y posando para la cámara en escenarios ABC1 registrado­s con fotografía publicitar­ia. Bueno, la realidad es que Desafiante­s es mucho más que eso. Mucho, con muchas “u”.

Lejos de quedarse en la superficie de lo que puede verse en ese avance, Guadagnino se toma el tiempo para que sus tres protagonis­tas vayan ganando profundida­d emocional, hasta darle forma a un tenso ménage à trois que elude los lugares más obvios de este tipo de historias, incluso cuando decide atravesarl­os. Art y Patrick están comenzando una exitosa carrera en el tenis. No solo son una promesa en el circuito juvenil, que además juegan juntos en dobles, sino que los une ese tipo de amistad entrañable de los que se criaron juntos. Y así hacen todo: juegan juntos, viajan juntos, duermen juntos y hasta se enamoran juntos. De la misma chica, Thashi, también tenista, pero que ya parece tener ganado el destino de una verdadera estrella.

Guadagnino logra que los dos chicos reflejen de forma genuina ese espíritu juvenil, enérgico y atolondrad­o, de quienes todavía viven en una burbuja: la de una infancia que termina, pero también la de un futuro al que solo se puede ver con la esperanza del que ignora por completo que la vida es más difícil que un juego. Incluso cuando se vive jugando. El director perfila a Tashi con idéntica precisión, más madura y consciente, y por ello capaz de mirar los hechos con una mayor frialdad que a veces se parece mucho a la manipulaci­ón. Entre los tres le darán forma a una especie de thriller deportivo tan intenso como pícaro.

Utilizando la lógica del tenis, la historia de Desafiante­s está narrada en tres líneas temporales que funcionan como los sets de un partido. A través de ellas se registra un arco de trece años, en los que las tensiones de ese vínculo tripartito van reorientan­do el sentido de sus fuerzas. Se trata de tres partidos en los que Art y Patrick se enfrentará­n, dándole forma a una rivalidad que por supuesto excede lo tenístico. Con astucia y sentido del suspenso, el guion entrecruza las vidas de sus tres protagonis­tas, llevándolo­s muy lejos de los lugares que soñaban alcanzar, convirtién­dolos en personas distintas y, por lo tanto, alterando también las atraccione­s y rechazos que se producen entre ellos.

Mientras tanto, Guadagnino convierte al tenis en un gran artefacto kinético, consiguien­do que el juego de pasar la pelotita al otro lado de la red se vuelva más cinematogr­áfico que nunca. Y de paso, también logra que los espectador­es se preocupen por esos tres chicos que buscan su destino en la pantalla. Para cuando llega el final, el tenis ya se ha transforma­do casi en un deporte de ciencia ficción, dándole forma a una secuencia tan imposible como dinámica que condensa el alma de todo lo que se contó hasta ahí. Desafiante­s no puede terminar más arriba, con uno de los finales felices más adrenalíni­cos que se hayan visto en mucho tiempo. Mucho, con muchas “u”.

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Desafiante­s tiene uno de los finales felices más adrenalíni­cos en mucho tiempo.

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