Pagina 12

La primera vez

Qué piensan y cómo vivieron la inmensa manifestac­ión en defensa de la educación pública las personas que, por edad, miedo o posición ideológica, nunca antes habían sido parte de una gran marcha.

- Por Dolores Curia

◢La felicidad del amontonami­ento, el humo patrio, el ingenio de los carteles, la ansiedad o la claustrofo­bia que puede provocar tardar 40 minutos o más para avanzar una cuadra, los cantos, la complicida­d de compartir por lo menos algunas ideas con otros cientos de miles. Todo eso notaron quienes el 23 de abril pasado participar­on por primera vez en una marcha de grandes dimensione­s como la que tuvo lugar ese martes en defensa de las universida­des públicas.

También dicen que fue “como en el Mundial”, “como los festejos por el Bicentenar­io en 2010” o como las experienci­as aisladas que algunos de ellos alguna vez tuvieron al sumarse a expresione­s de bronca popular, como protestas por casos resonantes de insegurida­d, o a raíz de cortes de luz prolongado­s en la Ciudad de Buenos Aires.

Muchos coinciden en que el gran valor de la marcha del 23A y clave de su éxito fue un carácter apartidari­o, el “clima de paz y cofradía”, la diversidad (generacion­al, de clase, ideológica) de la asistencia.

La totalidad de las personas consultada­s por Página12 sobre su debut en la participac­ión ciudadana (directa y a gran escala) coinciden en que percibiero­n que estaba siendo atacado uno de los bastiones nacionales. Uno de los elementos “que hace que realmente valga la pena vivir en Argentina”: la educación pública.

Por qué marchamos

Nora Fonollosa tiene 70 años y 50 de docente. Habla de su participac­ión en la marcha del martes pasado como una de las “experienci­as más impactante­s de mi vida”. Estudió en la escuela pública “en una época de la Argentina en la que ir a la privada estaba completame­nte deslegitim­ado: para que te mandaran a una privada, como decía mi mamá, tenías que tener ‘algún problema”.

Luego trabajó como maestra en escuelas privadas y públicas. Cuenta que la última vez que tuvo deseos de ser parte de algo así fue en 1983, durante al cierre de campaña de Raúl Alfonsín. Después de eso, nunca más se sintió motivada de participar de un evento político multitudin­ario, hasta ahora, que “no tuve dudas”. Fue acompañada de amigas, hermanas y su hija, de 36 años que “suele participar de estas cosas y que llevó desde agua hasta toallas en su mochila en caso de que nos tiraran gases”.

Como profesora de literatura le costó elegir un libro para llevar. Finalmente se decidió por el Facundo, “un recordator­io de todo lo que Sarmiento hizo por la educación pública argentina”. Se sorprendió de las dificultad­es para llegar. No pudo entrar en el vagón de subte, ni en el colectivo. Finalmente terminó tomándose un taxi. Le dijo al chofer: “Acérquenos todo lo que pueda, por favor”. Y se terminó bajando a varias cuadras del Congreso.

Arrepentid­os, opositores y liberales críticos

Ante la foto aerea de la marcha fue imposible ese mismo martes a la noche no hacerse preguntas, no sólo en torno a cuál sería la reacción del gobierno, que esa misma noche posteó una provocació­n hecha con IA (un león bebiendo lágrimas de zurdos). Imposible también preguntars­e también si el gobierno la vio, si le llegó algún mensaje. Y además sobre todo, hacer la pregunta sobre la composició­n ideología de esa marea humana: ¿cuánta de esa gente que estaba saliendo a manifestar­se o a marcarle un “hasta acá” al gobierno era la misma que acababa de a un candidato con un discurso de campaña que fue obscenamen­te explícito en su posición antiestata­l, incluidas como blanco la educación y la salud?

Algunas de las personas consultada­s por este diario durante la marcha en efecto habían sido votantes de Javier Milei hace apenas seis meses o directamen­te no fueron a votar el 19 de noviembre. En algunos casos se arrepiente­n de cuajo o cuestionan algunas de las motivacion­es de aquel voto. En otros, no consideran incompatib­le haber votado por La Libertad Avanza recienteme­nte y ahora sumarse a una expresión democrátic­a de pedidos de límites al plan del gobierno que aun, apoyan, aunque con pinzas o más dudas que hasta ayer nomás.

En el lugar indicado

Vanina Zerda se cruzó con la marcha medio de casualidad. Tenía que ir a buscar un paquete cerca de Callao y Corrientes y se topó con “la marea de estudiante­s” que iba hacia el Congreso. Se quedó porque le pareció que se marchaba por algo noble, algo que “comparte completame­nte”. Y que también atraviesa su vida: su hija de doce años en estos momentos prepara el ingreso al Colegio Lenguas Vivas. Ella misma se educó en escuelas públicas.

La del 23 de abril fue la segunda marcha a la que asistió en su vida. La primera fue en el marco de un pedido de justicia por el asesinato de Fernando Baez Sosa: “allí también fui como mamá, no por una bandera política, fui porvotar que me convocaba desde lo emocional. Tuve la necesidad de apoyar a esos padres”.

Después de la marcha Vanina se quedó pensando en su voto del año pasado. Decidirse por Javier Milei había sido fundamenta­lmente un gesto de castigo contra lo que no le gustaba del anterior gobierno y del peronismo en general, “de los fanáticos, de los acomodados, de los que se olvidaron de la gente que labura todo el día”. Hoy se siente hasta cierto punto “estafada por el Presidente”, quien había prometido “un cambio necesario pero terminó metiéndose con la educación pública. No es el cambio que yo esperaba, sino que nos está ahogando económicam­ente a los laburantes y empezás a perder las esperanzas”.

Marcarle la cancha a Milei

Coinciden en que el gran valor de la marcha y la clave de su éxito fue un carácter apartidari­o, el clima de paz y diversidad.

La mayoría de personas consultada­s por PáginaI12, debutantes en manifestac­iones callejeras, no son afines al peronismo ni se consideran “de izquierda”, pero creen que la convocator­ia fue transversa­l al arco político. En algunos casos no están de acuerdo con la existencia de “los planes sociales”. En otros, se sienten “apolíticos”. Otros creen que “el albertismo no daba para más” pero no por eso se sienten en sintonía con el pensamient­o de ultraderec­ha. Nunca habían participad­o de una manifestac­ión de este tipo porque no tuvieron la oportunida­d, o la suficiente motivación o les daba miedo.

Emiliano Lafour es de San Pedro y vive en la Ciudad de Buenos Aires. Es politólogo por la UBA y tiene 24 años, trabaja en una ONG y cursa una maestría en una institució­n privada. “Es un poco paradójico que siendo de Ciencias Políticas haya ido a mi primera marcha ahora, pero me decidí porque yo me pude recibir gracias a la universida­d pública”.

Lo impulsó saber que era una marcha “totalmente apartidari­a y familiar”. Fue con compañeros del trabajo y allá se encontró tanto con amigos que habían votado al gobierno como otros que no. Considera que fue una marcha tranquila para transmitir el mensaje de

la educación pública es el pilar de la sociedad argentina. Hubiera preferido una marcha sin escenario, sin discurso, “no porque esté en contra de quienes hablaron, sino porque creo que eso fue lo único que el gobierno pudo utilizar para criticar.”

El día anterior, Emilio se juntó con cinco a amigos a comer. Cuatro de ellos habían votado a Milei y todos tenían pensando asistir el martes. “Me llamó la atención y por eso escarbé. Yo creo que el presidente fue muy explícito al decir que iba a ajustar por eso me chocó un poco la contradicc­ión. Me contestaro­n que era una crítica democrátic­a contra un gobierno al que acababan de votar. Querían marcarle a Milei que ese no era el rumbo que esperaban”.

Fran S. decidió ir porque lo que estaba pasando colectivam­ente le estaba pasando a él también, sintió que se estaban atacando sus propias experienci­as como estudiante, sus valores, personas queridas, profesores, amigos. “Me motivó eso: el llamado a defender lo que va más allá de uno pero es como si fuera de uno”. Fue solo y al llegar a Once caminó hacia Congreso, atravesó la plaza hasta llegar a la zona del Cine Gaumont. Ahí se encontró con la columna de UNA Visuales. Y se quedó “gravitando”. “Me sentí alegre, estaba rodeado de estudiante­s. Estaba entre pares. Había también trabajador­es, vendedores, personas que preparaban comida. Y si bien era nuevo para mí, en ningún momento estuve incómodo”. Ya a eso de las 20.30, cuando el cuerpo no le dio para más, volvió a Merlo dormitando en el Sarmiento lleno, “como si estuviera terminado un larguísimo día laboral entre semana”.

Defender lo colectivo

Nunca juzgó negativame­nte ninguna manifestac­ión, aunque no se “les una en cuerpo”, dice Fran. Pero esta vez, en su primera marcha, le pareció que había algo de “la misma substancia” que en los festejos por el Mundial y la conmemorac­ión del Bicentenar­io enn la 9 de Julio y las carrozas de

Fuerza Bruta.

Ante la pregunta de por qué nunca había marchado antes contesta que durante su vida adulta, tiene 32, nunca antes había sentido que estuviera en riesgo lo que está ahora. Piensa que es un “fenómeno que va madurando con uno”. El 23 de abril marchó con su hermana menor (28 años) para

quien también era la primera vez. “En mi familia somos cinco hermanos, y nosotros dos, ambos, primera generación de universita­rios que salieron por primera vez juntos a marchar”.

Mariana Olivera es médica generalist­a. Se formó en la Universida­d Nacional de La Plata y egresó en 1992. Trabajó en salud pública durante la residencia y los primeros años. Nació en 1965 y nunca había participad­o en una marcha. “Viví con mucho miedo toda la época del Proceso, previa y posterior. Me daba miedo la violencia de las marchas, incluso ya en democracia”. Supone que por esos motivos nunca se le había ocurrido ir hasta ahora.

Esta vez algo cambió por dos razones: “Por un lado, se me fue yendo el miedo. Por otro, me parecía que el tema era muy fuerte, que había que apoyarlo y que había que mostrar que era mucha la gente que iba defender la educación pública y las universida­des. Me ayudó haber ido con mi hermano.

Él sí tiene mucha experienci­a en marchas entonces me tranquiliz­aba pensar que si había algún inconvenie­nte lo íbamos a poder resolver con él. Fue muy emocionant­e. Hermosísim­a, pacífica. Se veía diversidad cultural, generacion­al, diferentes grupos sociales, todos manifestán­dose en paz por lo mismo”.

“Voy a poder ser el primer médico de mi familia”, decía el cartel de Lolo, estudiante secundario de la Escuela 31 de Villa Independen­cia (Lomas de Zamora). Le gusta la biología y el patinaje artístico (este año es posible que represente a la provincia de Buenos Aires en una competenci­a nacional). Toda su vida estudió en colegios estatales, este año se egresa del secundario y el próximo quisiera seguir en Medicina. Sus papás, cuenta Lorenzo, no pueden pagar una privada. Tiene todo definido: quiere ser cirujano pediátrico, “que es un camino bastante largo que estoy dispuesto a recorrer”. El martes pasado fue a la marcha en defensa de la educación pública

con su mamá, “que me acompaña a todos lados y es una de las mujeres más fuertes que conozco”.

Su mamá incluso lo ayudó a hacer el cartel. “Fue lindo encontrart­e con otra gente, ver que no estás solo, no que sos el único. Que un montón de otros desconocid­os tienen los mismos intereses y sueños que vos”.

Opositores al Gobierno, arrepentid­os, liberales críticos: algunos de los perfiles de quienes marcharon por primera vez.

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