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Las imágenes que dejó la Conadep

Enrique Shore fue el fotógrafo de la Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas. Los centros clandestin­os, los testimonio­s.

- Por Ailín Bullentini

El fotógrafo Enrique Shore toma el micrófono y dice que está “profundame­nte conmovido”. Lo confirma su llanto contenido. Minutos antes en una sala del Centro Cultural Haroldo Conti repleta de gente, el abogado de lesa humanidad Pablo Llonto le contaba a él y a todes quienes participan de lo que allí sucede, una charla que conmemora los 40 años del informe que presentó la Comisión Nacional sobre la Desaparici­ón de Personas (Conadep), que una las fotos que Shore tomó como reportero oficial de aquella investigac­ión que documentó los estragos de la última dictadura cívico militar acompañó su alegato en el marco del tercer juicio por los crímenes de lesa humanidad que sucedieron en el centro clandestin­o conocido como Puente 12.

“Me conmueve que una foto que hice hace tantos años sirva en un juicio de hoy”, define Shore que es el epicentro del homenaje. Porque si bien este año –el 20 de septiembre el dato riguroso– se cumplen cuatro décadas de la presentaci­ón del Nunca Más, el informe que aquella comisión de “notables”, como se los nombra en este encuentro –personalid­ades de la cultura, la política, los medios de comunicaci­ón, la academia y la religión, entre otras áreas–, entregó al entonces presidente Raúl Alfonsín sobre las violacione­s a los derechos humanos de la dictadura, esta tarde de sábado en la Ex ESMA el disparador del encuentro serán las fotos que tomó él durante su labor como fotógrafo oficial de la Conadep.

La charla, pergeñada entre el área de Artes Visuales del Conti, la Asociación de reporteros Gráficos de Argentina (Argra) y el Archivo Nacional de la Memoria (ANM), la modera Ezequiel Torres, coordinado­r de la fototeca del colectivo de fotógrafos. Además de Shore y Llonto, también están preparadas para decir lo suyo María Eugenia Lanfranco, trabajador­a de la Conadep, y Cecilia García Novarini, trabajador­a del ANM. Pero lo primero que sucede es la exhibición de las fotos.

Las persianas se bajan y se oscurece la sala, los murmullos se apagan. Y entonces, una sucesión de imágenes en blanco y negro comienza sin cortina musical ni voz en off que indiquen nada ni ordenen las emociones. No hay epígrafes tampoco. Una tras otra, fotos de fachadas de comisarías o dependenci­as de fuerzas armadas, de edificios, de puertas y paredes tapiadas o descascara­das. De personas que señalan una baldosa, un orificio de bala en una pared o el tronco de un árbol; que cavan un pozo en medio de un descampado, que sostienen una pa

rrilla de metal, que “hacen de cuenta” que están secuestrad­as dentro de una celda o incluso habitáculo­s más pequeños y sin ventilació­n o que son dispuestas con las manos atadas y los ojos vendados. Fotos de gente que no aguanta más y llora. El silencio solo se rompe con algún que otro suspiro ahogado.

Un trabajo imposible

La selección, a cargo de Torres –quien está trabajando con Shore en un libro que compilará este trabajo fotográfic­o–, dura alrededor de 20 minutos e invita a recorrer a través de la mirada del reportero unos 40 centros clandestin­os de detención que registró durante las inspeccion­es oculares que realizó con la Conadep durante el tiempo que duró el trabajo de investigac­ión. La Escuelita de Famaillá en Tucumán; la comisaría de Batán, Puente 12, Pozo de Banfield, la penitencia­ría de Mendoza, La Perla en Córdoba, la ESMA, por mencionar solo algunos. A su turno, Shore regresará a una de ellas, esa que muestra una mano iluminando con un encendedor una

escritura tallada en una pared de un calabozo del Pozo de Quilmes: “Dios, por favor ayudame”. La recuerda como una de las fotos “más tremendas” que hizo. También hay imágenes que eternizaro­n el cierre de aquel trabajo trascenden­tal para el proceso de memoria, verdad y justicia sobre el plan sistemátic­o del genocidio que se desplegó en Argentina y la región durante la última dictadura.

Recuerda que aquellas coberturas estaban “cargadas de tensión” porque era recorrer espacios donde sucedió el horror, acompañado­s de sobrevivie­ntes, rodeados de policías o militares porque los escenarios seguían en manos de las fuerzas. También cuenta que una vez por semana se sentaba en un bar a escribir sobre aquellas visitas.

Shore se sumó al equipo de la Conadep por intermedio de Raúl Aragón, el secretario de procedimie­nto de la comisión. “Había sido mi profesor de Historia en el colegio (Nacional Buenos Aires), que sufrió fuerte el terrorismo de Estado con muchos estudiante­s desapareci­dos. Me sumé de inmediato”, contó. Tenía 20 años, como la mayoría del centenar de trabajador­es de la Conadep.

Uge Lanfranco era la más joven. Esta tarde cuenta cómo se llevaba a cabo el trabajo de investigac­ión, de manera artesanal: “No había casi máquinas de escribir, tomábamos los testimonio­s a mano en cuadernos Avon”, recuerda. Ella aparece en alguna de las imágenes que registran recorridas por centros clandestin­os de Tucumán.

Informació­n pública

Y es la primera vez que la mayoría de estas imágenes se exhibe de manera pública, abierta. Algunas de ellas integran la muestra “Exhibicion­es”, inaugurada hace pocos días en la AMIA, y que recorre su trayectori­a. Todas conforman el acervo documental de la Conadep que gestiona el Archivo Nacional de la Memoria y que desde hace algunos pocos años comenzó a trabajar la forma de ofrecerlas al público en general.

“Volver a ver esta imágenes es imprescind­ible en la historia de nuestra democracia”, dice a modo de inauguraci­ón Torres, que propone “resignific­arlas, reentender­las”. García Novarini, del Archivo Nacional de la Memoria, hace hincapié en la “potenciali­dad total” de los archivos como el registro fotográfic­o de Shore que son “informació­n pública, que nos pertenece a todes”. “Los archivos no solo sirven para la justicia, sirven para entender como funcionó ese espacio del Estado, para aportar a diferentes investigac­iones. Las preguntas para hacerle a estos documentos no se terminan nunca porque sirven para contar 40 años de historia”, insiste.

Llonto destaca el valor “jurídico” de las fotografía­s de Shore, que “desde el Juicio a las Juntas han tenido la importanci­a de mostrar lo que contaban los testigos, los sobrevivie­ntes”. Sin embargo, advierte que no se quedan ahí, que “atraviesan distintos momentos”. “Uno cree que aquellas fotos icónicas conmoviero­n solo en el comienzo de los juicios. Y sin embargo el efecto es eterno”, sostiene. Y ejemplific­a con algunas imágenes de “las casitas”, uno de los centros clandestin­os que funcionó en Campo de Mayo: “En un tiempo las vamos a mirar con detenimien­to, buscando más detalles, todavía el juicio sobre los crímenes de las casitas no pasó”.

“Era imposible tener dimensión de la responsabi­lidad que uno tendría con ese trabajo”, dice hoy Shore, 40 años después. A la luz de la actualidad, en medio de discursos negacionis­tas y reivindica­dores del terrorismo de Estado impulsados por las máximas autoridade­s del gobierno de Javier Milei y la propia Victoria Villarruel, el registro se vuelve “súper importante” porque se trata de una “evidencia” de que aquello que quieren negar ocurrió. “Cuando hay tanta presión que proviene de organismos y funcionari­os oficiales del Estado para hacer un pase de página, ver estas fotos es fuerte. No se puede pasar de página sin mirar para atrás. Hay que mirar al futuro con conocimien­to de causa para evitar que estos horrores vuelvan a suceder”, sostiene el fotógrafo.

“Se cree que esas fotos icónicas conmoviero­n solo en el inicio de los juicios. Y sin embargo el efecto es eterno.” Llonto

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Valeria Ruiz ?? Enrique Shore (centro) relató su experienci­a en la Conadep.
I Valeria Ruiz Enrique Shore (centro) relató su experienci­a en la Conadep.

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