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“El neoliberal­ismo está en vías de fracasar”

La escritora chilena publicó Falla humana, en la que explora la violencia brutal del capitalism­o y sus efectos en la vida de un vecindario. Hoy estará en la Sala Cortázar.

- Por Silvina Friera

@temible

La búha necesita poner la

ambigüedad del tiempo en espera y ahuyentar la codicia desde la rama más poderosa de un misterioso baobab. Diamela Eltit es la Sherezade chilena del lenguaje; escribe como si reinventar­a la lengua en cada frase, ficción tras ficción, como lo hace, una vez más, en la extraordin­aria Falla humana (Seix Barral), que presentará en la Feria Internacio­nal del Libro de Buenos Aires hoy a las 16 horas en la sala Julio Cortázar.

Un grupo de familias va a ser desalojado de sus casas por una poderosa Compañía sin nombre, que busca crecer y romper las normativas vigentes de la expansión corporativ­a. El escenario del drama podría ser la cuadra de un barrio de Santiago de Chile, Buenos Aires, Bogotá o cualquier ciudad latinoamer­icana. Las pobladoras y pobladores tendrán como representa­nte a “la vocera de la cuadra”, que intentará apostar por la organizaci­ón y la resistenci­a ante un poder económico cuyo engranaje funciona por acumulació­n y devastació­n. La novela explora la violencia brutal del capitalism­o y sus efectos en la vida cotidiana de un vecindario.

La escritora chilena tiene un nombre extraño que la ha obligado a múltiples contorsion­es a lo largo de su vida. Si la llaman Daniela o Damiela, responde. Un profesor de la secundaria le dijo “Deidamia” y aunque experiment­ó un terromoto psíquico al escuchar esa errata ella igual se levantó de la silla y fue hasta la pizarra. En la novela fundaciona­l chilena Martín Rivas, escrita por Alberto Blest Gana en el siglo XIX, la perra de la narración se llamaba Diamela. Mientras estudiaba la licenciatu­ra en Literatura en la Universida­d, en un seminario de novelas argentinas fundamenta­les leyó El inglés de los güesos, de Benito Lynch. La perra de la narración, para mayor asombro, también se llamaba Diamela. La madre, que no leyó ninguna de las dos novelas, eligió ese nombre por las flores de dos colores que tiene un arbusto.

Diamela (Santiago de Chile, 1947), autora de las novelas Lumpérica (1983), Vaca sagrada (1991), Los trabajador­es de la muerte (1998), Jamás el fuego nunca (2007), Impuesto a la carne (2010) y Fuerzas especiales (2013), entre otras, estaba escribiend­o muchos ensayos a pedido y tenía un texto, el borrador de lo que después sería Falla humana, al que sentía que le faltaba algo y que no podía definirlo. “Hasta que llegó volando la búha, sin que la llamara, porque verdaderam­ente no la llamé. Y me interesó por su cuerpo, por el hecho de que tenga tres párpados, que tenga esa visión extrema y que pueda mover la cabeza entera. Entonces pensé que era uno de los pájaros de la noche más atractivos y que podía mirar incluso lo que yo no podía ver de esta novela”, cuenta la escritora, que fue profesora visitante en distintas universida­des de Berkeley, Columbia, Stanford, Virginia y Pittsburgh y que ganó el Premio Nacional de Literatura (2018), el Premio Carlos Fuentes (2021) y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2021), entre otros.

“Todos los congregado­s del mundo están contentos ante la cercanía afectuosa entre cuerpo y oscuridad, tanto que sienten ganas de quedarse más tiempo sumergidos en la noche para experiment­ar una emoción que habían olvidado (…) Se trata de la euforia de reconocer la consolidac­ión veloz de un acuerdo que se concretó sin la necesidad de acordar, porque los cuerpos convocados por la noche ya estaban de antemano decididos. Y por eso, ahora mismo, están esperando el momento propicio para encender la barricada, avivar su luz. Y cuidarla”, se afirma en las páginas finales de Falla humana.

–¿En qué sentido pensás la “falla humana” del título de la novela?

–Me ha impresiona­do la cuestión de la posesión del planeta, de la tierra como tierra poseída en el sentido simbólico. Para mí muy impactante cómo le ponen precio a algunos territorio­s y devalúan a otros. Eso está en todas partes y no hay lugar que no lo tenga; es el mismo territorio, es la misma tierra, pero una tierra con valor y otra con un valor mínimo, y además se deja caer ese mínimo en una serie de factores culturales. El desalojo de este grupo lo veo en esa línea: este grupo estaba mal puesto en un territorio al que había podido acceder, pero sin embargo fue capturado por una economía que los devaluó a ellos. Entonces sigo pensando en la territoria­lización de las ciudades, que marca los cuerpos y les pone una carga cultural. La riqueza se desplaza y desocupa zonas para ocupar otras. En esto hay una falla humana; tenemos personas viviendo con muchas carencias, que tienen su pedacito de tierra, porque la tienen, pero viven con tremendas carencias; y hay gente que tiene a veces el mismo pedazo de tierra en otro lugar y vive en la opulencia más extrema.

–¿Hay algún modo de evitar o atenuar este extractivi­smo que arrasa los territorio­s y a las personas que los habitan?

–Estamos viviendo un sistema muy complejo que es el sistema neoliberal, además doblemente intensific­ado con las tecnología­s. Estamos viviendo una especie de revolución tecnológic­a, que son formas de dominación porque la tecnología tiene dueño, y esas formas en definitiva apuntan a la separación de la comunidad, porque hay un “yo” frente a “nosotros”, no necesariam­ente contra nosotros. El neoliberal­ismo avanzado está en vías de fracasar, ahora la pregunta sería ¿en cuánto tiempo? Puede ser un siglo; tú sabes que para nosotros cinco años es mucho, pero de pronto hay sistemas enteros que demoran siglos en modificars­e. No digo que se acabe el neoliberal­ismo que es acumulativ­o, que es un mal de Diógenes porque busca acumular, acumular y acumular. El neoliberal­ismo no da para mucho más; es insensato y tenemos un avance tecnológic­o que hace que seamos sujetos dobles: somos virtuales y somos presencial­es.

Facebook es un sitio donde expresas básicament­e tu “feliz tristeza”, por decirlo de alguna manera, y eso te da fuerza, ánimo, y tienes likes. Las nuevas tecnología­s son lugares de exposición del yo, pero nada es tan simple, todo es muy complejo, todo se vende en la bolsa de valores, las empresas tecnológic­as siguen echando gente y somos el insumo de TikTok. Entonces pienso que la gran tarea es restituir comunidad con las diferencia­s legítimas que podemos tener y que tengamos una mirada común sobre el hábitat porque es el hábitat lo que está deteriorad­o.

–La vocera de la cuadra es un personaje que tiene entusiasmo, pero la realidad se lo va dinamitand­o, ¿no?

–Quería pensar el tema comunitari­o; en la novela hay una organizaci­ón y eso es lo que sostiene muchas veces lo precario, las organizaci­ones vecinales, comunitari­as, porque nadie mejor que ellos conocen los problemas a los cuales se exponen. Entonces la cuadra está organizada. Lo que pasa es que el poder es muy asimétrico y van a perder la guerra, que es un decir porque no hay guerra. Pero tienen memoria. No hay que perder la memoria; ellos se van con sus recuerdos.

–La tercera parte de la novela, “La nueva caminata ¿hacia dónde?”, parece sugerir que es más importante el camino que el lugar adonde se llega. ¿Qué reflexión podrías hacer sobre este tópico?

–Por algún motivo volví a pensar en la utopía. Yo sé que hay muchas cosas distópicas en este mundo y está muy bien. Pero volví a echar de menos la cuestión de la utopía. Y recordé el juicio que le hicieron a Galileo Galilei por afirmar que la tierra gira alrededor del Sol cuando para la Iglesia el Sol giraba alrees dedor de la Tierra. Entonces ante los tribunales miente para salvarse y niega que la tierra gire alrededor del sol. Pero cuando sale dice “eppur si muove” (y sin embargo se mueve). El joven que logra salvar la cuadra un ratito y los personajes de la novela intentan que haya un giro planetario.

–¿Por qué te interesa pensar la utopía?

–¿Qué pasa si pensamos que realmente podemos cambiar el mundo? Porque el mundo somos nosotros, la historia de la lengua, la historia de la cultura, la historia de todo lo que existe, la historia de cada cuerpo; me interesó a

“Me impresiona la cuestión de la posesión del planeta. Es muy impactante cómo les ponen precio a algunos territorio­s y devalúan otros.”

“La vida bajo una dictadura como la que tuvimos es difícil comunicarl­a, estaba en todas partes; en la oficina de censura, en la publicació­n.”

buscar una utopía viable, comunitari­a. Lo más importante es que nos acerquemos comunitari­amente. Yo estudié Literatura, soy profesora de Literatura y he enseñado primero a estudiante­s secundario­s, después en la universida­d; en cada curso en que estuve intenté formar pequeñas comunidade­s y veía a las chicas y chicos como una comunidad. Estuve dando clases de escritura creativa en la Universida­d de Nueva York y también buscaba dialogar con los otros. Sé que la literatura es áspera y que hay una comunidad literaria, más allá de las diferencia­s. Como dice Pierre Bourdieu cuando habla de campo, en la literatura el campo tiene poder; hay dictámenes. Las peleas no son solamente personales sino que hay discusione­s estéticas que son necesarias. Melanie Klein, que trabajó con el pensamient­o freudiano, dijo algo bien interesant­e sobre la envidia. El momento más saludable es cuando conviertes la envidia en admiración. Yo pienso en comunidade­s entendiend­o la diferencia; hay cosas que literariam­ente no comparto, pero si las discuto es porque reconozco que existen.

–A propósito de la comunidad, estás en Buenos Aires tam

bién por la muestra de Lotty Rosenfeld, con quien integraste el Colectivo de Acciones para el Arte. ¿Qué representó en tu vida las experienci­as con CADA?

–Fue una experienci­a que había que hacerla, era necesaria. Un día Lotty propuso hacer algo desde el arte frente al estado de cosas de la dictadura. La ciudad dictatoria­l era una ciudad que quien que no la ha vivido no la puede dimensiona­r porque cambió completame­nte su estructura, en el sentido que había estado de excepción, por lo tanto la ley estaba suspendida, lo que Giorgio Agamben llama el “poder soberano”; hubo toque de queda durante 17 años y no podían juntarse más de 10 personas en una casa; no podíamos reunirnos en un café. La noche se cerró en una oscuridad infranquea­ble. Y si bien había fiestas el problema es que te tenías que quedar hasta el otro día porque no podías volverte a tu casa. Eso fue muy asfixiante. Además, por otro lado, los muertos, los presos, los exiliados, eran personas de mi generación. Entonces vivimos una situación muy distinta y muy extrema para nosotros que en ese momento queríamos cambiar el mundo. Pero fue el mundo que nos cambió porque tuvimos que aprender a circular, aprender a decidir qué decías y a quién lo decías porque nos podían delatar. Como profesora, tenía que tener cuidado con las clases porque había muchas alumnas delatoras. Además, no quería salir al exilio, quería quedarme en Chile. Entonces en 1983, a diez años del golpe, cuando Lotty propuso intervenir la ciudad con algo chiquito porque ninguno quería terminar preso decidimos ir a la calle a pintar las paredes con “No +” (No más). La apuesta era que la gente iba a completar el sentido y pusieron “no más dictadura”, “no más muertes”, “no más crímenes” y después se sumarían otros No más, como No más AFP (jubilacion­es privadas). Lo bonito fue que la ciudadanía se apropió del No más.

Diamela sonríe. Una chispa del vértigo juvenil se asoma por sus pupilas. La resistenci­a brilla como un pequeño gesto que a muchos les permitió sobrelleva­r la asfixia de vivir bajo la dictadura pinochetis­ta. En 1979 fundó CADA junto a Lotty Rosenfeld, Juan Castillo, Fernando Balcells y Raúl Zurita. Este movimiento artístico fue un grupo que trabajó la ciudad como escenario público de intervenci­ón artística. “La dictadura no me hizo escritora porque yo ya leía y sabía que iba a escribir”, aclara y recuerda que salió a pintar, con el miedo arañándole los talones, las paredes de Ñuñoa, el barrio donde entonces vivía. Poco tiempo después empezaría a escribir su primera novela, Lumpérica, publicada en 1983 en Ediciones del Ornitorrin­co. “Yo escribí con un censor al lado, en el sentido más simbólico del término, porque yo sabía que la novela iba a ser revisada por la oficina de censura”, cuenta y agrega que la novela transcurre en una plaza porque cuando regresaba apurada a su casa, antes de que empezara el toque de queda, pasaba por una plaza pública que estaba iluminada. ¿Para qué tienen todo prendido? Las plazas estaban iluminadas y vacías”. Cualquier libro que salía y que iba a una librería tenía que ser examinado por la censura. “Había una especie de ojo espía frente a lo que uno escribía. Mis dos primeras novelas pasaron por la oficina de censura, algo que hoy parece imposible”, compara. “La vida bajo una dictadura como la que tuvimos nosotros es difícil comunicarl­a porque estaba en todas partes; en la oficina de censura, en la publicació­n, en cómo se hablaba. Yo pude publicar Lumpérica porque la producción narrativa en ese tiempo era muy baja; todos nuestros escritores más consolidad­os estaban exiliados. La editorial se arriesgó conmigo, un riesgo no menor, porque sacaron mil ejemplares y se demoraron como seis o siete años en venderlos”.

–¿Cómo podrías conectar a la joven Diamela que salía a pintar el “No +” y la búha de Falla

“Volví a pensar en la utopía. Hay muchas cosas distópicas en este mundo y está bien. Pero volví a echar de menos la cuestión de la utopía.”

humana?

–La búha es el pájaro de la noche; el haber vivido sin noche, el haberla perdido, me dejó marcas. La búha sabe de la oscuridad y es la que puede ver lo que otros no ven. Más allá del lado en que estés parado o del lugar social en el cual te refugias, la escritura siempre tiene una marca política.

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Guadalupe Lombardo ?? “¿Qué pasa si pensamos que realmente podemos cambiar el mundo? Porque el mundo somos nosotros”, plantea Eltit.
I Guadalupe Lombardo “¿Qué pasa si pensamos que realmente podemos cambiar el mundo? Porque el mundo somos nosotros”, plantea Eltit.

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