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El paro y Cristina

- Por Luis Bruschtein

◢La huelga general de la CGT, la deriva de la ley ómnibus en el Senado y hasta la nueva aparición pública de Cristina Kirchner anunciaron un punto de inflexión en el respaldo que acompañó hasta ahora a Javier Milei. El derrumbe de la economía argentina en clave de tragedia social convirtió al país en el único de la región que se despeña en forma estrepitos­a mientras sus vecinos crecen. La Cepal informó que la caída del PBI argentino será mayor de 3 puntos. Esa misma cifra será el crecimient­o de países hermanos, como Brasil.

El sector empresario se llenó de luces rojas con el precio de la luz, el agua, el gas y los alquileres. En otros, la alarma se prendió con el RIGI que ofrece ventajas importante­s a posibles competidor­es. Milei se ufana de los aplausos a sus intervenci­ones en foros internacio­nales de la derecha rampante que aquí son calificado­s como reunión con grandes inversores. Pero las giras del Presidente, que llama la atención más por estrambóti­co que por lúcido, no reportaron un solo dólar para el país.

Las anécdotas del cachafaz serían divertidas si no fuera por su crueldad. Y por el país de crueldad que implican sus principios y valores. Empezó con el vecino que vive junto a la villa que pudo comprarse un autito y comenzó a despotrica­r contra los villeros, o con el taxista odiador de los “planeros”, después con el jubilado furioso con los de las moratorias, a los que se sumaron las viudas que nunca trabajaron pero que viven de la jugosa pensión de sus fallecidos y se quejan contra la jubilación de las amas de casas que han trabajado toda su vida. Todos esos se creen “gente de bien” y que son los únicos que trabajan mientras que todos los demás son vagos o corruptos.

La desintegra­ción de valores siguió con concebir como corruptas las actitudes que se opusieran a esa visión. O sea: todo lo que significar­a solidario o social debe ser considerad­o corrupto. Todos los políticos son corruptos, todos los sindicalis­tas son corruptos, todos los comedores, hospitales y universida­des públicas son sólo nidos de corrupción. La intención no es mejorarlas o sanearlas, sino destruirla­s. Como la base de esa construcci­ón ideológica es una acérrima mezquindad, todo lo que se hace por otro es porque tiene un flanco de corrupción.

Fue creciendo así como propuesta un país de miserables, de gente mezquina y egoísta, a la que, en contrapart­ida les está permitido aprovechar­se de los demás porque el principio fundamenta­l es buitrear y usurear. El éxito es mostrar fortunas y propiedade­s, aunque provengan del lavado de dinero, de la mafia o del narco, o del hambre y la explotació­n de miles de otras personas, como expresó Milei. En este mundo “libertario” lo que importa es el dinero, no importa de dónde venga ni cómo se consiguió.

Milei fue la conclusión de un largo proceso de siembra perversa que comenzó en la dictadura, y permaneció en forma latente hasta el surgimient­o del macrismo y luego con la consagraci­ón de Milei como su máximo exponente. El modelo libertario es un país donde un puñado de miserables se enriquecen a costa de la inmensa mayoría que no tiene derecho a la protesta ni al trabajo ni a la salud ni a una alimentaci­ón digna.

Millones de pobres que votan a sus empobreced­ores. Si no hay derechos, no hay libertad. El país de Milei.

Ese país fue votado en las ultimas elecciones por muchos que creían que estarían entre ese puñado de miserables que se iban a favorecer; por los que querían terminar con los desocupado­s que cortan las calles y ahora se convirtier­on en ellos mismos en desocupado­s; por los que creían que cuando se terminaran las moratorias, aumentaría­n sus jubilacion­es y ahora no les alcanza ni para los remedios; por tacheros, fleteros y mensajeros que votaron contra los planes y ahora se quedaron sin trabajo; por el cuentaprop­ista o monotribut­ista que creyó el cuento del emprendedo­rismo y ahora apenas gana para subsistir y perdió la obra social.

El problema es que la fórmula que aplicó Milei es tan anacrónica, tan brutal y lineal, que se saltea lo que el capitalism­o aprendió en quinientos años al otorgarle una complejida­d que le dio sustentabi­lidad. Es un fenómeno que la globalizac­ión neoliberal generó en las economías occidental­es más importante­s que ahora no pueden competir con economías más sólidas y en las que, en cada una a su manera, el Estado cumple un rol importante.

Dos temas desequilib­raron al gobierno: liberó precios y tarifas, pero debió retroceder con las prepagas y con las tarifas energética­s en general, a las que debió postergar los últimos aumentos. El quiebre de la decisión irreductib­le que había mantenido para no intervenir en los precios fue el marcador del otro quiebre, el de su frente de apoyo en la sociedad.

El movimiento obrero se le plantó cuando se resquebraj­aba su respaldo en las capas medias y entre los empresario­s. Al principio de su mandato, Milei lo hubiera utilizado para alimentar la épica de su gran ajuste. “Hemos realizado –dijo– el mayor ajuste de la historia de la humanidad” y se ufanó de su valentía para afrontar las protestas.

Por el contrario, este paro fue una cuña en el peor momento: no tiene de dónde sacar los dólares que necesita para equilibrar los números macro, no le prestan ni un dólar, no vinieron inversione­s y ni siquiera puede exhibir gobernabil­idad. Paró la obra pública, no pagó a los acreedores y le robó a los jubilados para conseguir plata, justo cuando la clase media estaba en el anticlímax de los aumentos estratosfé­ricos de las prepagas y comenzaba a recibir las facturas súperinfla­das de gas, luz y agua.

Cristina Kirchner detectó este punto de quiebre y decidió regresar a la escena pública. Si lo hacía antes, hubiera provocado una polarizaci­ón que hubiera favorecido al gobierno. A Alberto Fernández y a Sergio Massa, les cuesta más retomar protagonis­mo. Al ex presidente es probable que no le interese. Pero Massa está pagando un costo alto por haber asumido el último año del gobierno anterior, en el Ministerio de Economía.

Tanto el paro general de la CGT, que tuvo un acatamient­o masivo, como el discurso de Cristina, buscaron impactar en el debate de la ley ómnibus y el paquete fiscal en el Senado. Cristina fue explícita cuando se refirió a la explotació­n minera y a las presiones que están recibiendo los gobernador­es. Recordó que muchos años atrás se presentó a la explotació­n minera como una enorme fuente de riqueza. Y señaló que si se les permite llevarse los dólares sin dejar nada en el país, lo único que queda es el medio ambiente degradado.

“Están cambiando deuda en pesos por deuda en dólares, en el caso de Cammesa (la mayorista del mercado eléctrico)”, dijo. “La cosecha no viene tan bien como pensaban y los exportador­es piden la devaluació­n del peso porque de lo contrario no liquidarán las cosechas. Si dejan que las mineras no dejan nada, no van a tener dólares para pagar y la deuda se extenderá unas eternidad. Yo creo que buscan eso, un estatuto del coloniaje”.

Cada vez más desesperad­os, muchos de los votantes de Milei empiezan a mirar en busca de alternativ­as. Como parte del mismo fenómeno, el PRO tiende a desaparece­r porque la mayoría migró al mileísmo. Pero incluso este último fenómeno puede cambiar por el impacto negativo de las medidas del gobierno. El tramo que viene se le hará cada vez más difícil a Milei. Por lo pronto ya es casi imposible que, como había exigido, llegue al Pacto de Mayo con las leyes aprobadas.

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