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Siempre se vuelve al primer amor

Para festejar sus 99 años, el capitán regresó al Luna Park para revivir aquella noche mágica y recordar la historia del equipo.

- Por Julián Mozo

◢El auto que maneja su querido yerno Valerio estaciona en la puerta del mítico Luna Park y, cuando abre la puerta, el Negro no puede evitar regalar su primera sonrisa. Ni un viaje largo, de casi dos horas desde su casa en Pilar, puede minimizar la alegría que recorre su cuerpo. Ricardo Primitivo González cumple hoy 99 años, pero su energía y vivacidad son contagiosa­s. Tanto como la felicidad que siente al volver al lugar donde vivió probableme­nte la sensación más cautivante de su vida. Entonces se baja, saca su bastón, se para en la vereda, mira hacia arriba para reconocer el lugar, respira y pregunta. “Qué hermoso, cuántos recuerdos... ¿Entramos?”, dice mientras pide ayuda con el bolso lleno de recuerdos que trajo para su mini documental.

La emoción en su interior ya puede sentirse cuando da los primeros pasos hacia las entrañas del estadio cerrado más famoso de nuestro país… Y se completa cuando recibe una sorpresa: el regalo de dos pelotas Europaris, la primera actual y la otra igual a aquella usada en el Mundial ganado en Buenos Aires. “Qué diferentes… Pero qué hermosas las dos. ¿Sabían que la final la jugamos con dos pelotas diferentes, el primer tiempo con la nuestra, de gajos, y el segundo con la de ellos, la americana, que era mucho mejor. No estaba previsto, pero ellos lo pidieron y lo aceptamos. Y bueno, les ganamos en ambos tiempos (34–24 y 30–26)”, recuerda con una sonrisa mientras saca cuentas luego al rememorar el marcador final (64–50).

El estadio luce distinto, pero igual a la vez, dice Ricardo mientras observa cómo se prepara todo para un nuevo show musical. Casi 74 años antes, el Luna fue el epicentro de un verdadero pandemoniu­m –dentro y fuera del lugar– que se desató con la consagraci­ón de Argentina como campeón mundial de básquet, el 3 de noviembre de 1950, tras vencer nada menos que a Estados Unidos en la final.

“Cuando me dijeron que iba a venir al Luna me agarró una emoción muy grande. Para nosotros, los jugadores de mi época, jugar acá era una maravilla. Imaginate salir campeón mundial… ”, dice, evitando caer alguna lágrima, mientras hace un paneo visual por el lugar. “Es un privilegio estar acá, que hayan tenido esta idea, de volver, a días de mi cumpleaños… Y hacerlo a mi edad… No sé, es especial. Algo muy emocionant­e”, dice ya con los ojos algo vidriosos, mientras trata de recordar cuándo fue la última vez. “Uf, hace muchos años ya… Hubo un tiempo que yo trabajaba acá cerca, a tres cuadras, en una inmobiliar­ia, y venía mucho al Luna, porque tenía muy buena relación con Tito Lectoure, sobre todo para algunos espectácul­os”, comenta.

Los años pasan volando y cuando se le recuerda el tiempo que hace que se consagró campeón, no deja de sorprender­se. “Ah, 74 años”, dice mientras lanza su particular risotada y abre el arcón de sus recuerdos. “Cuando terminó el partido la gente entró a la cancha y nosotros estuvimos un rato largo festejando. Una locura. Creo si se hubiese jugado en cancha de Boca o de River, también se llenaba. En la previa no había Nuestros amigos y familiares nos tuvieron que esperar en el camino para poder entrar con nosotros”, rememora mientras describe lo que fueron los festejos en el centro porteño que pasaron a la historia como La Noche de las Antorchas. “Era un mar de gente por las calles y a uno se le ocurrió agarrar un diario y prenderlo fuego, como armando una antorcha. Muchos se sumaron, en esa caminata por Corrientes hasta el Obelisco. Fue una cosa de locos”, relata.

González fue figura de aquel equipo, nada menos, siendo elegido en el quinteto ideal del torneo junto a su compañero Oscar Furlong, la máxima estrella del equipo. De los 16 elegidos para aquella preparació­n de avanzada, que incluyó un mes de estadía en la concentrac­ión de River Plate (de hecho tenían charlas con Angel Labruna y sus famosos compañeros), sólo dos están vivos, el Negro Bustos con 95 y el otro Negro, González, con ya casi 99. “Hace días hablé con él, estaba en cama, pero bien. Me pone triste que no seamos más, éramos amigos, muy cercanos, con los que podíamos nos juntábamos cada miércoles en el club Palermo. Yo sigo yendo, al menos dos veces al mes. Ahora ya voy a volver con 99, el miércoles siguiente a mi cumpleaños, voy a ir con una torta”, cuenta quien es recordado como un escolta de 1m75 que era muy competitiv­o y talentoso, aunque también un gran compañero, talentos que mostró en Deportivo Buenos Aires, Añasco, Gimnasia de Vélez Sarsfield y su club, claro, Palermo.

–¿Cómo lleva la edad, sus casi 100 años?

–Me siento bárbaro. Como de todo, me acuesto bastante tarde, me levanto temprano, sólo a veces duermo siesta. Realmente soy un privilegia­do. Sigo disfrutand­o mucho de la vida. Y de los recuerdos hermosos que tengo.

Como de aquel equipo que integró, con un entrenador adelantado a la época como Jorge Canavesi y con su cuerpo técnico muy completo para la época (con Casimiro González Trilla como asistente y Jorge Boreau, como PF), que planearon una preparaent­radas. ción de avanzada que terminó de formar un gran grupo humano y de afilar a un equipo que tenía muchos jugadores con habilidade­s complement­arias. “En River tuvimos lo mejor: varias canchas a disposició­n, todas las comodidade­s… Lo que planificar­on en el CT fue perfecto. Y el resto lo hicimos nosotros, con un gran apoyo popular”, recuerda quien fue el capitán elegido por sus propios compañeros. “Tuve la suerte de ser elegido por casi todos mis compañeros, una gran emoción”, admite.

En la historia hay una Generación Dorada, la campeona olímpica del 2004 y que se mantuvo en la elite mundial por 15 años, pero ésta fue la primera. Hasta que apareció la prohibició­n de la dictadura, que decidió tildarla de “profesiona­l” como revanchism­o político –contra todo lo que tuviera que ver con Juan Domingo Perón y el Partido Peronista– y condenarla a una suspensión de por vida –a 34 jugadores–.

La Selección había llegado de los Panamerica­nos del 55, en México, donde le había ganado la final a USA, y se preparaba para los Juegos Olímpicos del 56, cuando llegó el genocidio deportivo que alcanzó a muchos deportista­s. Un par de excusas, haber recibido permisos para importar autos y el haber estado en éxitos facilitado­s por la política deportiva peronista, fueron suficiente­s. “Fue todo una excusa, una fachada. Nuestro único pecado fue jugar al básquet. Lo cierto es que, a partir de ahí, desapareci­ó todo lo que se había hecho bien. Fue la caída del deporte nacional. Todo quedó destruido. Luego hubo muchos años sin ir a Juegos, Panamerica­nos, Olimpiadas, ni Sudamerica­nos. Yo lo sentí mucho y cuando me acuerdo, me da una tristeza grande”, explica.

Ricardo volvió igual a jugar, en el torneo porteño, para Palermo, aunque sea para no retirarse “prohibido”. Y su recuerdo de su carrera no puede ser mejor, pese

“Es un privilegio estar acá, de volver, a días de mi cumpleaños… Y hacerlo a mi edad… No sé, es especial. Algo muy emocionant­e.”

“Mi vida de basquetbol­ista fue muy linda, la disfruté, tuve el honor de salir campeón mundial, panamerica­no, sudamerica­no varias veces.”

a aquella tristeza. “Mi vida de basquetbol­ista fue muy linda, la disfruté, tuve el honor de salir campeón mundial, panamerica­no, sudamerica­no varias veces, hasta tuve la dicha de ser campeón de tiros libres”, rememora entre risas, con la sencillez y frescura que lo caracteriz­a. Está feliz el Negro, porque volvió al lugar donde fue feliz. Y a un año de llegar al centenario de vida, no puede pedir mucho más…

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Gentileza Federico Peretti ?? El gran capitán, con su pelota retro, frente al Luna.
I Gentileza Federico Peretti El gran capitán, con su pelota retro, frente al Luna.

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