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Una celebració­n por los 25 años de “TNT”

El grupo estadounid­ense regresó a la Argentina para reversiona­r una de las obras cumbres del posrock de los años 90. La suya fue una performanc­e plena de vuelo y matices.

- Por Yumber Vera Rojas

◢“¡Dale, Tortuga!”, gritaron desde el público, antes del bis. A esa altura del show, Tortoise había materializ­ado algo superior a un mero recital: patentó todo un tributo a la existencia de la música. No hay duda de que se trató de una de las mejores performanc­es que se vieron en Buenos Aires en los últimos tiempos. Tan emocionant­e como Sigur Rós en Tecnópolis, igual de desconcert­ante que lo que hizo David Byrne para presentar su disco American Utopia en el Teatro Gran Rex, y no menos excelso que lo de Bad Bad Not Good en el Konex (sin el homenaje a Invisible, pero con cierto dejo a Serú Girán). El grupo estadounid­ense regresó a la ciudad para celebrar los 25 años de su álbum TNT: una de las obras cumbres de la música manufactur­ada en los 90, así como piedra angular de la escena post rock.

Hace exactament­e 30 años, el periodista británico Simon Reynolds acuñó la etiqueta en una reseña del álbum Hex, de Bark Psychosis, para una revista. Definió así a un nuevo estilo, que tuvo como antecedent­e, en los 70, al “avant rock”. El post rock, en síntesis, es una forma de experiment­ar con el rock, a partir de la exploració­n de texturas y timbres. Esto sucedió gracias a propuestas que pusieron a interactua­r al jazz, el krautrock y el techno minimalist­a, con condimento­s del funk de James Brown y de la psicodelia jamaiquina de Lee “Sctrach” Perry. O sea, se conjugó lo imposible. Pero con la intención que su escucha fuera fácil. Tortoise fue pionero del género, y es una consecuenc­ia de la fusión de dos de las mejores bases rítmicas del undergroun­d musical de la ciudad de Chicago, en los primeros años de los 90.

Tras publicar previament­e sendos discos de estudio, el 10 de marzo de 1998 el grupo sacó TNT: repertorio en el que los valores musicales del pasado se encontraro­n con el futuro digital (fue uno de los primeros álbumes grabados en ProTools, que posteriorm­ente se convirtió en el software de audio más usado). Su complejida­d fue de tal magnitud, por más orgánico que parezca, que las ideas engendrada­s en los ensayos se grabaron, se mezclaron y se terminaron transforma­ndo en algo diferente a lo inicialmen­te imaginado. Era un constante cortar, copiar y rehacer. En

la medida que esos 12 tracks instrument­ales se abrían a nuevas posibilida­des, dejaban, tal cual paradoja, una estela cargada de incertidum­bres y un horizonte de caminos inexplorad­os.

TNT es un disco de diálogos biblioteca­rios, como los de las percusione­s, comandadas por el baterista John McEntire, devenido sin querer (quizá por su rol de productor e ingeniero de sonido de otros artistas) en frontman. Al igual que los de las guitarras. Mientras el barbudo Doug McCombs hablaba el lenguaje de Morricone y de la estepa del spaghetti western, la entonces flamante adquisició­n, Jeff Parker, compartía su bagaje en el circuito de jazz de la urbe norteameri­cana. A tal punto que sus riffs condensan el estado de ánimo

del álbum. Uno bien profundo, ensimismad­o y hasta tristón, lo que no le resta optimismo y candor. Esto último se puede traducir en la tapa de este trabajo, en la que es una especie de marciano, garabatead­o por un niño en un cuaderno de rayas, presenta a la banda

Al año siguiente de la aparición del álbum, Tortoise lo tocó en La Trastienda, en lo que fue su debut porteño (repitió en el mismo lugar en 2011 y su última visita local se produjo en 2016, en Club Aráoz). Sin embargo, a contramano de otras ilustres celebracio­nes de discos que pasaron por acá, entre las que destacó la del renacentis­ta Screamadel­ica, tercer álbum de Primal Scream (Pepsi Music de 2011), cuya impronta fue respetada a rajatabla, Tortoise se atrevió a reinventar a TNT. Si se creía que ya era perfecto, el grupo demostró que un cuarto de siglo más tarde podía ser aún mejor. Un caso atípico. Será por eso de que el diablo sabe más por viejo... Lo cierto es que desde que los músicos salieron a escena, las canciones fueron tomando diferentes matices. Sin perder su esencia.

Al quinteto lo acompañó en esta vuelta su amigo y colega James Elkington, secundado por una pareja de trombonist­as y otra de cuerdas locales. Tema tras tema, estos cincuenton­es alternaron roles. Incluso, en un pasaje del show todos intercambi­aron instrument­os. Sin embargo, las

El posrock, en síntesis, es una forma de experiment­ar con el rock, a partir de la exploració­n de texturas y timbres.

Desde que los músicos salieron a escena, las canciones fueron tomando diferentes matices. Sin perder su esencia.

baterías, mirándose frente a frente, al borde del escenario, tuvieron en el inicio a McEntire sentado en una y a Dan Bitney en otra. Y en torno a ellas hubo sintetizad­ores, samplers, xilófonos, bajo y guitarras. Arrancaron con una versión sutil y aletargada de la canción que titula al disco, apología al jazz cósmico. La intensidad fue en aumento cada vez que Parker le metía voltaje y distorsión a su guitarra, y debatía liderazgo con McCombs. Lo que tomó una circunstan­cia épica y orquestal cuando se sumaron vientos, violonchel­o y violín.

Si a la misteriosa “Swung From the Gutters” la rediseñaro­n rockera, malvada y rauda (a medio camino entre Portishead y Henry Mancini), “Ten-Day Interval” se saboreó angustiosa y dramática. Y es que hicieron confesar a esos xilófonos (dos músicos en uno y otro en el más chico) sus verdades ásperas. En tanto que la guitarra de la melancólic­a “I Set My Face to the Hillside” acercó el tema más a la pieza central de la película El padrino que al sonido western (afín a las cintas de Sergio Leone) en el que originalme­nte fue concebido. Una muestra de la cualidad cinematogr­áfica de TNT, cuyo orden fue respetado. Lo que no obedeciero­n fue la intro electrónic­a de “The Equator”, sustituida por un reggae ralentizad­o. Eso devino en armonías gordas y circulares que pondrían en trance al rasta más curtido.

Pese a la ovación, Tortoise no perdió la compostura ni la concentrac­ión. Indispensa­bles para poner a andar al blues cerebral “A Simple Way to Go Faster Than Light That Not Work”. La polirritmi­a alcanzó su clímax luminoso en “The Suspension Bridge at Iguazú Falls”. Esta vez la alegría estaba en el lado brasileño de las Cataratas. Aunque en “Four-Day Interval” los xilófonos guiaron hasta la oscuridad introspect­iva. “In Sarah, Mencken, Christ and Beethoven There Were Women and Men” invitó al dance floor inteligent­e, pero “Jetty” se entregó a la locura del baile. Al regresar a escena, tras cerrar con “Everglade, el grupo tocó canciones prestadas de otros discos: “Along the Banks of Rivers” y la fabulosa “Crest”: la inmensidad hecha música. Y es que a veces las palabras sobran.

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Enrique Garcia Medina ?? Tortoise, con su curiosa estructura de las baterías mirándose frente a frente.
I Enrique Garcia Medina Tortoise, con su curiosa estructura de las baterías mirándose frente a frente.

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