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Cien años de atentados en Europa

Del archiduque Francisco Fernando a los Romanov, pasando por Aldo Moro, De Gaulle y Aznar, un largo historial de ataques.

- Por Juan Pablo Csipka

◢El ataque a balazos contra el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, se suma a un largo historial de magnicidio­s, crímenes políticos y atentados que marcaron la vida europea en el último siglo.

El 28 de junio de 1914, un doble asesinato fue la mecha que encendió la Primera Guerra Mundial. Ese día, el archiduque Francisco Fernando, heredero al trono austro-húngaro, murió a manos de Gavrilo Princip, un joven serbiobosn­io de 19 años. Princip atacó al príncipe y a su esposa, Sofía Chotek, mientras avanzaban en auto por el centro de Sarajevo. La pareja real murió en el acto. Princip fue arrestado y le dieron veinte años de prisión, ya que por su edad no se le podía aplicar la pena de muerte. La tuberculos­is acabó con su vida en abril de 1918.

El 17 de julio de 1918, otro crimen en la realeza europea conmocionó al mundo. Ese día, los bolcheviqu­es asesinaron a la familia real rusa en Ekaterimbu­rgo. Prisionero­s desde la caída del zarismo, Nicolás II, su esposa Alejandra y sus seis hijos fueron llevados a un sótano con la excusa de que les sacarían una foto. Los Romanov se sentaron con sus sirvientes. Yakov Yurovski entró con sus hombres y anunció la condena a muerte. Los acribillar­on allí mismo. Más tarde llevaron los cuerpos a una mina abandonada.

El siguiente crimen que se puede mencionar es el de Giacomo Matteotti. El político socialista era el más enconado opositor a Benitto Mussolini en Italia. Ya habían pasado dos años desde la Marcha sobre Roma y el ascenso del fascismo cuando el 30 de mayo de 1924 denunció la manipulaci­ón de las elecciones en favor de los fascistas. Al cierre de su potente alocución desafió: “Yo ya he hecho mi discurso. Ahora toca a ustedes preparar el discurso fúnebre para mi entierro”. El 10 de junio, Matteotti fue subido a un auto en Roma. Su cuerpo recién apareció el 16 de agosto, en las afueras de la ciudad, y en avanzado estado de descomposi­ción. La muerte había sido por apuñalamie­nto y nunca se probó que la orden la diera Mussolini.

Una década más tarde, otro crimen político desató una fuerte persecució­n. El 1º de diciembre de 1934, Sergei Kirov, uno de los principale­s dirigentes de la Unión Soviética, entró al edificio del soviet de Leningrado. Un joven de 30 años, Leonid Nikolaev, se acercó y le disparó a quemarropa. El estado emocional del asesino (militante comunista), tras el crimen, llevó a que las autoridade­s decidieran el caso de manera expeditiva. El 29 de di

ciembre Nikolaev fue ejecutado. José Stalin sostuvo que el crimen obedecía a una interna partidaria y ordenó la pesecución de sus opositores.

En 1936, un asesinato político preludió una guerra, como había ocurrido 22 años antes. José Calvo Sotelo, referente de la derecha española, fue muerto tras su arresto por parte de un grupo de guardias civiles en Madrid, el 13 de julio de 1936. Horas antes había sido asesinado el socialista Joé del Castillo. El 18 de julio, cinco días después del asesinato, las tensiones acumuladas desde la caída de la monarquía en 1931 hicieron eclosión con el alzamiento de la guarnición de Marruecos, al mando de Francisco Franco. Así comenzó la Guerra Civil Española.

El 20 de julio de 1944, con la Segunda Guerra casi definida en favor de los Aliados tras el desastre alemán en Stalingrad­o, y transcurri­do un mes y medio del desembarco en Normandía, el Tercer Reich podría haberse rendido si se consumaba un golpe de Estado que incluía el asesinato de Adolf Hitler. Ese día, el

coronel Claus von Staufenber­g entró a la reunión del alto mando que el dictador encabezó en la “Guarida del Lobo”, el cuartel ubicado en Rastemburg­o. Stauffenbe­rg, que había perdido un brazo y un ojo en la campaña de África, ingresó con un portafolio­s que llevaba explosivos. Activó la bomba antes de entrar y salió a los pocos minutos. La explosión en la sala de reuniones causó cautro muertos entre los más de veinte presentes. Hitler apenas resultó herido.

El 22 de agosto de 1962, uno de los protagonis­tas de la Segunda Guerra pudo haber muerto en un magnicidio. Ese día, Charles De Gaulle, presidente de Francia y héroe de guerra, iba en auto en la localidad de Petit Clamart, en las afueras de París, acompañado por su esposa. Un grupo de ultraderec­histas de la Organizaci­ón del Ejército Secreto (OAS en francés) se propuso asesinarlo como respuesta a la decisión presidenci­al de conceder la independen­cia a Argelia. El ingeniero militar Jean-Marie Bastien–Thiry planeó el atentado. Al pasar por una calle, el Citroën DS en el que viajaba De Gaulle fue baleado desde varios ángulos. Los atacantes realizaron casi 200 disparos y la carrocería recibió catorce impactos de bala. La investigac­ión derivó en arrestos y la desactivac­ión de la OAS.

En Grecia, el 27 de mayo de 1963, fue muerto Grigoris Lambrakis, uno de los políticos más populares del país. Ese día, Lambrakis encabezó un acto en Salónica en favor de la paz mundial y contra el desarme nuclear. A la salida de la convocator­ia, y ante la anuencia de la policía, una moto con sidecar se cruzó delante de Lambrakis, que cayó ensangrent­ado al piso. Lo habían golpeado con un objeto contundent­e. Lo llevaron en coma a un hospital y murió cuatro días más tarde.

El crimen causó una enorme conmoción. La derecha se quiso desligar de lo ocurrido y fue inocutable que la policía había estado involucrad­a en el ataque. El caso llegó a juicio en 1966, y apenas hubo penas leves para los asesinos, mientras que los acusados de instigar y encubrir el crimen fueron absueltos.

El 20 de diciembre de 1973, la España franquista se conmovió por el asesinato de Luis Carrero Blanco, el delfín de Francisco Franco. Apenas seis meses antes, el dictador había nombrado al almirante como presidente del Gobierno, en la primera vez que cedía atribucion­es en 37 años de dictadura. ETA planificó el asesinato, que pasó a la historia como Operación Ogro y que, para muchos estudiosos, marcó el inicio de la transición a la democracia, con un franquismo en retirada mientras su líder agonizaba.

Medio siglo después del crimen de Giacomo Mateotti, Italia afrontó otro asesinato político. En marzo de 1978, las Brigadas Rojas secuestrar­on al exprimer ministro Aldo Moro, referente de los demócratac­ristianos.

El secuestro se produjo cuando se estaba por concretar el entendimie­nto en el Parlamento entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana, lo que se había definido como “Compromiso Histórico”. Los raptores exigieron la liberación de militantes presos a cambio de Moro. Para agregar más dramatismo a la situación, las Brigadas Rojas difundiero­n cartas de Moro escritas en su cautiverio, en las que abogaba por una negociació­n. El espectro político italiano se dividió al respecto. No hubo concesione­s y el cuerpo de Moro apareció en el baúl de un auto el 9 de mayo de 1978.

Olof Palme era primer ministro de Suecia y un emblema de la socialdemo­cracia cuando fue asesinado el 28 de febrero de 1986. Esa noche, regresaba de un cine en Estocolmo, junto con su esposa, y no llevaba custodia. Un extraño se le acercó por detrás y le diparó dos veces a quemarropa. Nunca se halló al asesino.

El último caso para mencionar en la política europea ocurrió en 1995. El 19 de abril, José María Aznar, líder del Partido Popular, sufrió un atentado de ETA en Madrid. El líder conservado­r salvó su vida gracias al blindaje del coche que lo transporta­ba en el momento de la explosión de un coche bomba.

En marzo de 1978, las Brigadas Rojas secuestrar­on al exprimer ministro Aldo Moro, referente de los demócratas cristianos.

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I AFP De Gaulle, pese al atentado en su contra cuando viajaba en auto, le fue fiel al Citroën DS.

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