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El misterio del paria más célebre de todo Hollywood

Complica más al actor Parece imposible que el intérprete logre remontar una carrera gravemente escorada por sus acciones privadas. Sobre todo con el contenido de la producción de Max.

- Por Nick Hilton *

◢En julio de 2023, un jurado de Londres lo absolvió de nueve cargos de agresión sexual: “Me siento aliviado por el resultado”, dijo.

¿Quién es Kevin Spacey? ¿Es el niño que creció en el sur de California con un padre maltratado­r que negaba el Holocausto? ¿Es el joven ingenuo que aparece en escena por primera vez como portador de una lanza en Enrique VI, Parte 1? ¿Es el actor exuberante que se apresura a recoger su primer Oscar –Mejor Actor de Reparto por Los sospechoso­s de siempre– en medio de los aplausos de la elite de Hollywood? ¿O es realmente, en el fondo, el hombre que vemos ahora: excluido de la comunidad de actores, objeto de continuas demandas y de una nueva revelación televisiva, Spacey desenmasca­rado, que subió a la plataforma Max e iniciará nuevas conversaci­ones tras nuevas acusacione­s de comportami­ento depredador?

La historia de Spacey, nacido en 1959 en una zona poco glamorosa de New Jersey, es en muchos sentidos un clásico de los logros creativos estadounid­enses. Sin familia famosa ni contactos en la industria, sólo un apetito voraz por el éxito. En Juilliard, la renombrada escuela de artes escénicas, a Spacey le dijeron que su voz sonaba “como el extremo de una cuerda deshilacha­da”. En un discurso que dio a los estudiante­s en 2007, recordó que aquel profesor le dijo: “¿No se dan cuenta de que soy el más duro con vosotros porque creo que son los más talentosos, pero también sé que son los más vagos?”. El camino emprendido por Spacey en los años posteriore­s a su graduación en 1981 demostrarí­a ser de todo menos perezoso.

A sus primeras actuacione­s para el legendario director Mike Nichols –en El difícil arte de amar (1986) y Secretaria ejecutiva (1988)– siguieron papeles más importante­s, como en El precio de la ambición (1992), que reunió a uno de los elencos más estelares de la historia del cine: Al Pacino, Jack Lemmon, Alec Baldwin, Ed Harris, Alan Arkin, Jonathan Pryce y Kevin Spacey. Ahora, Spacey parece sólo un destello más en esa constelaci­ón, pero en aquel momento era una gran oportunida­d para un actor de 33 años con pocos créditos en la pantalla. En 1995, sin embargo, todo cambiaría.

Es fácil interpreta­r su papel de Roger “Verbal” Kint en Los sospechoso­s de siempre como una metáfora del “hombre Spacey”. Un informador aparenteme­nte inocente, vulnerable pero gregario, resulta ser –alerta de spoiler– la oscura amenaza que constituye el núcleo de la película. La coincidenc­ia de cómo acabaron las cosas no debería distraer la atención de lo que realmente reveló Los sospechoso­s de siempre: La capacidad de Spacey para interpreta­r los papeles más escurridiz­os. Y lo hizo una y

otra vez: John Doe en Se7en, Hollywood Jack en Los Angeles al desnudo, Lester Burnham en Belleza americana. La pregunta de quién es Spacey parecía tener respuesta: uno de los grandes actores de su generación.

El último de esos papeles, en Belleza americana, de Sam Mendes, le valió a Spacey su segundo Oscar. No tenía el físico de Brad Pitt, ni el atractivo para los tabloides de Johnny Depp, ni el encanto de Tom Hanks. Pero tenía algo mejor: credibilid­ad. Cuando en 2003, en la cima de su fama, aceptó el puesto de director artístico del Old Vic de Londres, se consideró la elección de un verdadero artista. “Me lo pasé realmente bien haciendo películas durante unos 10 años y medio”, declaró a Prospect en 2009. “Después, ¿qué se suponía que tenía que hacer? ¿Otros 10 años haciendo lo mismo? No. Quería hacer algo que fuera más grande que yo, más grande que mi carrera, grande que todo eso... y eso es esto”.

A lo largo de los noventa y en el nuevo siglo, mientras Spacey se convertía en uno de los rostros más reconocibl­es del planeta, aumentaban las especulaci­ones sobre su vida personal. “No existía ningún actor gay declarado del nivel de Kevin Spacey”, afirma el escritor cinematogr­áfico Adam Vary en el documental Spacey Unmasked. Un artículo de portada de 1997 en la revista Esquire, con el titular “Kevin Spacey tiene un secreto”, fue considerad­o por muchos como la revelación del actor. Sin embargo, en 1999, Spacey concedió una entrevista a la biblia de la heterosexu­alidad estadounid­ense, Playboy, en la que negó ser gay. “No es cierto”, dijo. “Es mentira”.

Sin embargo, los rumores no cesaron. Durante sus 10 años en el Old Vic, la sexualidad de Spacey se considerab­a un “secreto a voces” dentro de la comunidad teatral londinense. El hecho de este secretismo se hizo cada vez más desconcert­ante a medida que salía de su época de rompecoraz­ones y entraba en una cómoda madurez. Fuera del escrutinio de Tinseltown, y con una nueva generación de actores abiertamen­te homosexual­es –hombres como Neil Patrick Harris, Zachary Quinto y Jim Parsons– consiguien­do papeles grandes y lucratimás vos, parecía otro ejemplo de cómo Kevin Spacey mantenía al verdadero Kevin Spacey fuera de la vista.

En los talk shows nocturnos, Spacey evitaba las preguntas sobre su vida privada y prefería hacer un abanico de magníficas imitacione­s –un Johnny Carson perfecto o un Christophe­r Walken perfecto– en lugar de hablar de sí mismo. Era un camaleón, tanto en lo personal como en lo profesiona­l, y todo parecía calibrado para evitar que se formulara esa pregunta: ¿quién es Kevin Spacey?

Y entonces, a fines de octubre de 2017, todo lo que Spacey había pasado la mayor parte de 60 años reprimiend­o estalló a la vista del público. El actor Anthony Rapp declaró a BuzzFeed News que Spacey había intentado seducirlo cuando solo tenía 14 años. Fue una revelación bomba: Spacey fue posiblemen­te la persona más famosa en enfrentars­e a acusacio

nes durante el movimiento #MeToo, y el primero en enfrentars­e a un acusador masculino.

La apresurada declaració­n que hizo tras la entrevista de Rapp es un ejemplo de relaciones públicas autoinmola­doras. “Tengo mucho respeto y admiración por Anthony Rapp”, escribió en Twitter/X. “Estoy más que horrorizad­o al escuchar su historia (...) si me comporté entonces como él describe, le debo la más sincera disculpa por lo que habría sido un comportami­ento de borracho profundame­nte inapropiad­o”.

Pero aparte de la minimizaci­ón de tono (las acusacione­s de Rapp implicaban que el actor, entonces de 46 años, lo había inmoviliza­do, cuando era niño, en una cama), fue la parte final la que robó los titulares. “He amado y he tenido encuentros románticos con hombres a lo largo de mi vida”, escribió, “y ahora elijo vivir como un hombre gay”. Esta fusión del anuncio sobre su sexualidad con una disculpa pública por abusos sexuales a menores suscitó duras críticas por parte de la comunidad LGBT+. “Kevin Spacey acaba de inventar algo que nunca antes había existido”, tuiteó el cómico Billy Eichner. “Un mal momento para salir del armario”.

La denuncia de Rapp fue sólo la primera. El actor Roberto Cavazos y el cineasta Tony Montana hicieron acusacione­s sustancial­es inmediatam­ente después, lo que precipitó una avalancha de testimonio­s anónimos ofrecidos a cadenas como la BBC y la CNN, y a publicacio­nes desde The Sun a BuzzFeed. A fines de 2017, Spacey había perdido su trabajo como Frank Underwood en la última temporada de House of Cards de Netflix –un papel que le había valido un Globo de Oro en 2015– y había sido sustituido mediante CGI por Christophe­r Plummer en Todo el dinero del mundo, de Ridley Scott. Kevin Spacey el actor, Kevin Spacey la celebridad, Kevin Spacey el talento generacion­al: todas estas versiones del hombre habían sido sustituida­s por una única y duradera imagen: Kevin Spacey el paria.

Fuera del mundo fácil de las alfombras rojas y los telones, Spacey parecía sin ataduras. En diciembre de 2018, colgó en su YouTube personal un video titulado “Let Me Be Frank”, en el que lanzaba un mensaje navideño metido en su personaje de Underwood. “No hemos terminado”, anuncia, a cámara, en el video de tres minutos. “No importa lo que digan... me quieren de vuelta”. Fue una reaparició­n en la escena pública que generó titulares y que recuerda vagamente a la de O. J. Simpson con su libro If I Did It: Confession­s of the Killer en 2007, y un ejercicio que Spacey repitió durante dos años más. También fue filmado, en 2019, cantando “La Bamba” en las calles de Sevilla, por alguna razón.

En julio de 2023, un jurado de Londres absolvió a Spacey de nueve cargos de agresión sexual. Fue la culminació­n de una serie de acontecimi­entos que habían comenzado, en 2022, con la acusación de la Fiscalía de la Corona contra Spacey en relación con incidentes que supuestame­nte habían tenido lugar entre 2005 y 2013, cuando Spacey vivía y trabajaba en el Reino Unido. “Me siento aliviado por el resultado de hoy”, dijo a los periodista­s fuera de Southwark Crown Court.

Tras pasar tres décadas trabajando en algunas de las películas más importante­s de Hollywood, con su rostro salpicado en vallas publicitar­ias de todo el mundo, Spacey, después de 2017, ha demostrado la fragilidad de la celebridad. Tras un paréntesis de cinco años, regresó en El hombre que dibujó a Dios, de Franco Nero (Italia se ha convertido en un paraíso para los artistas caídos en desgracia; el Museo Nacional del Cine de Turín concedió a Spacey un polémico premio a toda una vida en enero de 2023), y después apareció en películas de serie B como Control y Peter Five Eight. La cuestión de si Spacey sigue siendo un éxito de taquilla sigue abierta: ninguna de las dos películas se estrenó en cines.

Es poco probable que sus dos próximos proyectos –The Bleeding Ground y The Contract– rompan esta racha. Quizá su actuación más vista últimament­e haya sido un extracto de Timón de Atenas, una obra considerad­a como uno de los primeros textos sobre la “cultura de la cancelació­n”, pronunciad­o en una conferenci­a de la Universida­d de Oxford organizada por el comentaris­ta de derechas Douglas Murray. Recibió una gran ovación, señal, quizá, de que el atractivo de Spacey es ahora más político que estético.

El documental Spacey desenmasca­rado contiene nuevas acusacione­s sobre el actor. Una de ellas se refiere al exactor Ruari Cannon, que protagoniz­ó una producción de Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams, en el Old Vic cuando Spacey era director artístico del teatro. Cannon alega que fue manoseado por el actor en la fiesta de la noche de prensa. “Si no digo nada, me arrepentir­é”, dijo al diario i, cuando estallaban las acusacione­s de Rapp en 2017. “Y si lo hago, probableme­nte no vuelva a ser actor”.

Una productora del programa, Dorothy Byrne, declaró a The Observer que esperaba que Spacey desenmasca­rado “un movimiento MeToo para los hombres”. En respuesta a esta oleada de acusacione­s, Spacey apareció en una entrevista en video con Dan Wootton, un locutor que fue suspendido por GB News, trabajo que posteriorm­ente abandonó, a raíz de unos comentario­s sexuales inapropiad­os dirigidos contra una periodista en su programa. Es un testimonio de hasta qué punto Spacey se deslizó fuera de la corriente principal. “Quieren que vaya a la TV y pida perdón al mundo por todas las cosas terribles que hice”, dijo a Wootton. “No es que esté por encima de decir que lo siento, pero por irónico que pueda sonar, lo encuentro totalmente interesado y poco sincero”.

Spacey mantuvo este tono provocador, desestiman­do las nuevas acusacione­s en Spacey desenmasca­rado. “Puede que no fuera la mejor decisión”, dijo sobre sus comportami­entos sexuales. “Pero no fue ilegal, ni nunca se ha alegado que lo fuera”. No es loable, desde luego, pero tampoco censurable: el tipo de defensa resbaladiz­a que podrían confeccion­ar muchos de los personajes de Spacey.

Si Spacey se sintió aliviado en la escalinata del Tribunal de la Corona de Southwark el verano pasado, ese alivio le durará poco. Spacey desenmasca­rado revela más denuncias desgarrado­ras y detalladas contra el actor. El documental intercala estos relatos con un retrato del ascenso y la caída de Spacey, a menudo en sus propias palabras. “Cuando te ponés una 17 máscara en la cara y te ponés delante 05 de un espejo, de repente no 24 te ves a ti mismo”, dice, en un

PI12 material de archivo susurrado. “Te volvés libre”.

Spacey es un hombre libre. Es libre de hacer películas. No es culpable de los cargos que le imputa la fiscalía británica. Pero, en otro sentido, Spacey no es un hombre libre, no es libre para hacer películas, y se enfrenta a un nuevo aluvión de acusacione­s sobre su conducta. Es una tensión a la que se enfrentan cada vez más artistas y creativos condenados en el tribunal de la opinión pública, si no en los propios tribunales. Los deja, como al gato de Schrödinge­r, en una especie de limbo, libres y no libres a la vez.

Y deja sin respuesta una pregunta fundamenta­l: ¿quién es realmente Kevin Spacey?

* De The Independen­t de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.

El documental intercala las denuncias con un retrato del ascenso y la caída de Spacey, a menudo en sus propias palabras.

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Los sospechoso­s de siempre.
Spacey alcanzó la gloria en 1995, cuando ganó su primer Oscar por Los sospechoso­s de siempre.

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