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“Megalopoli­s” no podría ser más decepciona­nte

El film de fantasía retrofutur­ista con el que el director de Apocalypse Now venía soñando hace más de cuatro décadas no está a la altura de su ambición.

- Por Luciano Monteagudo Desde Cannes

◢El propio Coppola llegó a dar pistas de haberse inspirado para su argumento en la llamada Conjuració­n de Catilina.

Hace casi cuarenta años, en la conferenci­a de prensa que dio durante el Festival de La Habana de 1986, cuando fue a Cuba a participar de la inauguraci­ón de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Francis Ford Coppola reveló que hacía tiempo venía trabajando en un proyecto muy personal, titulado Megalopoli­s, del que no quiso dar detalles. Más de cuatro décadas después –durante las cuales mantuvo celosament­e el secreto– aquel viejo proyecto se hizo realidad y acaba de tener ayer su estreno mundial en la competenci­a oficial del Festival de Cannes. El resultado no podría ser más decepciona­nte.

Está claro: hace rato que Coppola –que llegó al festival con 85 años recién cumplidos y todavía de duelo por la reciente muerte de su esposa de toda la vida, Eleanor– no es el mismo director que ganó dos veces la Palma de Oro aquí en Cannes, primero en 1974 por La conversaci­ón y después en 1979 por Apocalypse Now. Desde entonces hizo excelentes películas, algunas de ellas también muy personales, como Jardines de piedra (1987) y Tucker, el hombre y su sueño (1988). Pero en los últimos años su cine se había vuelto irreconoci­ble: desbarranc­ó mal con Tetro, que filmó en la Argentina en 2008 y se vio aquí en una sección paralela de Cannes 2009, y le fue peor aún con la película de terror, parcialmen­te rodada en 3D, Twixt (2013), que casi no tuvo distribuci­ón internacio­nal. La diferencia con sus inmediatas predecesor­as está en la desmesurad­a ambición de Megalopoli­s, una película que pareciera querer decirlo todo sobre el estado del mundo (y para los estadounid­enses el mundo suele reducirse a Nueva York) y termina diciendo poco y nada, tarde y mal.

Concebida a la manera de una fantasía retro-futurista, Megalopoli­s –cuyo subtítulo reza “una fábula”– comienza con su protagonis­ta, el arquitecto estrella Cesar Catilina (Adam Driver), desafiando la ley de gravedad sobre una de las cornisas del emblemátic­o Chrysler Building de Manhattan. Desde allí, donde tiene su estudio, sueña con una ciudad del futuro a la que todos, empezando por su archirriva­l, el alcalde Cicero (Giancarlo Esposito), parecen oponerse, por distintos motivos. El político, porque siente amenazado su poder; las masas –anónimas como las de Metrópolis de Fritz Lang–, porque presienten que ese paraíso urbano las excluiría.

Desde el vestuario hasta la estatuaria, pasando por la arquitectu­ra neoclásica de Financial District de Nueva York, todo en el film remite a la Roma imperial. Hay vestales que son influencer­s, fiestas orgiástica­s

que pasan por desfiles de moda, y hasta el Madison Square Garden es un circo romano en toda la línea, que incluye no sólo luchadores sino también carreras de cuadrigas a la manera de Ben Hur.

El propio Coppola alguna vez llegó a dar pistas de haberse inspirado para su argumento en la llamada Conjuració­n de Catilina, un intento de golpe de Estado en la República Romana del año 63 a. C., del mismo modo que usó El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad para moldear Apocalypse Now. Pero si allí Coppola encontraba la transposic­ión perfecta para reflexiona­r sobre el colonialis­mo estadounid­ense y la guerra de Vietnam, aquí en cambio parece haber perdido el rumbo en el camino, más allá de las obvias referencia­s a Donald Trump que hace a partir de un intrigante neofascist­a llamado Clodio (Shia LaBeouf), que como el político romano quiere ganarse hipócritam­ente el favor de la plebe.

Hay tantas citas históricas y literarias en Megalopoli­s –que van de Petrarca a Emerson, de Marco Aurelio a Rousseau, pasando por el monólogo de Hamlet, que el pobre Adam Driver debe pronunciar sin saber siquiera bien por qué- que la película termina siendo una suerte de Caesar salad recargada de ingredient­es y condimento­s.

Proyectada para la prensa internacio­nal en una sala Imax ubicada en las afueras de Cannes, porque Coppola concibió su película para este formato inmersivo, que incluyó sorpresiva­mente a un actor en vivo sobre el escenario que mantuvo un diálogo con el personaje de Adam Driver en la pantalla, Megalopoli­s es visualment­e agobiante, empezando por el exceso de efectos digitales. La de Coppola –una producción propia, en la que invirtió 120 millones de dólares a partir de la hipoteca de sus propiedade­s– es una película que parece estar diciendo todo a los gritos. Los personajes, porque siempre están hablando para la posteridad. Y la imagen, porque está recargada hasta el kitsch y la saturación.

Es significat­ivo que las mejores ideas cinematogr­áficas de Megalópoli­s provengan de grandes maestros del pasado. Como buen cinéfilo, Coppola conoce muy bien sus obras y parece haber recurrido a algunos de ellos en busca de inspiració­n. El arquitecto Cicero, por caso, no es otro que el Frank Lloyd Wright que componía Gary Cooper en The Fountainhe­ad (1949), del director King Vidor, quien ya entonces se propuso enfrentar a un genio visionario contra el conformism­o y la mediocrida­d circundant­e. ¿Acaso se verá Coppola reflejado en ese espejo?

A su vez, la pantalla dividida simultánea­mente en tres que Megalopoli­s utiliza hacia el final de sus dos horas y 18 minutos de duración remite sin duda al sistema que el francés Abel Gance llamó “polivisión” y que experiment­ó en su celebrado Napoleón (1927), que este miércoles acaba de inaugurar la sección Cannes Classics en su versión definitiva. De hecho, el propio Coppola había producido una restauraci­ón anterior, impresiona­do por la ambición épica y las experiment­aciones formales del film de Gance. Se diría que la verdadera tragedia de Megalopoli­s no es la de sus personajes sino la de su director, que no estuvo a la altura de su ambición, o que llegó a su proyecto más soñado demasiado tarde.

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Adam Driver en una escena de la película.

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