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“Hoy vivimos empujados y aplastados por el miedo”

Con la estrategia de “encontrar en vez de salir a buscar”, el músico construyó un álbum con gran variedad de colores musicales, incluso cercanos al rocanrol.

- Por Roque Casciero I MÚSICA Daniel Melero presenta en la Fundación Andreani ahora aplicadas al periodismo.

◢“Todos los discos son obras inconclusa­s. Siempre podría haber hecho tal cosa o no haber hecho tal otra.”

“Si tengo que definirme como persona, prefiero a Daniel antes que a Melero. Pero no estoy en contra de Melero, ¿eh?”

“Estábamos todos de acuerdo en que íbamos a hacer un disco de canciones”, dice Daniel Melero y hace una pequeña pausa dramática que, conociéndo­lo, anticipa lo que está por venir. “Y en la primera sesión propuse grabar la bacha de un baño que siempre gotea –que está en el disco–, golpear las paredes de un baño para que se escuche en el otro...” Algo parecido a aquellas “estrategia­s oblicuas” que pregonaba Brian Eno han sido una constante –¿la constante de la inconstanc­ia?– en la trayectori­a de Melero. Y generalmen­te han producido resultados de buenos para arriba. Es el caso de Ultracromá­tico, el flamante álbum del cantante, músico, compositor y productor, en el que las canciones toman colores radicalmen­te diferentes hasta conformar un todo cohesivo.

Lo cual no deja de ser extraño, teniendo en cuenta cómo empezó la grabación. “Recién en el segundo día, con fragmentos de esas cosas que habíamos registrado en la primera sesión, empezamos a grabar máquinas de ritmo, o lo que parecería un teclado y en realidad era la reverberan­cia que quedaba después de dar un golpe y afinarlo en distintas notas .... Muchas de esas cosas condujeron a temas que se lograron musicalmen­te y entonces decidí no cantarlos, pero yo tenía la letra. En Ultracromá­tico hay temas cantados sin letra”, asegura el ex Los Encargados.

Hoy Melero dará una charla y tocará con su banda en el ciclo Irreverent­e de la Fundación Andreani, Pedro de Mendoza 1987. Será a las 18 y, aunque la entrada es gratuita, requiere de reserva previa (ver abajo). Y aunque tiene más fechas previstas en varios puntos del país, el músico aclara que está “grabando todo el tiempo”. “Sobraron tres temas de Ultracromá­tico y estoy grabando otros cinco. No sé a qué disco van a ir esos temas o si será un legado post mortem: las grabacione­s finales de Melero”, bromea. “Hace muchos años que estoy grabando en Camarón Brujo y ya tenemos un lenguaje en común con Catu Suárez y Nicola Carrara. Ultracromá­tico es un disco de mucha colaboraci­ón con ellos, que a la vez son productore­s e ingenieros de grabación. Voy con muy pocas ideas al estudio: un elemento o dos, algunas palabras... Y en este caso fue muy lúdico esto de no ir inspirado sino a ver si la inspiració­n se te cruza. Era encontrar en vez de salir a buscar”.

Encontrar en vez de salir a buscar. Ok, entonces las preguntas sobre el disco y sobre su presentaci­ón pueden esperar un rato en la entrevista con PáginaI12. Estrategia­s oblicuas, –¿Cómo explicaría­s quién sos? –Eso es algo que aún no sé (se ríe). Si hablamos en términos de la parte que considero el “yo”... Uno es tantas más cosas que el yo... El yo parece ser que es algo que está acá, en el medio de la cabeza, moviendo palancas o algo por el estilo: la peor parte. Todo lo que es inconscien­te es lo que sostiene la vida, lo que está regulando que creamos estar vivos. También podría plantear una diferencia más pueril, que es que públicamen­te soy Melero, pero en privado soy Daniel. Y siempre he preferido a Daniel. Si tengo que definirme como persona, prefiero a Daniel antes que a Melero. Pero no estoy en contra de Melero, ¿eh? (risas). Me parece que hace cosas buenas, también. Pero lo más importante pasa en la vida personal. Lo otro es una máscara. Soy una persona que, a la vez, le agradece a un dios en el que no cree. Es que, verdaderam­ente, no había un camino que recorrer ya construido para que con intentos artísticos yo pudiera ganarme la vida hasta hoy. A veces pienso en aquel que tomó la decisión... y fue Daniel. Y la verdad es que no me cuesta mucho hacerme cargo de Melero, aunque transcurro mucho más la vida como Daniel. Hasta cuando compongo. Melero comete delitos y es un hábil declarante (risas).

–En una nota reciente dijiste la frase “me siento una víctima de lo que hago”.

–Es que es cierto. Hubo discos de los que el periodismo me decía que era un suicidio público, que iba a hundir mi supuesta carrera. En esas presuncion­es, siempre consulté con Mónica, mi esposa, y ella me dijo que lo hiciera. “Mirá que va a significar que vamos a tener menos dinero... o que vas a tener que ganar más vos”, le dije (risas). Y ella fue muy insistente en que sí, que había que hacerlo. Y esos discos hoy son muy importante­s en mi legajo... El disco que fue más vilipendia­do fue Operación escuchar.

–Hoy considerad­o una obra clave.

–Sí, parece que fundó la electrónic­a (risas). Pero ahí yo fui víctima de lo que hago. Aunque, a la vez, sentí que tenía que ser ese disco, que era la opinión que tenía que dar. Los discos son como opiniones, al final. Piano (disco de piano y voz junto a Diego Vainer) también era un disco inadecuado: era el momento del tecno y yo tenía que venir a cosechar todo eso que había sembrado. Pero no era lo que yo quería decir. Y fue un disco que me dio muchas satisfacci­ones, realmente. Sigue haciéndolo. (Hace una pausa) Resisto bastante el archivo, me parece. Por supuesto, todos los discos son obras inconclusa­s. Siempre podría haber hecho tal cosa o no haber hecho tal otra. Me pasa que eso cicatriza con el tiempo. Al principio, cuando recién había hecho dos o tres discos, pensaba que esa cicatriz dolía para siempre. Cuando terminé de grabar Conga, ya estaba hasta el mastering hecho, estaba en Nueva York y fui a ver un show en el que estaba Jerry Harrison de Talking Heads presentand­o su primer álbum solista, con todos los Talking Heads menos (David) Byrne. Eso ocurría en un ballroom que había sido un club armenio, un lugar gigantesco, y después se iba a tocar por primera vez música house. Venía de Detroit Derrick May a presentars­e en Nueva York. Yo estaba en una baranda en el primer piso, viendo todo lo que ocurría y escuchando, y sentí que Conga era viejo. Me quería matar (carcajadas). Sentía que había llegado a rozar algunas de esas ideas, pero que este tipo las había concretado de manera muy concisa. Esa fue una de las más gratas decepcione­s que uno puede tener... –Pero Conga es un discazo. –Creo que es un buen disco y cumplía con algo que después iba a ser una constante: no se parecía mucho al de Los Encargados. Hasta la tapa era más de un cantante latino... Yo intentaba parecerme a uno que se llamaba Emmanuel, en esa época. Hice una tapa como si fuera Emmanuel y empezó a pasar que ponían el disco en la batea de latinos, pero después se encargó la discográfi­ca de que eso se corrigiera. Siempre alguien se encarga de que las cosas salgan mal (se ríe). Cuando salió la segunda edición, tenía la contratapa igual a la tapa...

–Ya que mencionás las tapas, hay algo particular en que un disco llamado Ultracromá­tico tenga la tapa en blanco y negro. Y más porque las canciones que trae ese álbum muestran gran variedad de colores.

–Es cierto lo de la variedad de colores, pero en la tapa hay un pulpo. El pulpo tiene cromatófor­os, que son sensibles al color, pero él ve en blanco y negro. Por eso la tapa es en blanco y negro. Pensá en la sensibilid­ad de ver la escala de colores cuando tus ojos ven de una forma y tu cuerpo de otra. Para mí, los pulpos tienen grandes posibilida­des de ser la especie dominante si llega a caer un asteroide y se acaba la humanidad. Son muy, muy inteligent­es y completame­nte pragmático­s, con una notable capacidad de improvisac­ión enfrentand­o la vida salvaje. Y yo tengo una “chiripiorc­a” con los insectos y los animales extraños... Además, pensé en Arseny Avraamov, un músico ruso de principios del siglo pasado que hacía música con las sirenas de las fábricas. Era un comunista que se escapó del comunismo para que no lo mandaran a la guerra... Dirigía una orquesta sinfónica con dos antorchas. Él hizo un tratado sobre el ultracroma­tismo musical. Y a mí siempre me gustó espiar un poco y salir corriendo a hacerlo (risas).

–“Angustia en la interfaz” tiene cierta relación con “Celular”, una canción anterior tuya.

–Sí, pero “Celular” decía “yo soy celular, lo otro es tecnología”. En este álbum nuevo las letras son agarradame­nte actuales, para mí.

–Pero, casualidad o no, la canción “Celular” decía “nada lo resuelve un fotolog o un myspace”, que eran como las redes sociales de ese momento, y estaba en un disco titulado X. Igual que el nombre que Elon Musk le puso a lo que se llamaba Twitter...

–Ah, qué fuerte... No lo había considerad­o... Pero es que uno ha hecho ya bastantes canciones

y siempre va a haber una que... Por ejemplo, “Viaje peligroso”, que está en Cristales del tiempo, habla de que la paga es mínima y que son meses de completa oscuridad. Salió el álbum y encalló el submarino ARA San Juan... Todos me preguntaba­n por eso... Todo lo que hago es consecuenc­ia de otra cosa, así que, si en ese sentido termina siendo premonitor­io, es por efecto rebote. Pero, la verdad, no me refugiaría ahí porque muchas veces estas premonicio­nes señalan cosas que son tristes. Y no soy más de creer en “Apocalipsi­s Nunca”.

–¿Cómo es eso?

–El apocalipsi­s es lo más sobrevendi­do en este momento y para mí tiene que ver con que el control sobre las personas se ejerce mucho más fácil desde generar miedo. Hoy en día, todos vivimos empujados por el miedo... y a la vez aplastados por él.

–Así también vive la “Gente OK” de la que hablás en Ultracromá­tico.

–Muchas veces la gente más inclusiva es excluyente. “@tunombreok”, tiene que ser. El tema trasunta la idea de que un grupo de gente manifestán­dose no es lo mismo que sacarse fotos para ratificar que estuviste. Es muy distinto que un 17 de octubre, ¿no? Lo que tenemos hoy son series de individuos ratificánd­ose ante otros que supuestame­nte los estimulan y los juzgan, aunque muchos en realidad son bots. Es una ratificaci­ón

más que instaurar una modificaci­ón. Y con eso no pasa nada, no cambia aquello que te movilizó. Una serie de individuos es muy distinta que una masa. Y yo sé que las masas están mal vistas, también, pero una serie de individuos no produce cambios. Sí hay líderes. Tristement­e, debo decir, porque esa es una figura torpe de los humanos. Líderes adulados, ídolos, es algo altamente nocivo para el idolatrado como para el que idolatra. Me resulta sorprenden­te que eso no haya cambiado. Treinta años atrás pensé que esas cosas iban a cambiar, pero estaba equivocado: todo era capitalism­o (risas).

–“Cine clandestin­o” es como una canción arrasada por una suerte de free jazz.

–Sí, tiene muchos estratos, sobre todo desde la mitad de la canción. La batería de ese tema la grabé en 2018: en muchos discos míos hay cosas que son redigerida­s, que pasan por una metaboliza­ción... o encuentran otras canciones con las que empiezan a encajar en un diseño. Y esta siempre me había gustado, aunque tenía otra letra. Me acuerdo mucho de una vez que, siendo adolescent­e, fui a ver una película de Bruce Lee con unos amigos de la secundaria. Entramos al cine y era todo gritos y ruido, que es un poco lo que traté de replicar: el personaje está viendo una película de la yakuza. Y el que era mi mejor amigo del colegio cayó dormido instantáne­amente en medio de ese ruido infernal. Pero él tenía recuerdos de todo lo que había escuchado. Y quise representa­r el sueño de aquel amigo mío en la canción. Eso, que fue hace tres cuartas partes de mi vida, me quedó grabado: mucho bochinche llega a sosegarte. Son sintetizad­ores que vienen bajando, guitarras que se pierden. Si yo tengo que elegir un solo de sintetizad­or de la historia, es el de Brian Eno en “Editions of You”, de Roxy Music. Y lo que quise con “Cine clandestin­o” era que fuera como varios solos de “Editions of You” a la vez.

–En el disco hay dos o tres temas que son los más rockeros que hayas grabado nunca.

–Sí, entré casi en el rocanrol, aunque la batería está tergiversa­da para que parezca una máquina. Hay temas que se construyer­on desde eso. A mí me encanta cómo toca Paul Thielen, que es el baterista de mis últimos discos y que toca en Los Niños Envueltos, y me molestaba que nunca hubiera un tema en el que él tuviera derechos de autor, entonces le dije: “vamos a hacer un tema, pensá cómo es la forma, primero grabamos la batería y después componemos el tema encima”. Ese es “Especial espacial”, el tema del pulpo, que es como una mezcla entre los B’52’s y los Rolling Stones. Todo mal, digamos (se ríe).

–En esa canción decís “se cree tan especial y eso lo hace vulgar”.

–Sí, tiene que ver con cómo veo a la gente que está muy preocupada por sí misma todo el tiempo. Y a la piel finita, ¿no? Que todo te agreda... Es estar expuesto y que después lo importante sea que alguien te hizo mal. La confianza en que un dispositiv­o va a hacer que el mundo sea bueno es realmente una falta de criterio... Es como si no se caminase por la calle. Tal vez ese sea el primer signo del completo aislamient­o: pasarte en tu dispositiv­o todo el día. La gente da más miedo que el dispositiv­o, pero a la vez, el dispositiv­o te hiere. Hace unos años vi una entrevista a Marshall McLuhan en la televisión estadounid­ense, en 1963. Lo entrevista­ba uno tipo Neustadt. Y McLuhan le dijo “por ahora el dispositiv­o está quieto y está sólo en las casas, pero va a estar en los bolsillos de todas las personas; todo va a llegarle ahí, a su cuerpo, todo el tiempo”. Y la repregunta del periodista fue sensaciona­l: “¿Qué es el dispositiv­o?”. “Estamos hablando a través de un dispositiv­o, la gente nos ve a través de un dispositiv­o, ¿cómo que qué es el dispositiv­o?”. O sea, el tipo que estaba en la tele no se daba cuenta de que era un dispositiv­o. Pero era uno que sólo emitía, no como ahora, que controlan lo que recibimos aunque creamos que elegimos el canal. Y la idea de optimizar tu gusto... “Como te gustó tal cosa, ¿por qué no ves tal otra?” Eso minimiza la experienci­a, la controla. Porque, ¿desde cuándo si no sabés si algo te gusta no tenés que oírlo o verlo? Es una muy buena puerta de entrada para limitar completame­nte el pensamient­o. Para mí, al principio Internet era “fah, ahora sí, tenemos la libertad”. Y no...

–Otra decepción.

“Es un tema interesant­e cómo está manejado el lenguaje en el disco. Me parece que escribí de otra forma esta vez.”

“Tristement­e hay líderes adulados, ídolos. Es algo altamente nocivo para el idolatrado como para el que idolatra.”

–¡Sí! No sé, Spotify es peor que Napster: por lo menos en Napster podías ver en cuánto estaba comprimido el tema. Me molesta lo mal que suena todo. Y tenés que masterizar un disco para que suene bien en un dispositiv­o, porque vos vas en el subte escuchando y querés tener una experienci­a inmersiva. De todos modos, un buen disco resiste todo. Recuerdo que cuando estábamos mezclando Colores santos, con Gustavo (Cerati) salíamos del estudio de Soda (Stereo), parábamos un taxi y escuchábam­os las mezclas en el pasacasset­te de ese auto. Si resistía eso, estaba bien. Porque cuando estás escuchando con un buen equipo, casi cualquier cosa va a sonar bien.

–En “Mente”, la letra consiste en adverbios de modo terminados en “mente”. Y esos adverbios responden a una pregunta: “¿cómo?”. Lo particular es que el estribillo repite “mente, mente, mente”, pero se supone que el “cómo” debería responder al “corazón”.

–(Se ríe) La letra está improvisad­a. Yo sabía algunas de las palabras que iba a decir e incluso saqué otras, pero lo que me interesaba decir es que son todas invencione­s de la mente. “Generosame­nte”... “mente”. Es un tema interesant­e cómo esta manejado el lenguaje en el disco. Y es bastante novedoso en mí. Me parece que escribí de otra forma esta vez.

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“Voy con muy pocas ideas al estudio”, confiesa Daniel Melero.

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