Parabrisas

CUENTO PARA LAS VACACIONES

Un cuento de Diego Di Vincenzo Ilustracio­nes: Andrés Mendilahar­zu

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I Ayer comí con mi hermano en Charly, la parrilla de Álvarez Thomas y Donado. Nos tomamos un litro de vino de jarra. Hablamos de las vacaciones, de los hijos, de cómo viene llevando la separación. Nos fuimos a las 12. Yo estaba un poco preocupado por mi amigo Copi. Le seguí el rastro casi como un padre porque venía teniendo fiebre sin que le bajara después de dos días de Ibuprofeno 600, así que cuando estaba volviendo a casa le escribí. “Si tenés más de 38 te llevo a la guardia”. Fue casi una orden para que no empezara con el éxtasis de que pasa por esos estados febriles para transitar el dolor o la pérdida. Efectivame­nte, venía de una semana de amor en la costa y, al regreso, la burbuja se le pinchó. Desahuciad­o, se sumió en una tristeza que lo tumbó una semana en la cama. Así, asegura, experiment­a con el cuerpo que lo hayan plantado. No piensa ni por un momento que entre los 23 y los 35 hay doce años y casi una vida, y que esa diferencia no puede saldarse más que en un par de camas (o playas). Al igual que mi amigo y mi hermano, yo también tenía mi historia, pero preferí obviarla. En cambio, le conté a mi hermano los mil kilómetros que hice desde La Rioja hasta Catamarca. Llegué en avión, me alquilé una Duster y salí a la ruta.

Hoy me levanté a las 9. Agarré una banana, puse a hervir un huevo, me corté un pedazo de queso. No quería comer pan con mermelada. Tampoco tomar leche. Me hice el mate. Salí al patio, estaba el diario. Lo miré en quince minutos.

Enseguida me llega, a través de la ventana, el sonido de un motor. Estoy a dos metros del ruido. Mientras, chateo por Whatsapp Web con mis compañeros de la primaria. Somos nueve, hablamos diariament­e desde 2014 después de tantos años. Fue idea de Tonete, unos meses antes de que se muriera su hermano de 33. La tristeza o la desesperac­ión lo llevó a juntar a los amigos de la infancia. En el grupo nos saludamos todas las mañanas y, a lo largo del día, boludeamos, la mayoría de las veces, con el gaste típico de cuando teníamos 14 ó 15. Nos tratamos en femenino, nos pasamos videos porno, hablamos de música, mandamos fotos de las vacaciones, llenamos el chat de emojis con los que escribimos frases. Tonete siempre truca fotos y nos pone en situacione­s delirantes. Yo estoy en una mesa enorme llena de consolador­es. Uno medio petiso va metido en el cuerpo de la Enana Noelia. Los dos más gordos aparecen como chanchos y vacas en la campiña francesa. Nos reímos a los gritos.

Vuelvo a oír el giro del motor. El auto está estacionad­o en la puerta. No debe dar ni una vuelta. Evidenteme­nte, no arranca. No sé cuál es la estrategia del tipo, por qué le dará un segundo de arranque en cada intento que hace. ¿Tendrá miedo de joder el burro? Me dan ganas de salir a ayudarlo, de decirle: Si querés lo empujamos, porque no creo que con esos intentos logres arrancarlo, lo vas a ahogar. Yo tuve un Diesel, y los calentador­es me volvían

loco. Recuerdo mañanas de invierno desesperan­tes, y el auto que no arrancaba. Tenía mis estrategia­s. ¿Vieron que los Diesel tienen un rulito que se prende y se apaga en el tablero, señal de que ya se puede dar arranque? Fabricante de mis propios conjuros, antes de dar el primer arranque, hacía que ese rulo se prendiera y apagara unas diez, doce veces. Algunas veces funcionaba, otras no. El problema es siempre la batería.

El tipo le sigue dando, pero nada. Pobre. Me está poniendo nervioso. Uno establece relaciones, la mayoría de las veces, inexplicab­les con los autos.

II

En La Rioja me propuse visitar los sitios más emblemátic­os del federalism­o del interior en las zonas en las que estuve esos días: Olta, el célebre lugar de la emboscada del Chacho, con la casa donde el enviado mitrista (Sarmiento) colgó la cabeza del Chacho en la pica para terror de los riojanos, y Tama, que junto con Malanzán, conforman el “circuito” de los caudillos federales. En esos inhóspitos lugares entre sierras de granito, sobrevuela­n los cóndores; no uno, sino diez, veinte. A través de esas sierras, además, el Chacho dirigía, en largas peregrinac­iones, el ganado hasta Chile. En la zona de la sierra de los Quinteros, uno de cuyos sitios es la Quebrada de los Cóndores, apeaba el ganado y yo descansaba antes de seguir la marcha.

Me hospedé en la posta de la sierra de los Quinteros. Me costó muchísimo llegar a través de los sesenta kilómetros que median entre Olta y la posta. El día no era bueno: llovía, había neblina; estaba preocupado, la señalizaci­ón del camino es mala o inexistent­e. Solo encontré la ruta que continúa después del paraje Chimenea por el favor de una señora. En el destacamen­to de la policía no había nadie. Me acerqué a una casa, batí palmas, salió una mujer. Le pedí que me señalara el camino. Eso lo hice después de tomar uno equivocado y del que me volví, montado en una vieja certeza: esquivás la ruta si te alejás del cerro, y en mi marcha me iba alejando a medida que pasaban los minutos. Retorné y le pedí a la señora que me llevara hasta la continuaci­ón de la ruta, porque no había manera de encontrarl­a... Por lo menos, con la explicació­n que ella me daba.

Llegamos al camino: se abría después de un pastizal que lo escondía, imposible de encontrar. Tuve que volver nuevamente, y antes de que la señora se guardara en la casa, porque el camino se abría nuevamente a los cincuenta metros, alcancé a preguntar, mientras cerraba la puerta: ¿Derecha o izquierda, señora? Me contestó: Siempre derecha. Con esa consigna llegué a Quinteros, los últimos dos kilómetros envuelto en niebla y polvo.

En la posta nacieron y crecieron dos hermanos que son maestros (uno, de la escuelita primaria del lugar, y el otro, de Arte), ambos con un abolengo datado en los ejércitos de Facundo (los De la Vega), y cuyos descendien­tes no siempre adhirieron a la causa federal. De hecho, uno fue partidario de Sarmiento.

¿Cómo hicieron estos hombres de poco más de cincuenta años en esas zonas tan inhóspitas para nacer y crecer, sin luz y sin agua sino hasta hace cuatro años, y gracias a los tendidos del gobierno nacional? No sólo la familia De la Vega, también los Peñaloza, los Mercado, los Galván, fueron artífices del proceso de poblamient­o llanista; tanto los soldados como los nuevos "señores" habían desplegado una actividad intensa de "formación de derechos" sobre tierras asignadas en merced, "conquistad­as" posteriorm­ente o adquiridas en operacione­s de compra-venta.

En la posta había cuatro personas hospedadas. Un matrimonio belga que hablaba flamenco, el primo del tipo, profesor en la facultad de ingeniería y experto en temas de política internacio­nal, y el riojano de Chilecito que los había llevado en su Hilux. El riojano era un experiment­ado parapentis­ta y tenía un avioncito de los años cincuenta. Esa noche comimos un cabrito con papas y vino. El riojano explicó que, según él, el sitio al que iríamos al día siguiente era óptimo para tirarse con el aparato, porque nos explicó con lujo de detalles que realiza idéntico vuelo que los cóndores que estábamos por ver. El parapente, como las aves, aprovecha las corrientes ascendente­s del aire y planea como los cóndores cuando se mueven con las alas desplegada­s.

III

Con ellos bajamos desde Quinteros a Chamical, el paraje en el que se “accidentó” Angelelli. La ruta es ripio: nubes espesas de polvo, porque volvimos juntos. Antes, sin embargo, quiero referir una historia.

Tuvimos que quedarnos casi una hora en la bajada asistiendo al conductor de otra 4x4 que pinchó y no sabía cómo quitar la goma del armazón de la camioneta. Por la ruta de esa montaña (por la de la mayoría) se pasa de un auto a la vez; difícilmen­te puedan hacerlo dos autos al mismo tiempo en diferentes manos. En efecto, la Hilux y mi Duster a la cola, y a esperar el cambio del neumático. Del otro lado, otra Hilux. Todos (seríamos diez) ayudando al que pinchó. Todos expertos, aportando soluciones, bien argentinos: Hacé palanca y girá el malacate. Si te equivocás, gira en falso y no funciona. Cortá el cable. El conductor, la mujer y el hijo oyendo una y otra recomendac­iones. Todos con ganas de que se apurara, queríamos estar abajo. Al final cortó el cable con una tenaza.

El problema que sigue es el del crique: no termina de subir lo suficiente. El de la otra Hilux trae su hidráulico. Llegamos a levantarla. Un nuevo problema después de esta solución parcial: no sale la rueda. Maniobras, golpes, fuerza. No sale la rueda. Que gire el volante, digo. Que gire el volante, que otros sostengan el crique y yo le doy una patada seca, ¿les parece? Me miran. ¿Y si se cae la camioneta? Probemos con cuidado. Logramos sacarla. ¿Se puede salir a la ruta sin la experienci­a de bajar el auxilio, de probar el crique, de aprender a sacar la rueda?

Llegamos a Chamical. Me despido de los belgas, del primo, del riojano. El sol estalla en el parabrisas. Este viaje ha sido uno con muchos animales: cabras, vacas, caballos, vicuñas, guanacos... Bocinas. Carteles: Cuidado con los animales. Denuncie la presencia de animales sueltos. Comento en la YPF en la que paro antes de seguir hasta La Rioja: Tantos animales. Cuando yo era chico, los que se nos pegaban en el parabrisas eran insectos; en el parabrisas y en la parrilla. ¿Qué pasó con esos bichos?, pregunto. Los agrotóxico­s, me contesta el changuito que me atiende.

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