LA OTRA CARRERA: APUNTES DE UNA NOVELA INÉDITA
Capítulo 10
La huelga planeada por los pilotos antes de la largada del GP de Bélgica en Zolder era un éxito. Los pilotos se habían bajado de sus autos y un poco más allá Bernie Ecclestone, de pie junto al Brabham de su piloto Piquet, tenía en la mano la carta que la GPDA le había entregado y que decía, entre otras cosas: “Nos ha parecido necesario realizar esta acción. A partir del Acuerdo de la Concordia, los pilotos no hemos sido tenidos en cuenta en ninguna de las decisiones que se han tomado. Desde hace tres años, por razones de seguridad, tratamos de reducir a 26 el número de autos en la pista durante los entrenamientos, y vemos, además, rechazado a un piloto que está clasificado en el campeonato del mundo. Este y otros aspectos no han sido contemplados en el Acuerdo de la Concordia...”
Bernie sentía que se le contraía el estómago. ¿Qué demonios quería decir esa carta? Nunca antes había visto una cosa así. ¡Y a los señores se les ocurría ahora, justo en el momento de la largada, cuando las imágenes de los momentos previos a la carrera se transmitían por televisión al mundo entero! Tenía que hacer algo, y rápido. A su alrededor todos discutían entre sí, nadie parecía entender nada y cada piloto daba a la prensa explicaciones sobre su actitud. Reconoció a algunos que pertenecían a la FOCA... ¡y apoyaban el movimiento! Era una payasada.
Alan Jones estaba dentro de su Williams; prefería no moverse. El australiano estaba de acuerdo con sus colegas, principalmente con los mecánicos, pero pensaba que una huelga de este tipo no podía servir sino para agravar
la situación. Piquet, por su parte, no podía hacer nada. Reutemann tampoco. Sus jefes no les permitían unirse al reclamo.
Ecclestone se fue a hablar con Frank Williams y Colin Chapman. No tardaron en ponerse de acuerdo. Frank despejó la pista para que Jones pudiese salir a dar la vuelta previa y Bernie apartó personalmente a la gente instalada delante del auto de Piquet. El brasileño arrancó y lo siguieron Reutemann, Jones y el resto.
Así terminó la “rebeldía”.
Pero cuando se dio el primer vía libre, la grilla estaba ordenada en un sector más avanzado en la recta principal que el de la largada propiamente dicha. Algunos pilotos entendieron que se partía para componer la grilla al término de esa vuelta, y luego el giro previo. No todos quedaron bien instalados en sus autos para comenzar. Piquet tardó quince segundos en ocupar el suyo. La temperatura de refrigeración del auto de Jones se acercó a los 120 grados. Pero no era el único. Los motores rugieron cada vez más fuerte. Entonces Reutemann levantó los brazos. Frank Williams se le acercó inmediatamente, y gente de Brabham se aproximó al auto de Piquet. Un mecánico de Arrows, llamado David Luckett, vio a Patrese sacudir los brazos y se lanzó a la pista, seguido de otros tres colegas, y se ubicó en la parte posterior del auto para auxiliarlo. Pironi hizo una seña para que la carrera se largara. Derek Ongaro, largador oficial, se sintió presionado. Sabía que como consecuencia de la prolongada espera, algunos pilotos tenían problemas, pero no pudo ver a Luckett, todavía agachado detrás del auto de Patrese. Encendió la luz roja, indicación de que en cinco segundos aparecería la verde. Cuatro, tres, dos, uno.
Los autos arrancaron. Tres de los cuatro mecánicos de Arrows habían conseguido escapar, pero Luckett aún intentaba poner el auto en marcha. Fue atropellado y apretado contra el Arrows por el otro bólido de la escudería, con Sigfried Störh al mando, lanzado desde la séptima fila.
El mecánico quedó tendido en el suelo mientras se alzaban banderas amarillas y los demás autos se aproximaban ya a gran velocidad. Piquet y Jones pasaron a toda marcha. Un vehículo de seguridad se intercaló entre el primero y el resto. Pironi comprendió, redujo la velocidad tras su primer paso por delante de los boxes, y su actitud provocó el aplauso del público. Mientras, se agitaban banderas en todo el circuito. La carrera fue interrumpida.
Ya en los boxes, donde se alzaban voces airadas, los pilotos se pusieron a hablar entre ellos, algunos sentados sobre el acero del guard-rail. Laffite se negaba a correr esta carrera y Guy Ligier trataba de convencerlo de lo contrario. Villeneuve se ocupó de tranquilizar, en vano, a Stöhr, puesto que corría el rumor de que Luckett, inglés, de treinta años, había fallecido.
Finalmente, Ligier convenció a Jacques de tomar la largada, que se produjo veinticinco minutos más tarde. Terminaría segundo, delante de Mansell. Una carrera en la que se produjo un incidente entre Piquet y Jones cuando disputaban el segundo lugar. Nelson diría que la culpa había sido del australiano, y que ya vendría la hora del desquite: tal vez algún día tuviera la suerte de sacarlo de pista para darle el triunfo a Reutemann, que por otra parte fue el ganador de esa endemoniada carrera que marcaba un fin de semana teñido de mucha torpeza y demasiada sangre.
Nadie podía saberlo todavía, pero era el último triunfo de Lole en la F.1. También, el de un argentino en la categoría... hasta ahora.
Luckett no murió; tenía fracturadas ambas piernas y contusiones varias.
El que falleció, en el Hospital de la Universidad de Lovaina, en las últimas horas de ese domingo, fue Giovanni Amadeo, el mecánico que el viernes previo había sido atropellado por Reutemann.