Parabrisas

Autos voladores

La tecnología aeronáutic­a es una suerte de referencia para la industria automotriz, y muchos constructo­res de autos la adoptan para desarrolla­r sus modelos. Pero, ¿quiénes fueron esos precursore­s? ¿Hubo alguno en la Argentina? En este artículo, un recorri

- Por Gustavo Piersanti

La industria aeronáutic­a ha influido fuertement­e en la automotriz casi desde sus comienzos. Y aún hoy lo sigue haciendo. Ya sea a través de la aplicación de estudios de penetració­n del viento, de la adopción de tecnología­s mecánicas, eléctricas o electrónic­as, y también mediante el uso de nuevos materiales livianos, nuestros autos se nutren de los avances de los aviones.

El precursor más destacado fue Marcel Leyat, un ingeniero nacido en 1885 en Drome, Francia, que llegaría a ser uno de los pioneros de la aviación gala y un adelantado a su tiempo. Desde muy joven se interesó por el nuevo invento del hombre, el automóvil, que ya empezaba a poblar las calles de su tierra natal, aunque también se apasionó por la aviación. Muy pronto obtuvo la licencia de piloto y empezó a trabajar en una fábrica de hidroavion­es, lo que le permitió, además, probarlos. Queriendo unir lo mejor

de sus dos aficiones, en 1913 comenzó la construcci­ón de prototipos de vehículos con aspecto de avión, pero sin alas. Así llegaría el primer prototipo experiment­al de automóvil impulsado por hélice, poco antes de la Primera Guerra Mundial.

Los vehículos, con fuselaje de madera y de dos plazas en tándem, tenían suspensión independie­nte en las cuatro ruedas, con las traseras directrice­s, y frenos en el tren delantero. Iban equipados con un motor frontal que hacía girar una enorme hélice propulsora, cubierta por un aro metálico de protección.

Terminado el conflicto bélico, Leyat aprovechó partes de cientos de aeroplanos en desuso y fundó en París, en 1919, la sociedad Mecánica Aeronáutic­a para el Automóvil, con el fin de producir y comerciali­zar vehículos a hélice que llevaran su nombre. Hubo tres ver

siones disponible­s: carrocería abierta, berlina y furgoneta. Su creación era un auténtico misil, aunque muy ruidoso. Uno de sus prototipos logró alcanzar los 171 km/h, toda una marca para esos años. Pero en 1925, después de haber construido unas treinta unidades de las primeras dos versiones, este pionero abandonó la fabricació­n de autos para dedicarse al desarrollo de aviones provistos de alas revolucion­arias.

Marcel Leyat murió en 1986, es decir pasados sus cien años de vida, y aún hoy dos de sus autos siguen en funcionami­ento.

Una idea de alto vuelo

Terminada la Segunda Guerra

Mundial, la empresa norteameri­cana Consolidat­ed Vultee Aircraft Corporatio­n proporcion­ó los fondos para que sus ingenieros concibiera­n un auto volador: el ConvAirCar. Se trataba de un auto pequeño medianamen­te convencion­al, al que se le podía adosar sobre el techo una estructura que contenía las alas, la cola y el propulsor. El material elegido en función de un bajo peso era revolucion­ario para la época: plástico recubierto de fibra de vidrio. La idea era que el propietari­o de un ConvAirCar pudiera conducirlo por las calles normalment­e, y cuando fuera necesario se acercara hasta el aeropuerto más cercano, adosara la estructura mencionada y pudiera

Desde casi los inicios del siglo pasado, el hombre ya se imaginaba un mundo con gran densidad de población y ciudades llenas de vehículos. Por esa razón, es que también se comenzó a pensar en ocupar el cielo.

decolar como una aeronave más. Una vez en destino se realizaría el proceso inverso de desmonte.

En noviembre de 1947, el ConvAirCar realizó con éxito un vuelo de una hora y dieciocho minutos sobre San Diego, ciudad de la sede central de la empresa. Esas pruebas estaban destinadas a publicitar el osado producto. Incluso el New York Times y el National Geographic se hicieron eco de la proeza. Pero, lamentable­mente, el tercer vuelo no resultó como se esperaba; el prototipo de pruebas se estrelló, el piloto falleció y la idea de la Vultee se truncó de forma abrupta.

Exótico y sencillo

El Aerocar fue desarrolla­do por el estadounid­ense Moulton Taylor en 1949. Se trataba de un pequeño auto biplaza al que se le podían agregar, sin demasiado esfuerzo, un par de alas más una cola con su timón y una hélice propulsora, que se llevaban enganchado­s a la unidad a modo de remolque. En diversos anuncios publicitar­ios se destacaba lo sencillo del proceso, haciendo hincapié en que hasta una mujer podía hacerlo sin ensuciarse los guantes.

El Aerocar de Taylor estaba impulsado por un motor Boxer de 5,2 litros de cilindrada con 150 CV, que se alojaba en la parte trasera, y venía acoplado a una caja de cambios de tres velocidade­s. En tierra podía alcanzar los 100 km/h, mientras que en el aire llegaba a desplazars­e a unos 160 km/h, y con una excelente autonomía: 480 kilómetros. Las dificultad­es

que se presentaro­n para que este exótico auto/avión llegara a producirse de manera masiva, radicaron en las licencias que debían tramitarse para poder operarlo debidament­e en tierra y aire. De esta manera, Taylor sólo logró fabricar seis unidades, de las que sólo una está aún operativa.

También en la Argentina

A comienzos de la década del cincuenta, Eugenio Grosovich y Gianfranco Bricci comenzaron a idear en Córdoba un automóvil muy particular. Sus bosquejos atraparon el interés personal del entonces presidente Juan Domingo Perón, que les consiguió el apoyo del Instituto Aerotécnic­o en las instalacio­nes de IAME (Industrias Aeronáutic­as y Mecánicas del Estado).

Para aprovechar algo de lo ya desarrolla­do y así bajar costos, partieron desde el chasis, de largueros laterales de chapa de 1,6 mm unidos por travesaños soldados que utilizaba el sedán Justiciali­sta. También se tomó su carrocería, que fue pertinente­mente modificada para hacerla más aerodinámi­ca. En la cola se hallaba lo más destacado del auto: una hélice de dos palas con un paso de nueve grados, realizada en aluminio y magnesio. Inicialmen­te se la acopló a un potente motor de avión, para después terminar utilizando un más modesto Chevrolet de seis cilindros refrigerad­o por aire, que entregaba escasos 90 CV.

El accionamie­nto estaba dado por medio de una manija y seis correas paralelas de sección trapezoida­l que conectaban con una extensión del cigüeñal original del motor. En la parte frontal se encontraba­n la rueda de auxilio y el tanque de combustibl­e. El interior tenía gran habitabili­dad, con capacidad para seis pasajeros distribuid­os en dos asientos enterizos. El auto era liviano, y con un andar sereno gracias a suspension­es independie­ntes en ambos trenes. Lnos puntos flojos era el ruido de la hélice y su pobre aceleració­n hasta alcanzar los 60 km/h.

El recordado periodista Federico Kirbus, quien pudo probarlo en su presentaci­ón en octubre de 1954 en Buenos Aires, destacó: “Sin duda el vehículo más exótico en el que viajé fue el Aerocar. Al bajar por Sarmiento, levitaban fungis, ranchos y polleras…” El auto despertó cierto interés; incluso una compañía california­na quiso comprar los derechos para fabricarlo en serie, pero su adaptación al tráfico de las grandes ciudades era poco probable. Este único ejemplar fue desprendid­o de su hélice para volver a ser un auto convencion­al, pero pronto cayó en el olvido y se asegura que terminó desguazado..

 ??  ?? El primer vuelo del ConvAirCar fue todo un éxito. Tenía buena velocidad y excelente autonomía. El tercero, para el olvido... (Pág. opuesta).
El primer vuelo del ConvAirCar fue todo un éxito. Tenía buena velocidad y excelente autonomía. El tercero, para el olvido... (Pág. opuesta).
 ??  ?? Arriba, el único Leyat Hélica que queda de los que se fabricaron, es el que utilizó el aventurero argentino Gustave Courau para recorrer Francia en los años´20.
Arriba, el único Leyat Hélica que queda de los que se fabricaron, es el que utilizó el aventurero argentino Gustave Courau para recorrer Francia en los años´20.
 ??  ?? Al lado, de las pocas fotos decentes del Aerocar cordobés. Tuvo una vida efímera. Abajo, el ConvAirCar en estado normal, en el que no despertaba sospechas de su doble propósito.
Al lado, de las pocas fotos decentes del Aerocar cordobés. Tuvo una vida efímera. Abajo, el ConvAirCar en estado normal, en el que no despertaba sospechas de su doble propósito.
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 ??  ?? Fantástica toma del único Aerocar sobrevivie­nte y funcional. Hace poco salió a subasta por una cifra superior al millón de dólares.
Fantástica toma del único Aerocar sobrevivie­nte y funcional. Hace poco salió a subasta por una cifra superior al millón de dólares.
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 ??  ?? A diferencia del ConvAirCar, el Aerocar delataba en ciertos detalles que podía volar. Remaches en la carrocería, suspension­es carenadas... y un cockpit en lugar de tablero.
A diferencia del ConvAirCar, el Aerocar delataba en ciertos detalles que podía volar. Remaches en la carrocería, suspension­es carenadas... y un cockpit en lugar de tablero.
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 ??  ?? El huevito de Moulton Taylor acarreando sus accesorios para volar. En ByN, otra toma del accidente del ConvAirCar, que le costó la vida a su piloto de pruebas.
El huevito de Moulton Taylor acarreando sus accesorios para volar. En ByN, otra toma del accidente del ConvAirCar, que le costó la vida a su piloto de pruebas.

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