LA OTRA CARRERA: APUNTES DE UNA NOVELA INÉDITA
Capítulo 12
Antes de avanzar con el GP de Francia, ¿qué fue lo que caracterizó a las carreras de Mónaco y España de 1981? Porque ambas serían inolvidables, pero por razones distintas. El domingo 31 de mayo, Didier Pironi se desprendió del gentío que lo rodeaba en el paddock monegasco y entró en la pista a la altura de la curva de la Rascasse para dirigirse, lentamente, hacia los boxes. De derecha a izquierda, la gente lo llamaba para saludarlo o pedirle un autógrafo. Hacía un calor normal, pero con el pesado buzo de piloto, Didier estaba sudando. Un pequeño aparato conectado sobre su pecho empezó a funcionar. Al llegar al box de Ferrari, su corazón latía a 125 pulsaciones por minutos. Una vez allí, tranquilo, se puso a charlar y el ritmo se redujo: entre 70 y 102.
A pesar de que su compañero Gilles Villeneuve se había prestado para esa prueba durante unos entrenamientos en Francia, era la primera vez en la historia de la F.1 que un piloto permitía que durante todo el transcurso de un Gran Premio ese pequeño aparato que llevaba en el pecho registrara los latidos de su corazón. Y si bien era una molestia y un hándicap, Didier no tenía esperanzas de ganar esta carrera (terminaría cuarto) puesto que se encontraba en el fondo de la grilla. Esto sin contar con que un trazado tan exigente como el del Principado representaba la mejor prueba. Le parecía una idea estupenda, sobre todo por el hecho de que le apasionaba todo lo que pudiera ayudarlo a progresar en su oficio: era algo nuevo más allá del interés científico, y le agradaba ser el primero. Gilles, en cambio, iría al límite (sería el ganador de la carrera), y prefería sentirse libre de los electrodos.
Más tarde, en la reunión de pilotos, las pulsaciones de Didier llegaron a 108 por minuto: el túnel estaba inundado. Debido a un incendio que se había producido en el Hotel Loews al estallar un televisor, la acción de los bomberos había filtrado mucha agua por el techo y las paredes del
mismo. La información oficial decía que la carrera se largaría en media hora. La FISA quería demorar la iniciación hasta que todo estuviese en orden, pero Bernie Ecclestone no era de la misma opinión:
‒Haremos una chicana por donde pase un solo auto. Los pilotos se enfurecieron. Se alzaron voces airadas:
‒¡Estás loco! ¿Cómo una chicana ahí adentro?
‒¡Se va muy rápido en ese sector!
‒¡Bastará con que un solo auto comenta un error para que nos estrellemos todos!
‒¡No pueden jugar con nuestra seguridad! Todos sabemos lo que perderías si esta carrera no se llevara a cabo, Bernie, pero no significa que valga la pena que nos matemos todos.
‒Exageran, como siempre ‒se burló Ecclestone, pero concedió:
‒¿Qué proponen?
Diez minutos después, René Arnoux regresaba al box de Renault y les anunciaba a su esposa Nelly y a su hijo Junior:
‒Daremos dos vueltas de reconocimiento con banderas amarillas en el sector del túnel. En ese momento, Jackie Stewart se acercó a él:
‒Recuerda lo que les estoy aconsejando a todos, René: no pueden correr en estas condiciones. Sean honestos luego de la verificación, por favor. Es muy peligroso.
‒Lo sé, Jackie. Muchas gracias. Stewart se fue y René se volvió a su esposa, desencajada por el temor que le había procurado el comentario del inglés:
‒Te lo prometo, Nelly. Si al cabo de estas dos vueltas no estoy seguro, no corro.
Didier se puso el casco y los guantes y se metió en el habitáculo. Los mecánicos le abrocharon el cinturón de seguridad. Su corazón latió 105 veces por minuto. Pasaron cinco minutos. Inmóvil en la Ferrari, bajó a 73. Encendió el motor para iniciar la primera vuelta de reconocimiento, y su corazón se aceleró a 108. Como todos los demás, su Ferrari pasó muy rápido por la mano izquierda en el estrecho sector del túnel, para no tocar de lleno el agua que estaba depositada en forma transversal: su corazón marcó 156 pulsaciones. Cuando entró a boxes, se bajó del coche y se dirigió a la grilla, donde volvían a reunirse los pilotos, el ritmo se redujo a 104.
El único que no participó de ese improvisado nuevo briefing fue Nelson Piquet, que no descendió de su Brabham. Mientras Ecclestone fuera su patrón... Los demás lo tenían claro: era muy peligroso largar en ese momento. Allá adentro no se veía nada. Si alguien hacía un trompo, podía ser fatal.
Veinticinco minutos después, la decisión estaba tomada. La pista permanecía húmeda en el túnel, pero la condición era ir con prudencia en las primeras vueltas. Habría dos banderas amarillas, una adelante y otra a la salida de esa zona, y en caso de trompo se agitarían como si hubiese aceite en lugar de agua. De todas maneras, era una cosa de locos.
Didier se subió a la Ferrari. Arnés. Arranque. Segunda vuelta de calentamiento: 121 pulsaciones por minuto. Los autos se inmovilizaron en la grilla. Se encendió la luz roja. Las pulsaciones de Didier subieron a 140 por minuto. El Dr. Jean-Paul Richolet se sorprendería bastante al ver los resultados de las cintas magnéticas en el laboratorio: nunca antes había registrado frecuencias tan elevadas, ni durante tanto tiempo.
Rojo. Rojo. Rojo.
Verde.
Los autos se escalonaron siguiendo el orden de la grilla: Piquet, Villeneuve, Mansell, Reutemann, Patrese, De Angelis, Jones, pero más atrás los autos de Prost y De Cesaris (que hoy cumplía 22 años) se tocaron. El francés pudo continuar, pero el McLaren del italiano chocó contra las barreras y eliminó, en el mismo acto, al Alfa Romeo de Andretti.
Carlos Reutemann, cuarto, seguía a Mansell. Esta carrera era clave para el argentino. Tenía que ganar. Y también en España. No se trataba sólo de conseguir un récord, que le importaba poco (estaba segundo en victorias con puntos en la F.1, con 12, al igual que Mario Andretti y Alberto Ascari, y a dos del récord de 14 de Jack Brabham, Graham Hill y Emerson Fittipaldi): tenía que hacerlo si quería ser Campeón del Mundo. Y había buenas posibilidades: podía advertir que algo no funcionaba bien en la suspensión trasera del Lotus 88B del inglés. Tanto era así, que en el giro 13 vio cómo tocaba el guard-rail con la rueda trasera izquierda. Y creyó que Nigel iba a hacer un trompo. Pero no. Pasaron por el Casino y Mirabeau, y al llegar a la horquilla de la Vieja Estación, donde estaba el Hotel Loews, el Lotus quedó como parado, en punto muerto. Mansell atinó a frenar, y al hacerlo perdió un tornillo que sujetaba el brazo superior de la suspensión trasera. El soporte cedió. El Lotus quedó descontrolado.
Carlos sintió que un frío le corría por todo el cuerpo.
Nigel ni siquiera se percató de que el Williams lo tocó con la trompa.
Reutemann entró a boxes y cambió el sector dañado. Era necesario remontar. Pero se lo impidió la rotura del embrague de la segunda marcha. El hechizo estaba roto.
(Continuará)