“Si convence, la ley tiene un efecto; si no, es un adorno para que se laven las manos”
Pasó por Córdoba la antropóloga feminista Rita Segato, una referencia necesaria para hablar de violencia de género. “Hombres y mujeres están conociendo un nuevo sufrimiento”, señala.
“Hay que desmontar el mandato de la mascunilidad”
Rita Segato pasó por la Feria del Libro con un resfrío a cuestas y gran repercusión. La antropóloga argentina fue parte de varias mesas esta semana. En una de ellas, el miércoles pasado, presentó la edición
aumentada del libro Las estructuras elementales de la
violencia. Las adhesiones que genera Segato en el público son evidentes. Se mueve tratando de atender las demandas de una especie de fama de rockstar de escala académica, saludando, escuchando y firmando libros a todos. “Escribo para resolver un problema”, dice Segato cuando arranca una enfática alocución que durará un poco más de una hora en la que bromeará con las palabras (“no son ideas seminales, son ovulares”), se dispersará producto de la gripe y bajará ideas con precisión y simpleza ante un auditorio muy atento. En lo que sigue, la entrevista que Segato concedió a PERFIL CORDOBA.
—¿Cuánto incide el mandato de masculinidad en la violencia de género?
—Es un problema general (la violencia de género), sobre todo de los hombres, quienes son las primeras víctimas del mandato de masculinidad. Matan porque otros hombres los presionan para demostrarse machos, el hombre tiene que demostrar su potencia.
Nosotras morimos ahí, como chivos expiatorios.
—¿Cuál es el rol del Estado para frenar la violencia de género?
— Sin comprender no se puede actuar y demanda aceptar la complejidad del fenómeno. No es blanco o negro; está implicada toda la sociedad. La pregunta pasa por si el Estado tiene la capacidad para proteger a las personas, y también se vincu- la con su progresivo descrédito.
Luego, está el tema del punitivismo, que quiere utilizar este tipo de crímenes horrendos para intensificar el castigo. Esto es equivocado porque, a pesar de que las leyes tienen que existir, se vuelve un discurso que pauta la vida de la mayoría cuando hay fe estatal; sin embargo, cuando no la hay, como ahora, dejan de persuadir y disuadir. Su eficacia material desaparece. Esto se comprueba con muchas leyes que solo sirven para decir que se legisló. Entonces, el problema es que tienen que existir como un discurso inminente que convence a la gente de que no se debería maltratar y matar a las mujeres, entre otras cosas. Si convence, la ley tiene un efecto en las vidas de las personas; si no, es un adorno para que se laven las manos los legisladores, el movimiento social y las feministas. Otro gran problema: para que una agresión de género pueda ser tipificada como ley y entendida por los jueces como un crimen es necesario que sea una agresión o una agresión letal, que sea un crimen visible y
comprensible como tal. Lo que pasa es que cuando se llega a ese nivel es porque hay un espiral de violencias que nunca podrán ser tipificadas como crimen porque corresponden al día a día, a la manera en la que nos relacionamos, agresivamente, y que van construyendo esa escalada.
—¿Cuáles son las estrategias para salir de esa escalada violenta?
—Soy testigo de que toda la sociedad está sufriendo. Con los casos de Micaela, Lucía, Anahí, hombres y mujeres están conociendo un nuevo sufrimiento. Por mucho tiempo recibí mensajes de mujeres y a partir de un momento empecé a recibir mensajes de hombres con dolor, manifestando espanto y perplejidad, sin poder entender por qué gestos tan insanos, con tal grado de crueldad, eran perpetrados por hombres. Preguntaban qué era. Mientras esto siga
sucediendo, no habrá alivio. En una reunión en Colombia me preguntaron cómo se termina la guerra. En esa región muchas mujeres son muertas para limpiar el territorio, para que la gente se espante y se vaya. Porque la crueldad aplicada en el cuerpo de las mujeres no es la misma que la infligida a la corporación armada enemiga. Es un mensaje de arbitrio, de capacidad de crueldad aislado de cualquier propósito; es espectáculo de soberanía, de impunidad y de control territorial. Ante ello, lo que se me ocurrió como respuesta es desmontar el mandato de masculinidad; si retiramos ese recurso humano para la guerra, por ejemplo, y hacemos que cambie la masculinidad, tendremos un cambio en el mundo.
—¿Cómo se desmonta el mandato de la masculinidad?
—Diciéndole a los hombres que sufren que su masculinidad les hace daño. Los hombres mueren antes, en todos los países del mundo, porque se les enseña desde chiquitos a no sentir su propio sufrimiento y, así, no pueden detectar su propia falta.
Nosotras sí lo hacemos y somos más felices porque podemos ver y hablar sobre nuestro propio sufrimiento. Ellos no pueden, por eso mueren. No buscan soluciones a sus problemas. Y matan por la frustración y el resentimiento masculino, por la incapacidad de obtener los grados de potencia a los que son exigidos. Entonces, si todo eso es reconocido y desmontado, creo que podremos tener otro mundo, otra realidad.