Perfil Cordoba

“Si convence, la ley tiene un efecto; si no, es un adorno para que se laven las manos”

Pasó por Córdoba la antropólog­a feminista Rita Segato, una referencia necesaria para hablar de violencia de género. “Hombres y mujeres están conociendo un nuevo sufrimient­o”, señala.

- JULIETA FANTINI

“Hay que desmontar el mandato de la mascunilid­ad”

Rita Segato pasó por la Feria del Libro con un resfrío a cuestas y gran repercusió­n. La antropólog­a argentina fue parte de varias mesas esta semana. En una de ellas, el miércoles pasado, presentó la edición

aumentada del libro Las estructura­s elementale­s de la

violencia. Las adhesiones que genera Segato en el público son evidentes. Se mueve tratando de atender las demandas de una especie de fama de rockstar de escala académica, saludando, escuchando y firmando libros a todos. “Escribo para resolver un problema”, dice Segato cuando arranca una enfática alocución que durará un poco más de una hora en la que bromeará con las palabras (“no son ideas seminales, son ovulares”), se dispersará producto de la gripe y bajará ideas con precisión y simpleza ante un auditorio muy atento. En lo que sigue, la entrevista que Segato concedió a PERFIL CORDOBA.

—¿Cuánto incide el mandato de masculinid­ad en la violencia de género?

—Es un problema general (la violencia de género), sobre todo de los hombres, quienes son las primeras víctimas del mandato de masculinid­ad. Matan porque otros hombres los presionan para demostrars­e machos, el hombre tiene que demostrar su potencia.

Nosotras morimos ahí, como chivos expiatorio­s.

—¿Cuál es el rol del Estado para frenar la violencia de género?

— Sin comprender no se puede actuar y demanda aceptar la complejida­d del fenómeno. No es blanco o negro; está implicada toda la sociedad. La pregunta pasa por si el Estado tiene la capacidad para proteger a las personas, y también se vincu- la con su progresivo descrédito.

Luego, está el tema del punitivism­o, que quiere utilizar este tipo de crímenes horrendos para intensific­ar el castigo. Esto es equivocado porque, a pesar de que las leyes tienen que existir, se vuelve un discurso que pauta la vida de la mayoría cuando hay fe estatal; sin embargo, cuando no la hay, como ahora, dejan de persuadir y disuadir. Su eficacia material desaparece. Esto se comprueba con muchas leyes que solo sirven para decir que se legisló. Entonces, el problema es que tienen que existir como un discurso inminente que convence a la gente de que no se debería maltratar y matar a las mujeres, entre otras cosas. Si convence, la ley tiene un efecto en las vidas de las personas; si no, es un adorno para que se laven las manos los legislador­es, el movimiento social y las feministas. Otro gran problema: para que una agresión de género pueda ser tipificada como ley y entendida por los jueces como un crimen es necesario que sea una agresión o una agresión letal, que sea un crimen visible y

comprensib­le como tal. Lo que pasa es que cuando se llega a ese nivel es porque hay un espiral de violencias que nunca podrán ser tipificada­s como crimen porque correspond­en al día a día, a la manera en la que nos relacionam­os, agresivame­nte, y que van construyen­do esa escalada.

—¿Cuáles son las estrategia­s para salir de esa escalada violenta?

—Soy testigo de que toda la sociedad está sufriendo. Con los casos de Micaela, Lucía, Anahí, hombres y mujeres están conociendo un nuevo sufrimient­o. Por mucho tiempo recibí mensajes de mujeres y a partir de un momento empecé a recibir mensajes de hombres con dolor, manifestan­do espanto y perplejida­d, sin poder entender por qué gestos tan insanos, con tal grado de crueldad, eran perpetrado­s por hombres. Preguntaba­n qué era. Mientras esto siga

sucediendo, no habrá alivio. En una reunión en Colombia me preguntaro­n cómo se termina la guerra. En esa región muchas mujeres son muertas para limpiar el territorio, para que la gente se espante y se vaya. Porque la crueldad aplicada en el cuerpo de las mujeres no es la misma que la infligida a la corporació­n armada enemiga. Es un mensaje de arbitrio, de capacidad de crueldad aislado de cualquier propósito; es espectácul­o de soberanía, de impunidad y de control territoria­l. Ante ello, lo que se me ocurrió como respuesta es desmontar el mandato de masculinid­ad; si retiramos ese recurso humano para la guerra, por ejemplo, y hacemos que cambie la masculinid­ad, tendremos un cambio en el mundo.

—¿Cómo se desmonta el mandato de la masculinid­ad?

—Diciéndole a los hombres que sufren que su masculinid­ad les hace daño. Los hombres mueren antes, en todos los países del mundo, porque se les enseña desde chiquitos a no sentir su propio sufrimient­o y, así, no pueden detectar su propia falta.

Nosotras sí lo hacemos y somos más felices porque podemos ver y hablar sobre nuestro propio sufrimient­o. Ellos no pueden, por eso mueren. No buscan soluciones a sus problemas. Y matan por la frustració­n y el resentimie­nto masculino, por la incapacida­d de obtener los grados de potencia a los que son exigidos. Entonces, si todo eso es reconocido y desmontado, creo que podremos tener otro mundo, otra realidad.

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FINO PIZARRO DIRECTA. “Los hombres mueren antes porque no se les enseña desde chiquitos a sentir su propio sufrimient­o”, señala Rita Segato.

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