La grieta está en el aire
que aún no reconoce sus límites. En los manuales PRO este tipo de comunicación es añeja, no se alienta oficialmente, pero cómo sirve. Se necesita abastecerla con versiones, videítos de celulares o imágenes que conforman sumarios secretos, para que todo estalle. Las redes, los trolls, los algoritmos se encargarán de darle su “ética” y su “estética”. Ante las demostraciones exacerbadas el oficialismo toma distancia. Trata de controlar el juego, pero ocultar las cartas. De gerenciar el difícil equilibrio de exhibir una concentración de poder que apabulle y desanime a los díscolos y, al mismo tiempo, mantenga ese toque naïf de autoayuda, discurso evangélico y sonrisas.
En la táctica de Cambiemos lo visible invisibiliza lo importante. Se corporiza la idea de que realidad y deseo forman una alquimia indisoluble. La percepción reemplaza al dato, al hecho, a la estadística. Poco importa que el desempleo aumente o que se restrinjan voces. Mientras no te toque, ser artífices del propio destino implica romper un tejido social que se nutrió de la solidaridad colectiva. La ortodoxia ideológica acerca de un mercado autorregulado tiene su correlato en un individualismo cada vez más extremo, creyente en las compensaciones de premios y castigos. El futuro promisorio se conforma con “winners” emprendedores, audaces y, sobre todo, consustanciados con el modelo. Ellos han sido tocados por la invisible manos de Dios o del mercado. El resto, los “losers”, “algo habrán hecho”, son los responsables de una situación que los castiga. La lógica del capitalismo puro deja atrás el Estado de Bienestar o su responsabilidad en tratar de corregir y compensar asimetrías. No se trata sólo de abrir la billetera. Las leyes, las regulaciones, benefician o hunden sectores y trabajadores. El gobierno de Macri concibe las políticas públicas como una sumatoria de decisiones compartimentadas, aisladas, que toman forma al integrarse en un modelo de “negocios” o de “país”, que para Cambiemos viene siendo lo mismo. La sumatoria de las partes no conforman un todo, siguen siendo divisibles, aisladas, casuales. Por ello no hay responsabilidad gubernamental ante una realidad que modelan a imagen y semejanza pero parece creada por la voluntad de distintos actores sobre los cuales no “inciden” o “controlan”. Desde la Justicia a los medios, incluyendo sindicatos, gobernadores u organizaciones sociales, todos aparecen como sujetos colectivos “racionales”, que consienten un presente adverso a cambio de un futuro “hipotético”.
Alimentar y fogonear el odio en una sociedad lastimada y sensible puede volverse incontrolable. La cacería de brujas sobre aquellos que piensan distinto, en un clima de época donde el “vale todo” desdibuja los límites de la cordura, la convivencia y el respeto, puede ser muy peligroso. Cuando los demonios se desatan terminan devorando a sus cultores. Nada de lo que ocurre hoy nos mejora. Ni como sociedad ni como personas. Como decía Bertolt Brecht: “Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad”.