Razones que explican la ruptura entre Gobierno y los empresarios
La falta de competitividad, el desequilibrio de precios, la presión tributaria insostenible como contracara de la inconsistencia fiscal, tensaron el vínculo entre el Estado y la actividad privada.
Cuando el diálogo en una relación comienza a naufragar es común personalizar los motivos del eventual fracaso. En medio de esa dinámica, desaparecen de la superficie las causas profundas y reales que generaron la tensión. Algo de esto se desató en el vínculo entre el Gobierno de la Nación y los empresarios. A la luz de las declaraciones vertidas la última semana parece una disputa entre víctimas “quejosas” y victimarios “desaprensivos”. Sin embargo, si se aíslan los personalismos y se pone el foco en la estructura económica, se pueden detectar al menos tres razones que son las causas del fin de este “romance”. Causas, en su mayoría, que arrastran distorsiones históricas que trascienden responsabilidades coyunturales.
1-La competitividad aparece como una quimera. Esta es, probablemente, la causa más importante. Algunos ejemplos lo demuestran claramente: producir un auto en la Argentina cuesta hasta 65% más que en Brasil y México. Según un estudio de Bain & Company, la cantidad de autos fabricados por operario es de 18 en Argentina y de 40 en México; a su vez, por cada dólar que se paga de salario, 53% son cargas sociales en el país y apenas 27% en el mercado azteca. “Sin abordar los problemas de fondo difícilmente se logre torcer una tendencia estructural”, afirma Dante Sica, director de la consultora ABECEB. “El Gobierno deberá intensificar los esfuerzos por aprobar una serie de reformas que permitan dar señales de sostenibilidad fiscal, reducir costos y asegurar la rentabilidad de inversiones productivas, e incluir una revisión de las reglas actuales que rigen las relaciones entre trabajadores y empleadores”, agrega Sica.
Producto de esta falta de competitividad de costos estructurales, el sistema productivo hoy está pobremente inserto en el mundo: sobre 440.000 Pymes sólo unas 90 exportan más de US$100 millones al año. A este punto se llegó también “por exclusión de los mercados de capitales, falta de financiamiento, escasa inversión en infraestructura pública y logística y hasta escaso desarrollo del management privado, para crear mayor valor agregado y diferenciación en la oferta que debe competir”, señala la consultora Desarrollo de Negocios Internacionales (DNI), dirigida por Marcelo Elizondo.
2-La inflación es un fantasma omnipresente. Argentina es hoy la tercera economía “más miserable” del mundo, según Bloomberg, que la ubica en ese lugar por tener una inflación anual que llega al 20% en los últimos 10 años. “Es un rompecabezas complicado, las fichas se están moviendo todo el tiempo y hay más objetivos que instrumentos”, señala la economista Marina Dal Poggetto, directora ejecutiva de Eco Go.
La inflación no nació con el gobierno de Macri, pero por ahora su gestión no está logrando resultados al ritmo que las empresas (y la sociedad en su conjunto) lo necesitan. En febrero, la tasa de inflación de los precios libres descendió 1,5%; pero, la de precios regulados fue de 2,5% como consecuencia de ajustes tarifarios. La herencia de esas tarifas de servicios ridículamente bajas ahora cobra venganza y hasta el mes de abril seguirá presionando sobre los precios.
Pero, ¿el Gobierno, no puede hacer nada para morigerar el impacto? Como advirtió el ex ministro Domingo Cavallo, “la inflación parece estar siendo insensible a las tasas de las Lebacs”. Por ende, si este instrumento no ayuda, otro camino sería una contracción del crédito bancario al sector privado, pero eso provocaría un alto costo recesivo. Sería como ir “de lo malo a lo peor”, y a ese trayecto el Gobierno lo va a evitar, a costa de tener que convivir con una inflación desbocada, que enloquece el ritmo de las paritarias y no permite hacer previsibles los costos productivos.
3-Presión tributaria como contracara de un Estado dispendioso. La presión tributaria neta llegó a 30,8% en 2017, cuando en el año 2002 era de 18,4%. Argentina tiene una presión tributaria similar a la de países europeos, pero ofreciendo servicios que distan enormemente de la calidad y cantidad que las prestaciones públicas europeas. La disconformidad de los empresarios en esta materia es comprensible: la carga sobre los contribuyentes cumplidores es aún más elevada, dados los altos niveles de evasión tributaria que existen. En virtud de la reforma tributaria provincial en marcha, los impuestos distorsivos (que representan el 7,5% del total de la presión impositiva) van a ir siendo neutralizados. A su vez, la reforma impositiva nacional promete generar sus resultados a lo largo de los próximos cinco años. Pero, ¿en el mientras tanto, quién paga la factura de un Estado que llevó el déficit fiscal al 9,30% del PBI, lo que representa US$46.500 millones? El Gobierno ostenta un déficit fiscal primario de 4,30% del PBI, pero si se agrega el déficit por intereses de deuda externa (2,30%), el déficit provincial (1%) y el déficit cuasi fiscal por intereses de Lebacs (1,7%), la situación es más compleja.
Esa complejidad, en los últimos días, comenzó a su vez a reflejarse en la pizarra que más preocupa a los argentinos: la del dólar. En la última rueda de la semana, el Banco Central dobló la apuesta al ofertar US$212,5 millones (72% más que el jueves), para bajar el precio del billete. Aunque es poco respecto del nivel de reservas, ya puso en juego US$385 millones para mantener a la divisa bajo control y evitar que contamine los precios.
Como se ve, el trasfondo de este romance en apuros entre el Gobierno y los empresarios, es un poco más intrincado que una historia de “llorones” y “desalmados”.