“miedo al pobre” aporofobia, pánico social
El líder sindical parte de un concepto sociológico que alude al temor a los sectores más pobres. Occidente
suele tener una mirada indiferente sobre las personas que necesitan atención y soluciones concretas. Unos tres millones de habitantes de nuestro país no reúnen ni siquiera un ingreso familiar mensual de $ 6.568, lo que sería una canasta básica
Hace poco, al recorrer notas periodísticas, me topé con una palabra que no conocía: aporofobia. Como hago en estos casos, siguiendo el sano consejo recibido cuando era chico, recurrí al “mataburro”, pero para mi desilusión, vi que no figura en el diccionario. Intrigado por el término, que suena a enfermedad y, en efecto, lo es y de las más graves, busqué por internet y hallé una definición: “Repugnancia y hostilidad hacia las personas pobres”. El neologismo, que la Real Academia Española todavía no incorporó, fue propuesto hace ya varias décadas, a partir de dos palabras griegas, que significa “sin recursos”, pobre, y que se traduce como miedo, rechazo,
JUAN CARLOS SCHMID*
áporos,
fobia, aversión, repugnancia, hostilidad.
En esa búsqueda, también encontré que recientemente se publicó en nuestro país un libro de la filósofa y académica española Adela Cortina, justamente titulado
Aporofobia, el rechazo al pobre,
que aporta interesantes reflexiones. Su subtítulo,
Un desafío para la democracia,
es bastante claro sobre los alcances de esta verdadera patología, aunque a mi modesto entender, se queda corto sobre el peligro que significa para la convivencia social; sobre todo, en países como la Argentina.
La hostilidad contra los pobres.
El punto de partida de la expresión aporofobia tiene que ver con el extendido rechazo y hostilidad que padecen los migrantes a naciones de la Unión Europea y Estados Unidos, y que suelen catalogarse como muestras de xenofobia, es decir, de odio y aversión hacia los extranjeros. Sin embargo en esos mismos países, las decenas de millones de turistas que anualmente viajan a Europa, al igual que los empresarios y gerentes de firmas internacionales o inversores llegados de fuera, no solo no sufren esa discriminación, sino que son bien recibidos. Más aún, en España, Italia, Francia, Alemania o el Reino Unido, se festeja cuando todos los años aumenta la cantidad de estos visitantes que, con sus gastos, contribuyen a mover la economía, una de cuyas principales fuentes de ingresos es precisamente el turismo. No todos los extranjeros son rechazados o estigmatizados, sino los que llegan como refugiados o en busca de trabajo; es decir, los pobres. Sin descartar que, en efecto, existen quienes odian al “forastero”, al de otro idioma, otra cultura, otra religión u otro color de piel, en la gran mayoría de los casos esa hostilidad no se trata, en realidad, de xenofobia, sino de aporofobia: “es el pobre el que molesta, el sin recursos… el desamparado”.
No resulta extraño que en Europa el tema se plantee relacionado con el de la migración. En esos países, con niveles de pobreza bastante menores que los de Latinoamérica en general, una muy alta proporción de sus pobres corresponde a quienes en las últimas décadas fueron en busca de una oportunidad de vida, huyendo de situaciones de verdadera catástrofe humanitaria en sus lugares de origen. Pero el rechazo y la hostilidad hacia los pobres forman parte de una patología mucho más extendida, que golpea duramente sobre la convivencia social. Es un mal que muestra el quiebre de los vínculos comunitarios básicos. Las víctimas de la injusticia y la inequidad son convertidas en “culpables” de su situación. Se los presenta como los que no pueden ofrecer nada, o a lo sumo muy poco, a cambio de lo que supuestamente “reciben”. Son los “descartables”, los que forman esa “periferia existencial” de excluidos, para usar las