Perfil Cordoba

Tangoterap­ia.

Blanquita (93) y Roberto (97) no se conocen, pero gastan las pistas y tienen seguidores. Para los expertos, esa danza genera bienestar.

- ADRIANA VANOLI ROBERTO SEGARRA

Tienen 93 y 97 años y cuentan cómo mantienen la vitalidad gracias al baile.

Blanquita y Roberto son dos apasionado­s por el tango. Ella tiene 93 y él cumple 98 en septiembre. Integran el grupo de 1.800 personas mayores de 80 años en el país, que en su 85% son autodepend­endientes. Se conocen, pero no bailan juntos. Ambos, en sus milongas, son primeras figuras que llenan el escenario aun cuando todavía no aparecen en escena. Para los demás bailarines, simbolizan la promesa de la pasión por siempre.

No hay noche que no asombre cuando sale a la pista. Sus tacos altísimos dibujan un poco al aire y un poco al piso, menos brilloso que su vestido. Desde los 15 años que baila. Blanca Biscochea llega desde el barrio de San Telmo a la milonga tres veces por semana. Generalmen­te a la misma, en la avenida San Juan, y baila con su compañero, “el Puchu”.

Su mesa es el paso obligado de todos los que llegan. Algunas personas la conocen, otras la quieren conocer. “Yo soy una agradecida a la vida, y el tango es mi vida”, dice. Nació en Henderson, provincia de Buenos Aires, quedó huerfana de madre a los 13 años, y su padre los crió. De todos los hermanos, ella es la única que aprendió a bailar como él. Conoció a su marido bailando, tenía 27. Cuando él murió, se quedó quieta por dos años. Hasta que un día volvió. “¿Vos sos Blanquita?”, le preguntan. La abrazan, le piden fotos, la celebran. Afuera llueve torrencial­mente, adentro suena la orquesta de Darienzo. “Si un pensamient­o feo o triste me quiere venir, pienso qué me voy a poner a la noche y ahí se me pasa”, dice. Enemigo del rock. Para Roberto Segarra, la llegada del rock cambió el ambiente de la milonga, y cuando dice esto se pone serio. Se acomoda la bufanda a cuadros y reflexiona un poco antes de explicar el concepto. El es de Almagro, y maneja veinte cuadras hasta la milonga de la calle Manuel A. Rodríguez cuatro veces por semana. Baila desde los 17 años, y en septiembre cumple 98. “Para ser un buen bailarín

Hay mucho rockero bailando tango, pero yo tengo 80 años de pista. Si viene un pensamient­o feo o triste, pienso en qu’e me voy a poner a la noche y se me pasa.

BLANCA BISCOCHEA

de tango, primero y ante todo tiene que ser hombre, mandar y bailar en un metro cuadrado, como se hacía antes. Ahora se baila otra clase de tango, las mujeres levantan las piernas y hacen cosas que los hombres no pueden marcar”. “El tango es para bailar en grupo, las exhibicion­es son solo para los dos que las ensayaron. Mi tango lo bailo con cualquier mujer de la milonga que me acepte”, aclara. “Hay mucho rockero bailando tango. Yo tengo ochenta años de pista”, dice, y sonríe con los ojos.

Bienestar. Para Graciela Mercatante, instructor­a de tangoterap­ia, el baile tiene la capacidad de generar bienestar en las personas, tanto a nivel físico como psíquico. “Pero el tango tiene particular­idades que lo hacen especial, y la más significat­iva es el abrazo. Abrazar y ser abrazado favorece distintas funciones a nivel fisiológic­o y cerebral, por lo que podemos decir que bailar tango es terapéutic­o en sí mismo”, dice la experta.

Además, agrega, “si le sumamos que es un baile de improvisac­ión, de compromiso corporal, de profunda intimidad y comunicaci­ón –todo lo cual permite la libre expresión de sentimient­os y emociones–, en el que tenemos que ‘ser’ con el otro, se convierte en una vía para el trabajo terapéutic­o de autoconoci­miento, en relaciones vinculares, en el esclarecim­iento de temas o resolución de conflictos, así como en la optimizaci­ón de la comunicaci­ón”.

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FOTOS: MARCELO SILVESTRO TACOS. Los zapatos rojos de Blanquita, sus preferidos desde los 17.
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