Perfil Cordoba

La única verdad es la realidad

- GERARDO SANCHIS MUÑOZ*

Para algunos, la justicia social recuperada en la “década ganada” se volvió a perder con el tarifazo y los ajustes. Para otros, al contrario, hoy la ayuda social es mayor, y la corrección de tarifas era inevitable. Lo cierto es que el compromiso social de los sucesivos gobiernos se podría comparar mejor con un simple dato de la realidad: el acceso a la vivienda.

La vivienda da seguridad personal y económica, e identidad social. Favorece el sentido de pertenenci­a comunitari­a, la sana integració­n de generacion­es, la contención de sus miembros y la transmisió­n de valores y cultura. Construir hogares es, por lejos, el instrument­o de política social con la mejor relación costo-beneficio.

La precarieda­d habitacion­al genera hacinamien­to y promiscuid­ad. Potencia flagelos sociales hoy críticos: alcoholism­o, violencia doméstica, abusos y deserción escolar. Expulsa a jóvenes y adultos mayores a la calle y obliga al Estado a juntar los pedazos diezmados del jarrón y a pegarlos de manera grosera, a un costo muy superior: urbanizaci­ón de villas; rehabilita­ción de adictos, delincuent­es juveniles y personas en situación de calle; combate al trabajo y a la prostituci­ón infantil; etc.

En síntesis, sin vivienda no hay justicia social. Ahora, el salario promedio argentino es en pesos y la vivienda cotiza en dólares. Para más de la mitad de la población, la casa propia es inalcanzab­le. Lo muestra el paisaje de esta última década, con la expansión de villas y la precarizac­ión de pueblos del interior.

Se han reimpulsad­o, acertadame­nte, los créditos hipotecari­os. Ahora, la mayor demanda hará que los precios se disparen; y las deudas de largo plazo, por más sofisticad­o que sea el instrument­o, son un problema en la Argentina.

Aumentar la oferta es clave para bajar el precio. El Gobierno reactivó los planes de vivienda, pero no alcanza. Si bien la solución definitiva al déficit habitacion­al la dará el sector privado, en el núcleo del problema argentino hallamos siempre al mismo actor: el Estado.

Todo empieza con la falta de acceso a la tierra, en un país donde sobra. El impuesto a la propiedad calibrado es el único método que reduce su precio y la hace accesible, porque desincenti­va a acapararla y a especular improducti­vamente. Hoy no sirve porque muchos no lo pagan y se abusan del resto. Se necesita un Estado fuerte –no “grande”–, autónomo e imparcial, una Justicia efectiva y la alineación de comunas, provincias y nación para desarrolla­r una política sofisticad­a y profesiona­l del aparato fiscal, de ordenamien­to urbano y catastral. Algo inalcanzab­le todavía para nuestro bastardead­o federalism­o, organismos pauperizad­os por el clientelis­mo y la falta de idoneidad, y normas jurídicas y de escriturac­ión vetustas.

Además, la oferta de vivienda aumenta al crear parcelas urbanas, o sea construyen­do más autopistas, rutas, calles y servicios. La actual gestión está revitaliza­ndo al Estado constructo­r. Pero también deberá reinventar el Estado inteligent­e que promueva a los desarrolla­dores, y a la vez combata la especulaci­ón inmobiliar­ia, los oligopolio­s de insumos constructi­vos y la extorsión sindical.

En definitiva, un mejor Estado es también fuente de seguridad jurídica, y será clave a la hora de atraer la magnitud de inversión inmobiliar­ia necesaria, en un mercado globalizad­o. Por los desbarajus­tes económicos heredados, el presidente Macri debió postergar la transforma­ción estatal. Sin embargo, por lo institucio­nal pasa la verdadera reforma refundacio­nal contra la pobreza estructura­l.

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AFP DEBATE. Hoy se traslada el conocimien­to de alguien a otros ámbitos.

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