Perfil Cordoba

Futuros negados

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Sebastián tiene 29 años.

Abre la puerta de un departamen­to de dos ambientes que huele a pintura fresca. La luz lo sorprende y lo obliga a parpadear varias veces.

Hay que poner cortinas urgente, piensa. Sonríe.

Mira a un costado y ve que su novia también parpadea. ¿La alza en brazos para cruzar el umbral, como hacen en las películas viejas? ¿Será demasiado solemne hacer una cosa así? No está seguro. Pero está tan feliz de mudarse con ella que está dispuesto a correr el riesgo. Pero no estoy seguro de si, finalmente, Sebastián se anima a alzar a upa a su novia para entrar a vivir juntos en ese departamen­to. No estoy seguro. No alcanzo a verlo. La imagen se me borra. Buscando nitidez, retrocedo.

Unos años, retrocedo. Sebastián tiene 23. Sebastián tampoco ve bien pero esta vez no es por la luz que entra por las ventanas. No ve bien porque acaban de tirarle harina, y huevos, y agua y mostaza y un montón de porquerías. Y lo rodean su familia y sus amigos. ¿En qué Facultad se está recibiendo Sebastián? No lo sabemos. Imaginamos que alguna carrera vinculada con lo social porque desde chico parece que le gustan esas cosas. En la infancia decía que pensaba ser presidente, pero ¿qué estudió? No estamos seguros. No alcanzamos a verlo. La imagen se nos borra otra vez. Volvemos a retroceder.

Sebastián tiene 14 años recién cumplidos. Hay árboles y pájaros y plantas y un banco en el que Sebastián y una chica están sentados. Sebastián la mira con los ojos redondos y fijos. Sebastián tiene la respiració­n acelerada. Sebastián tiene todos los síntomas que se padecen cuando uno está a punto de adelantar el cuerpo y torcer apenas la cabeza y darle a alguien el primer beso en serio. Pero en serio, en serio. Pero es en ese momento, cuando Sebastián termina de adelantar el cuerpo a pura fuerza de valentía que la imagen se distorsion­a y volvemos a perderlo.

Hacemos un esfuerzo y ahí está Sebastián. Tiene 10 años. Aferra con fiereza el joystick de una Play. Y en el televisor Sebastián lucha con dragones, avanza por un laberinto de fuego. El gran dragón espera en su guarida. Sebastián y su mejor amigo cruzan un vistazo fugaz y se lanzan al ataque. El dragón abre un ojo flamígero. La pantalla se llena con el fuego tenaz de la bestia. Y aunque nos parezca mentira, volvemos a perder a Sebastián. De nuevo su imagen se nos escapa.

Sebastián tiene 5 años y camina por la calle Pasteur. Va de la mano de su mamá. Faltan unos pocos minutos para las diez de la mañana. Corre 1994. Es el lunes 18 de julio. Ahora entendemos por qué se nos fueron borrando todas esas imágenes del futuro de Sebastián.

Ahora, que todavía son las 9 y 52 de la mañana, esos futuros son posibles.

Todavía es posible que Sebastián juegue a la Play a los 10. Que se reciba a los 23. Que se mude con su novia a los 29.

Todavía es posible que eso suceda porque todavía no han matado a Sebastián.

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