Las cachorras
Alessandra Sanguinetti contó
y lo hizo con un libro. Las estampas (hay algo de religioso en sus imágenes) que tomó en un verano en 1999 se volvieron una historia de esas dos niñas y su proceso de crecimiento. Las escenas son delicadas, preciosistas, bucólicas y románticas. Remedan a pinturas neoclásicas, pero sobre todo a escenas de la vida literaria. La literatura tiene una manera particular de contar el tiempo de crecer, y la adolescencia es un tema literario privilegiado. Tanto es así que hasta tiene un género propio: la novela de iniciación. En el campo, las jóvenes corren, juegan, persiguen animales. Son reinas y princesas, se tocan, se miran a los ojos: se nota que se aman. Se ponen ropas y se las quitan. Se disfrazan y se casan. Guille se pinta un bigote y es un príncipe, mientras que Belinda se pone un vestido de novia. El término alemán fue acuñado por el filólogo Johann Karl Simon Morgenstern en 1820 y significa, literalmente, novela de aprendizaje o formación. En ellas se muestra el desarrollo físico, moral, psicológico y social de un personaje, generalmente desde la infancia hasta la madurez. Para la fotógrafa, el relato puede continuar, y de hecho las niñas dejaron de serlo en la misma serie.
Tomadas de la mano, acostadas en el lecho del río, cierran los ojos y son dos Ofelias perfectas, a punto de ahogarse por el agua y la locura. “La más desconsolada e infeliz de las mujeres”, como le hace decir William Shakespeare a la pobre danesa en Mientras tanto crea una fantasía salvadora, incluso la muerte trágica que se relata, la que resignifica a unas Ofelias de nuestra pampa, no tiñe completamente el decurso de cierta satisfacción y deleite.