Normativa, falsas reglas e ideología
Profesora, ¿no es cierto que “presidenta” está mal y hay que decir “presidente”, porque es “quien preside un ente”?”. En las aulas y en las reuniones sociales, muchos (y muchas) nos han interpelado así a quienes tenemos alguna relación –pedagógica– con la lengua española. Desarrollaré mi argumento con un ejercicio simple.
Piense cómo hace para comer un churrasco. Imagine la porción de carne en el plato y usted equipado de cuchillo y tenedor. Si corta con la mano derecha (si lo hace con la izquierda, por favor, invierta la imagen), pinchará la carne con el tenedor que sostiene en la izquierda y cortará una pequeña porción con el cuchillo. ¿Y después? Algunas personas se llevan el bocado a la boca con el tenedor que sujetan con la izquierda y otras pasarán el tenedor a la derecha para hacer ese movimiento. ¿Cuál de las dos formas es más correcta? Las dos. Ninguna. Depende de quien juzgue.
El ejercicio no ha terminado aún. Quienes viajan mucho –o ven muchos programas de viajes– afirman que, en el planeta, hay tres modos de comer: con cuchillo y tenedor, con palitos y con la mano. Cierto es que la moda de comer con palitos o con la mano se viene extendiendo en el mundo occidental. Comer sushi con palitos resulta canchero y elegante. Y la –comida en trozos pequeños que se toma con la mano– es cada vez más habitual en cócteles y recepciones. Pero ¿se ve usted comiendo –sorbiendo– spaghetti con palitos o tomando el puré con la mano? Es muy probable que le parezca un poco complicado e, incluso, desagradable. Demos vuelta la situación. ¿Cómo nos verán a nosotros –tan civilizados– los pueblos que piensan que el alimento es sagrado cuando “violentamos” la comida con un tridente y un arma blanca? Lo que quiero explicar es que, para quienes están acostumbrados a comer con palitos, comer con la mano quizás resulte salvaje, aunque desde fuera de cada convención no parece razonable sostener que una es mejor que otra. O que una es más correcta que otra.
Pretendo demostrar que no hay una única mirada posible sobre los fenómenos de la corrección. Particularmente, cuando hablamos de la corrección lingüística. Pero si esto es así, ¿qué sentido tiene que haya academias y preocupación por la normativa?
La normativa gramatical tiene una función operativa: sirve para que nos entendamos porque hablamos una lengua (bastante) uniforme. Sirve para que, con poco esfuerzo cognitivo, podamos conversar los más de 500 millones de hispanohablantes nativos de todo el mundo.
Eso sí, no se puede soslayar el hecho de que la normativa ha sido usada para juzgar y sancionar, para poner de un lado a los correctos y del otro a los equivocados. Desde luego, detrás de esta postura hay un componente ideológico muy fuerte, que se relaciona con el prestigio de quienes hablan esa lengua correcta. Y es notable que en ese lugar se paran muchos “guardianes de la lengua”, que creen ser correctos y que, en realidad, están equivocados.
La palabra “presidente” proviene del participio presente del latín (esto es, “quien hace” eso que dice el verbo de la base, como “presidir” aquí) y significa “quien preside” –es decir, no tiene nada que ver con “ente”–. En general, estas terminaciones son indistintas para el femenino y el masculino. Pero el uso ha introducido, hace ya mucho, la terminación “enta” –así, con “a”– para algunos casos. Piense usted en “sirvienta”, que nunca ha provocado ninguna duda y aparece en el español (según Joan Corominas) ya en el siglo XIII; o en “presidenta”, que está documentado en el español (según la RAE) desde el siglo XV.
Queda, con todo, un interrogante. ¿Será que “sirvienta” no molesta en femenino porque alude a un puesto de servicio, y “presidenta” –así, con “a”– incomoda porque alude a un puesto de poder?
No son comunes en nuestro país instituciones como el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, un como los que proliferan en países desarrollados, que convocan a egresados de universidades de renombre académico, públicas o privadas, para investigar el cada día más complejo tema de las relaciones internacionales.
El ex embajador y canciller Carlos Manuel Muñiz lo fundó, en 1978, con el objetivo de estimular el análisis de los problemas internacionales desde un enfoque nacional. Consideró que las circunstancias de ese momento hacían necesarios el esfuerzo solidario y el respaldo de todos para contribuir a que nuestro país tuviera una presencia vigorosa entre las naciones del mundo.
El amor por el país, el deseo de verlo en un lugar sobresaliente en la jerarquía de las naciones, la adhesión a los valores de la civilización occidental y la búsqueda de la cooperación internacional para el logro de una paz basada en la justicia eran principios y sentimientos que estaban más allá de las posiciones políticas individuales, según palabras de Muñiz. Quienes lo acompañaban en el proyecto, agregó, aun proviniendo de corrientes diversas del pensamiento, habían encontrado en esos ideales puntos de convergencia, y realizar esa tarea conjunta no impediría que se mantuvieran fieles a sus propias trayectorias y convicciones personales.
Muñiz estimó que uno de los aportes más eficaces para el cumplimiento de los fines propuestos era el estudio serio y desapasionado de las relaciones internacionales, en un plano estrictamente académico. Por ello el Consejo, como órgano, no emitiría declaraciones. Y cualquier estudio que se realizase u opinión que se formulase lo haría a través del Comité Ejecutivo o de los grupos de trabajo o seminarios especiales, sin que esas opiniones comprometiesen la independencia de pensamiento de los miembros del Consejo.
La intención era poner en marcha una iniciativa que esta declaración suscripta el 15 de junio de 1978 haya sido cumplida rigurosamente año tras año, y tenga hasta hoy plena vigencia, bajo la conducción presidencial del ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, que la lleva con el mismo rigor y eficacia que su fundador.
También quiero destacar que, siendo una asociación privada, el CARI financia sus actividades recurriendo a una variedad de fuentes públicas y privadas, socios individuales e institucionales, fondos del país y del exterior, principalmente organizaciones no gubernamentales, fundaciones políticas y organizaciones internacionales.
Hoy en día ocupa el primer permanentes de los comités y los intercambios en la participación de foros internacionales. Tampoco destacar todas las distinciones y los reconocimientos recibidos. Pero al menos deseo mencionar que, en 1989, el entonces secretario general de Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, otorgó al CARI el Premio Mensajero de la Paz. Y en 1998 recibió el Premio Konex, mención especial Instituciones-Comunidad-Empresa.
Es así como el CARI cumple cuarenta años sirviendo a nuestro país a través de su mirada del mundo desde nuestros intereses nacionales.