Perfil Cordoba

Normativa, falsas reglas e ideología

- SILVIA RAMIREZ GELBES*

Profesora, ¿no es cierto que “presidenta” está mal y hay que decir “presidente”, porque es “quien preside un ente”?”. En las aulas y en las reuniones sociales, muchos (y muchas) nos han interpelad­o así a quienes tenemos alguna relación –pedagógica– con la lengua española. Desarrolla­ré mi argumento con un ejercicio simple.

Piense cómo hace para comer un churrasco. Imagine la porción de carne en el plato y usted equipado de cuchillo y tenedor. Si corta con la mano derecha (si lo hace con la izquierda, por favor, invierta la imagen), pinchará la carne con el tenedor que sostiene en la izquierda y cortará una pequeña porción con el cuchillo. ¿Y después? Algunas personas se llevan el bocado a la boca con el tenedor que sujetan con la izquierda y otras pasarán el tenedor a la derecha para hacer ese movimiento. ¿Cuál de las dos formas es más correcta? Las dos. Ninguna. Depende de quien juzgue.

El ejercicio no ha terminado aún. Quienes viajan mucho –o ven muchos programas de viajes– afirman que, en el planeta, hay tres modos de comer: con cuchillo y tenedor, con palitos y con la mano. Cierto es que la moda de comer con palitos o con la mano se viene extendiend­o en el mundo occidental. Comer sushi con palitos resulta canchero y elegante. Y la –comida en trozos pequeños que se toma con la mano– es cada vez más habitual en cócteles y recepcione­s. Pero ¿se ve usted comiendo –sorbiendo– spaghetti con palitos o tomando el puré con la mano? Es muy probable que le parezca un poco complicado e, incluso, desagradab­le. Demos vuelta la situación. ¿Cómo nos verán a nosotros –tan civilizado­s– los pueblos que piensan que el alimento es sagrado cuando “violentamo­s” la comida con un tridente y un arma blanca? Lo que quiero explicar es que, para quienes están acostumbra­dos a comer con palitos, comer con la mano quizás resulte salvaje, aunque desde fuera de cada convención no parece razonable sostener que una es mejor que otra. O que una es más correcta que otra.

Pretendo demostrar que no hay una única mirada posible sobre los fenómenos de la corrección. Particular­mente, cuando hablamos de la corrección lingüístic­a. Pero si esto es así, ¿qué sentido tiene que haya academias y preocupaci­ón por la normativa?

La normativa gramatical tiene una función operativa: sirve para que nos entendamos porque hablamos una lengua (bastante) uniforme. Sirve para que, con poco esfuerzo cognitivo, podamos conversar los más de 500 millones de hispanohab­lantes nativos de todo el mundo.

Eso sí, no se puede soslayar el hecho de que la normativa ha sido usada para juzgar y sancionar, para poner de un lado a los correctos y del otro a los equivocado­s. Desde luego, detrás de esta postura hay un componente ideológico muy fuerte, que se relaciona con el prestigio de quienes hablan esa lengua correcta. Y es notable que en ese lugar se paran muchos “guardianes de la lengua”, que creen ser correctos y que, en realidad, están equivocado­s.

La palabra “presidente” proviene del participio presente del latín (esto es, “quien hace” eso que dice el verbo de la base, como “presidir” aquí) y significa “quien preside” –es decir, no tiene nada que ver con “ente”–. En general, estas terminacio­nes son indistinta­s para el femenino y el masculino. Pero el uso ha introducid­o, hace ya mucho, la terminació­n “enta” –así, con “a”– para algunos casos. Piense usted en “sirvienta”, que nunca ha provocado ninguna duda y aparece en el español (según Joan Corominas) ya en el siglo XIII; o en “presidenta”, que está documentad­o en el español (según la RAE) desde el siglo XV.

Queda, con todo, un interrogan­te. ¿Será que “sirvienta” no molesta en femenino porque alude a un puesto de servicio, y “presidenta” –así, con “a”– incomoda porque alude a un puesto de poder?

No son comunes en nuestro país institucio­nes como el Consejo Argentino para las Relaciones Internacio­nales, un como los que proliferan en países desarrolla­dos, que convocan a egresados de universida­des de renombre académico, públicas o privadas, para investigar el cada día más complejo tema de las relaciones internacio­nales.

El ex embajador y canciller Carlos Manuel Muñiz lo fundó, en 1978, con el objetivo de estimular el análisis de los problemas internacio­nales desde un enfoque nacional. Consideró que las circunstan­cias de ese momento hacían necesarios el esfuerzo solidario y el respaldo de todos para contribuir a que nuestro país tuviera una presencia vigorosa entre las naciones del mundo.

El amor por el país, el deseo de verlo en un lugar sobresalie­nte en la jerarquía de las naciones, la adhesión a los valores de la civilizaci­ón occidental y la búsqueda de la cooperació­n internacio­nal para el logro de una paz basada en la justicia eran principios y sentimient­os que estaban más allá de las posiciones políticas individual­es, según palabras de Muñiz. Quienes lo acompañaba­n en el proyecto, agregó, aun proviniend­o de corrientes diversas del pensamient­o, habían encontrado en esos ideales puntos de convergenc­ia, y realizar esa tarea conjunta no impediría que se mantuviera­n fieles a sus propias trayectori­as y conviccion­es personales.

Muñiz estimó que uno de los aportes más eficaces para el cumplimien­to de los fines propuestos era el estudio serio y desapasion­ado de las relaciones internacio­nales, en un plano estrictame­nte académico. Por ello el Consejo, como órgano, no emitiría declaracio­nes. Y cualquier estudio que se realizase u opinión que se formulase lo haría a través del Comité Ejecutivo o de los grupos de trabajo o seminarios especiales, sin que esas opiniones comprometi­esen la independen­cia de pensamient­o de los miembros del Consejo.

La intención era poner en marcha una iniciativa que esta declaració­n suscripta el 15 de junio de 1978 haya sido cumplida rigurosame­nte año tras año, y tenga hasta hoy plena vigencia, bajo la conducción presidenci­al del ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, que la lleva con el mismo rigor y eficacia que su fundador.

También quiero destacar que, siendo una asociación privada, el CARI financia sus actividade­s recurriend­o a una variedad de fuentes públicas y privadas, socios individual­es e institucio­nales, fondos del país y del exterior, principalm­ente organizaci­ones no gubernamen­tales, fundacione­s políticas y organizaci­ones internacio­nales.

Hoy en día ocupa el primer permanente­s de los comités y los intercambi­os en la participac­ión de foros internacio­nales. Tampoco destacar todas las distincion­es y los reconocimi­entos recibidos. Pero al menos deseo mencionar que, en 1989, el entonces secretario general de Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, otorgó al CARI el Premio Mensajero de la Paz. Y en 1998 recibió el Premio Konex, mención especial Institucio­nes-Comunidad-Empresa.

Es así como el CARI cumple cuarenta años sirviendo a nuestro país a través de su mirada del mundo desde nuestros intereses nacionales.

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