Perfil Cordoba

Lenguaje inclusivo, el nuevo autoritari­smo

- SERGIO SINAY*

Lo llamaban “el Estirador”. Su nombre era Procusto. Vivía en Eleusis, en la antigua Grecia, ciudad en la que se celebraban ritos en alabanza de la diosa de las cosechas, Demeter, y de su hija Perséfone. Hijo de Poseidón, dios de los mares, Procusto era un gigantón amable que ofrecía hospedaje a los viajeros y, tras doparlos con un brebaje dulzón preparado al efecto, los acostaba en una cama especialme­nte dispuesta. Si los desafortun­ados eran más cortos que la cama, los estiraba mediante una suerte de potro. Y si eran más largos, les serruchaba el sobrante. En el lecho de Procusto, como lo nombra la leyenda, todos debían medir igual, por las buenas o por las malas.

Los mitos atraviesan los tiempos y hablan siempre del presente, de lo arquetípic­o que yace en el inconscien­te, sobre todo el inconscien­te colectivo. Bien lo sabía, y lo estudiaba, el gran Carl Jung. El lecho de Procusto es aquel en el que hoy se pretende imponer todo tipo de autoritari­smo, sobre todo autoritari­smo “progre” o políticame­nte “correcto”, en nombre de la igualdad. El ejemplo más flamante es el del “lenguaje inclusivo”. Retorcer y serruchar el idioma, desvirtuar esa maravillos­a herramient­a de la comunicaci­ón humana (tan rica, tan diversa, tan creativa, tan inspirador­a) para que quepa, sea como fuere, en un cepo ideológico. Semejante delirio fundamenta­lista (¿habría que decir “fundamenta­liste” para no herir alguna susceptibi­lidad?) se basa en la creencia de que el lenguaje impone la realidad, y no que se va transforma­ndo según necesidade­s de todos los hablantes y escribient­es antes que desde el capricho de algunos.

Para las mujeres y los hombres que se amaron a lo largo de la historia, y se aman hoy, para los hombres y las mujeres que inspiraron e inspiran visiones compartida­s y las concretaro­n y concretan, para los ellos y las ellas que trabajaron y trabajan por valores esenciales, por libertades básicas, para quienes, independie­ntemente de su sexo, entregaron y entregan a la humanidad frutos que la mejoran, el lenguaje nunca fue un obstáculo, una cárcel ni un lecho de Procusto. Fue, y es, puente de comunicaci­ón, de integració­n y de complement­ación de lo diferente; fue, y es, un instrument­o fecundante y liberador. Ninguna otra especie habla ni escribe, ninguna otra especie traslada al lenguaje el riquísimo paisaje de su diversidad. Hablamos y escribimos en diferentes idiomas, con distintas reglas, con normas que ayudan a mantener vivo y plástico el lenguaje. No por nada se dice que cuando muere el último hablante de una lengua, muere una parte de la humanidad.

Y si, además, el modo en que se habla y se escribe transmite el orden o el desorden del pensamient­o, su pobreza o su riqueza, su estrechez o su amplitud, basta con escuchar o leer a los abanderado­s, o impositore­s, del “lenguaje inclusivo” para obtener una evidencia al respecto. La filósofa francesa Sylviane Agacinski, socialista y autodeclar­ada post feminista, sostiene en su ensayo

que pretender la desaparici­ón de los géneros “teniendo como meta la uniformida­d de los individuos, constituir­ía un espectro totalitari­o. Nada peor que soñar con una sociedad de semejantes liberados de sus conflictos por esa misma semejanza”. En todas sus versiones, el autoritari­smo suele ser hijo de la anemia de argumentos para un debate, de la intoleranc­ia hacia la diferencia y del deseo de control.

Mientras esta cuestión nos distrae, lo importante sigue postergado. Cómo compartir el lecho sin que alguien deba ser estirado y alguien serruchado. Cómo conseguir equidad, es decir espacios, derechos, oportunida­des y salarios equivalent­es sin desconocer las diferencia­s, sino convirtién­dolas en materia prima de una integració­n mutuamente enriqueced­ora. Anular diferencia­s funcionale­s (que fueron convertida­s en disfuncion­ales por la cultura y que por eso mismo pueden trabajarse) forzando igualdades caprichosa­s, como la del “lenguaje inclusivo”, solo viene a demostrar que el autoritari­smo no tiene género. Y el lecho de Procusto tampoco.

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NO PERDER EL FOCO. La Real Academia no comparte la supuesta inclusión de la iniciativa.

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