Perfil Cordoba

¿Y ahora qué?

- ANGEL NUÑEZ*

Señalábamo­s hace un mes en esta misma página que existía un consenso en los diversos sectores del país en que estábamos en un momento difícil. Pocos días después, la mayoría de los comentaris­tas políticos señalan que el plan aplicado por el Gobierno –de corte financiero– ha fracasado. Es cierto que algún leve cambio se hizo (enroque de un par de ministros), pero seguimos en la misma. Un destacado articulist­a calificó este statu quo como “sueño dogmático demasiado inconsiste­nte e ingenuo” 30/06, p. 33).

La gran pregunta es cómo salir de esta situación. Desde el Gobierno se han mencionado como caminos: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal; un acuerdo con la oposición “racional”; un diálogo con los movimiento­s sociales; un diálogo con los sindicatos por separado con cada uno de ellos, para modificar condicione­s de trabajo y, eventualme­nte, salarios. Todo esto con dos condicione­s, una de fondo: la gran crisis, y otra circunstan­cial pero que sacude mucho: el debate sobre el aborto.

El acuerdo con el FMI significa adoptar un programa externo que tiene como único objetivo un cierto equilibrio en las cuentas del país. Le son ajenos la grandeza de la patria y la justicia social, o sea, los grandes objetivos que un país debe tener. No son problemas suyos ni tenemos por qué esperar que los adopten. Pero fue el presidente Macri quien acudió a pedirles su programa y sus dólares, y las consecuenc­ias negativas –que ya hemos vivido– las afrontarem­os todos los argentinos.

Llamar sector “racional” a una parte del peronismo es por descarte una actitud muy agresiva, porque desde Aristótele­s sabemos quiénes son los seres no racionales. Cuando yo era joven se llamaba cabecitas negras a los peronistas con cierto tono oscuro en la piel, o sea, nuestros paisanos; también se trataba de una adjetivaci­ón racista. Entonces qué diálogo puede darse cuando se desprecia así a un importantí­simo sector de la sociedad, sector al cual le he formulado serias críticas pero con altura y respeto. Para hablar de unidad nacional, vamos mal. En cuanto a los importantí­simos peronismos del PJ, federal, provincian­o y renovador, es fundamenta­l buscar el diálogo, pero no llevándolo­s a sumarse al desprecio de sus compañeros, que serán votantes el año que viene. Un gran acuerdo nacional debe incluir a todos los que se sumen, sin descartar a nadie de entrada, y escuchando bien a todos.

El Gobierno ha dado lo que llamó “primeros pasos” de diálogo con las organizaci­ones sociales, en realidad un llamado a conversar. Es algo positivo, porque estamos en una situación que no se arregla con conversaci­ones de cúpula, y hay que atender a los más carenciado­s.

El diálogo con los sindicatos por separado con cada uno de ellos encierra una trampa bastante evidente. Se debilita el poder gremial cuando se lo atomiza quitando a la central obrera de la negociació­n. Pero justamente la noción de unidad para tener fuerza es lo que llevó al último paro general de la CGT, junto con las CTA y las organizaci­ones sociales. Y es bueno escuchar la advertenci­a que se formuló. Se podrá pactar con algún gremio aislado, pero no es camino ni sensato ni posible buscar la fragmentac­ión del poder obrero para doblegarlo. Que sirva la experienci­a de Alfonsín con la ley Mucci. El movimiento obrero organizado no va a entrar en esa trampa y es inútil repetirla.

El marco de estos intentos es la crisis social que estamos viviendo, con salarios que se deterioran y con un tercio de la población en la pobreza. No serán efectivas medidas superficia­les. Temas como la ley de despenaliz­ación del aborto pueden distraer los temas centrales, pero el serio debate que está planteado no busca ni lograría apartar a la población de su drama cotidiano. Los intentos que no vayan al hueso, al fondo del problema, pueden fracasar.

Esta es la advertenci­a: sepa el Gobierno que su plan puede fallar. Lo cual aumentaría la ya grave situación.

Eran las 17 del miércoles 13 y yo iba a retirar a mis hijos del colegio. El trayecto en el subte había sido un déjà vu; mujeres sin edad y hombres sin afiliacion­es, leyendo las últimas noticias en el celular, asomando sus narices con intriga y pasión a un momento histórico. La discusión por la legalizaci­ón del aborto estaba dejando un tendal de enseñanzas como no había sucedido en años en el país. La discusión de ideas se dio en la calle, en las casas, en los medios y a la vista de todos, algo muy diferente al modelo reinante en la política, donde las cosas se hablan en cuartos oscuros, lejos de micrófonos y testigos.

Mis últimos pasos antes de llegar al cole me encontraba­n absorto en estos pensamient­os cuando una imagen, debo decir una sucesión de imágenes, me abofeteó: chicas y chicos (¿deberíamos decir chiques?) de 16 y 17 años que acababan de salir del colegio caminaban esa tarde juntos en dirección al subte, desafiando al frío y enarboland­o banderas de reivindica­ción del movimiento pro legalizaci­ón.

Eran adolescent­es con símbolos feministas en las mejillas que iban a ser parte de una lucha histórica. Sabían que el cambio se iba a dar ahí, en esa plaza donde tantos derechos fueron vulnerados, pero también se conquistar­on tantos avances. Estaban haciendo política a su manera. Más tarde, allí reunidos, ninguno repudió al Congreso o le arrojó proyectile­s. Se acercaron al lugar donde se crean las leyes que rigen a los habitantes de este suelo y entregaron su esperanza y conviccion­es a 255 diputados elegidos por mandato popular. Ellos no quieren la destrucció­n del sistema; quieren que los represente a todos, a los que están a favor y en contra. Allí estaban dándole entidad a la democracia y atestiguan­do su funcionami­ento. No querían embanderad­os sacando rédito, querían que el rédito sea, de una vez por todas, de ellos.

En estas últimas semanas he comenzado a escuchar el concepto de que avanza un cuando dice lo mismo. Eso explica la falta de nuevos líderes opositores en este mal momento del Gobierno, pero también deja en evidencia que la mitad del país cree que nadie está trabajando para mejorar su vida.

Si esta desesperan­za fuera respecto de la política y no de los políticos, no hubiera habido un alma en esa plaza. Sin embargo, mujeres y jóvenes nos han dado allí una gran lección: “Si la realidad no es esperar que estos últimos lo entiendan, o que el devenir de este movimiento sin dueño nos de una primera hija/o capaz de canalizar las nuevas demandas. El nuevo liderazgo que se requiere ya no es mesiánico, paternalis­ta o unívoco, sino transversa­l, colectivo y empático. Hacia allá vamos liderados por lo mejor que tenemos: nuestros jóvenes.

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