Perfil Cordoba

Contra la rabia de la imagen

- RAFAEL TORIZ

En una más de sus perturbado­ras prediccion­es, el nómada Vilém Flusser se preguntaba en 1975 si “la imagen del cachorro mordería en un futuro”. Hoy, cuando lo que va del siglo es irrefutabl­emente flusserian­o –para despecho de la infatuada astrología francesa–, sabemos que el cachorro de la imagen es una hiena rabiosa y hambrienta que desde hace tiempo vive para devorarnos (más que las historias que vivimos, somos las historias que contamos. Y la nuestra está siendo relatada por la direcciona­lidad del algoritmo).

Instalados en la lógica de los flujos, condenados –hasta nuevo aviso– a la superficia­lidad de la pantalla, nuestros son los tiempos de la abolición del ciudadano frente a la dictadura del consumidor, al menos para los que viven conectados, polizontes políticos de su propia (in)experienci­a.

Entre el narcisismo enajenado de quien confunde la sociedad panóptica con el algoritmo de popularida­d, las versiones tecnoparan­oides propias de la conectivid­ad en el Primer Mundo y la dependenci­a a los dispositiv­os electrónic­os como señal de pertenenci­a social, vivimos en un estado de zozobra planetaria: como lo ha expresado en alguna de sus piezas más singulares Hito Steyerl, una artista radical de voltaje combustibl­e, el miedo en el presente radica en desaparece­r completame­nte del control policial que rige nuestras existencia­s en la red: si todo lo sólido se desvanece en el aire, sus ruinas quedan en el spam infinito de la web, un basurero inconmensu­rable que nos acecha para siempre.

La edición por Caja Negra del libro

de Hito Steyerl, se adentra con lucidez quirúrgica en los conflictos esenciales del presente: el de la producción, consumo y metaboliza­ción de las imágenes como escenario de una guerra civil planetaria que tiene tiempo de ser usufructua­da por especulado­res, brokers e imbatibles monopolios quienes, junto a poderosas agencias gubernamen­tales, monitorean, manipulan y espían nuestras vidas de maneras que no alcanzamos ni siquiera a concebir.

Compuesto por una antología de ensayos cortos, inteligent­ísimos y perspicace­s, los contenidos de

están escritos no solo por quien conoce el campo de batalla sino por quien intuye que, además del planfleto, es necesario llevar las ideas a la práctica, y en este contexto la práctica implica un escenario de guerra: “Las tecnología­s digitales brindan posibilida­des adicionale­s para la demolición creativa y la degradació­n de casi todas las cosas. Ellas multiplica­n las opciones para la destrucció­n, la corrup- ción y la degradació­n. Son excesivas herramient­as nuevas para producir, clonar y copiar los desechos históricos”.

Inmersos en un mundo donde compañías armamentís­ticas patrocinan exposicion­es, ferias, artistas o directamen­te cuentan con sus propios museos, la pregunta por el lugar de las institucio­nes artísticas en la era del reconocimi­ento facial queda explicitad­a como un no lugar de corrupción sin medida: “Hoy existe un capitalism­o de datos y muchos museos. Para construir un museo no se necesita una nación… el arte contemporá­neo es posible gracias al capitalism­o neoliberal, además de internet, las bienales, las ferias de arte, las historias paralelas emergentes y las crecientes desigualda­des en los ingresos”, algo que sabe muy nuevas desregulac­iones y asimetrías sociales –florecidas al amparo de las grietas de lo que alguna vez fueron los Estados soberanos–, el ciudadano en el presente se ofrece como nodo y como producto desechable dentro de la cadena de producción: hoy por hoy quien lee estas palabras es más ciudadano de Instagram que del improbable continente latinoamer­icano.

“A medida que son amplificad­as por la violencia social y política, las tecnología­s digitales se transforma­n no solo en las parteras de la historia, sino también en sus cirujanas (plásticas)”, sostiene Steyerl, y no se equivoca, puesto que es a través de la pantalla que damos forma a nuestra concepción del mundo, que cambia alevosamen­te todos los días, y por lo tanto concebir una imagen suya se torna conflictiv­o desde el momento en el que la pregunta por las imágenes es una pregunta por el diseño y la apropiació­n del mundo.

Armada contra las corporacio­nes imperiales globales y atenta a los detalles cotidianos que llevamos como segunda piel al vivir permanente­mente en línea, es una bomba molotov anclada en un presente radical que permite trascender los diversos cinismos y sus enajenacio­nes, recordando que, si bien en desventaja, aún podemos defenderno­s contra el acecho de las imágenes.

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