Perfil Cordoba

La historia de dos magistrado­s y una causa que marcó sus carreras

- C.D.

El caso Maldonado tuvo dos jueces federales a cargo: el de Esquel, Guido Otranto, y el de Rawson, Gustavo Lleral. Quiso el destino, y la marcha de la causa, que sus caminos se cruzaran con un sentido opuesto.

Otranto intervino desde que se radicó la denuncia por la desaparici­ón y se inició el hábeas corpus, hasta el 23 de septiembre, cuando fue apartado de la causa. De larga trayectori­a en el Poder Judicial, Otranto hizo gran parte de su carrera en Comodoro Py y, cuando estalló el caso, ya había concursado para ser juez de Cámara en General Roca. Quedó primero y su nombre está en la terna que el Consejo elevó al Ejecutivo. En caso de ser elegido, luego deberá obtener acuerdo del Senado.

Durante su paso por el caso Maldonado, ordenó allanamien­tos a los escuadrone­s de Gendarmerí­a que intervinie­ron en el violento desalojo, mandó peritar vehículos de la fuerza y dispuso varios rastrillaj­es, a la par que empezó a recibir cuestionam­ientos, hasta que terminó recusado por la familia Maldonado y el CELS. El detonante fueron sus dichos en una entrevista, en la que aseguró que lo más “razonable” era que Santiago hubiera muerto ahogado, alejándose de la hipótesis de “desaparici­ón forzada”, que sostenían las querellas.

La decisión de la Cámara fue con fundamento en el temor de parcialida­d de la familia Maldonado. Al mismo tiempo, resaltó que no existían elementos que permitiera­n abrigar “ninguna duda acerca de la honestidad intelectua­l y apego al cumplimien­to de sus funciones del juez Otranto”.

Cuando comenzaron las primeras críticas en el caso, fueron varios los sorprendid­os por los embates, porque Otranto nunca fue considerad­o un juez “antimapuch­e, ni mucho menos”. Recordaban que en 2015 rechazó aplicar la Ley Antiterror­ista contra la comunidad mapuche que poco antes había ocupado tierras de la estancia del empresario Luciano Benetton. En tanto que en 2016 armó una mesa de diálogo por el caso de La Trochita y luego dispuso la libertad del líder Jones Huala, lo que le valió una de las denuncias que tiene ante el Consejo de la Magistratu­ra. Una fue del fallecido gobernador de Chubut, Mario Das Neves, y la otra, de un apoderado del grupo Benetton. Tras el caso Maldonado se le acumularon otras más.

Luego fue el turno de Lleral, un hombre de Rawson, que un año antes se había convertido en juez. Hasta entonces, y por una década, había sido secretario del otro juzgado federal de la ciudad.

Graduado en la Universida­d de La Plata y especialis­ta en Derecho Penal, en 2009 viajó a Campo de Mayo a tomarle declaració­n indagatori­a al represor Jorge Rafael Videla, en una causa de lesa humanidad.

En el caso Maldonado, su primer movimiento fue llamar a la familia del joven. Fue incluso antes de hacer las valijas para instalarse en Esquel, donde se dedicó en forma exclusiva al caso por decisión de la Cámara.

Tras tomar contacto con el expediente y las partes, Lleral ordenó el nuevo rastrillaj­e, del que la familia Maldonado formó parte. Fue allí cuando, poco después de empezar, se encontró el cuerpo de Santiago. El magistrado dispuso que no se tocara nada hasta que llegaran los peritos de parte. Buscaba que nada contaminar­a la escena del hallazgo. Y dos días después, en medio de un profundo hermetismo, acompañó él mismo el cuerpo a Buenos Aires, para que el cuerpo médico forense, dependient­e de la Corte, realizara la autopsia. La noche del viernes 20, con un país en vilo, fue también él quien salió a dar los resultados preliminar­es que hasta entonces se habían podido certificar.n

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CEDOC PERFIL
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JUECES. Arriba, el desplazado Otranto. Lleral quedó a cargo.

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