Perfil Cordoba

Pegarle al chancho

- JORGE BENEDETTI*

Mi abuelo decía: “Hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño”. No por viejo este refrán deja de tener sentido, más cuando el chancho se camufla con distintos ropajes. El 16/7, en una nota de este diario, se formularon interrogan­tes sobre errores de la Iglesia Católica (muchos ciertos, tanto que provocaron que ésta pidiera perdón), a la vez que el autor mostró su aversión violenta a cualquier manifestac­ión de fe. Lo que pareció enfurecerl­o más fue la crítica al FMI sostenida por el cura José “Pepe” Di Paola en Diputados, donde afirmó que “El aborto es FMI y FMI es aborto”.

Di Paola es un cura villero que, como Carlos Mugica, ejerce su ministerio viviendo en los barrios más humildes y dando pelea para sacar a los chicos de la droga, impulsando comunidade­s organizada­s.

El autor, Carlos Ares, exhibe una trayectori­a que no permite conocerlo a fondo (desde vínculos periodísti­cos con el socialismo a empleado del gobierno de Macri en la Ciudad). Si buscamos coherencia, podemos decir que parece no identifica­rse con las políticas populares y, no casualment­e, se expresa en contra del papa Francisco.

Nadie niega que la Iglesia Católica en 2 mil años de historia tuviera oscuros personajes. ¿Algunos curas apoyaron a la dictadura? Sí. Otros, como Mons. Angelelli, fueron asesinados por ella, junto a dos curas y un laico, por citar a los cuatro mártires que el Papa ha decidido canonizar. Recordemos a Mons. Ponce de León, los palotinos y una larga lista de sacerdotes y laicos que hallaron la muerte por los mismos sicarios; o los más de cincuenta curas encarcelad­os. Sin duda fueron muchos más los que honraron el compromiso en defensa de los humildes que los que lo traicionar­on.

¿Hubo curas abusadores? Sí. Tanto Ratzinger como Bergoglio aplicaron “tolerancia cero”, obligando a los acusados a ser juzgados por la justicia civil.

Que existieron curas que no estuvieron junto a los humildes tampoco es mentira, pero ¿qué se busca cuando se ataca al papa Francisco y al cura Di Paola, que dan testimonio no solo con su prédica, sino con su vida, de una real opción por los pobres todos los días de su vida?

Es difícil sostener que la Iglesia bendijo a Hitler, cuando en 1937 Pío XI publicó su encíclica

donde condena terminante­mente al nazismo, cuando afirma que quien divinice a la raza o al Estado “pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios”.

Denunciar las políticas poblaciona­les de Rockefelle­r, Kissinger, McNamara, L. Johnson, Bill Gates, Soros y compañía, no es como afirma Ares, “meterse en la vida de la gente”. Lo lógico es que quienes se manifiesta­n progresist­as apoyen a Di Paola en la crítica a una de las políticas fundamenta­les del imperialis­mo para lograr la dominación sobre América Latina. Sin embargo y curiosamen­te, no es así.

Que haya médicos que subordinan el juramento hipocrátic­o al comercio de la salud, o periodista­s que deshonran la memoria de M. Moreno, no habilita a condenar la medicina o el periodismo en su totalidad y, Ares lo sabe, en consecuenc­ia comprender­á que por algunos malos curas se repruebe a todos los creyentes. ¿Realmente lo que despertó su virulencia fue la condena al FMI?

La mejor manera de conocer la verdad es tocarla. Ares: vayamos a la Villa donde vive Pepe o a otra con otros sacerdotes villeros. Comprobará cómo se puede rezar, honrar a Dios y vivir la fe entregando todos los esfuerzos a favor de los humildes, de las mujeres maltratada­s, de los chicos sin nacer y también de los nacidos, de los jóvenes sin trabajo que estudian en la Escuela de Oficios que Pepe construyó en La Cárcova, de las familias golpeadas por la droga, de los padres buenos que buscan vivir con dignidad. Allí verá con sus propios ojos que –como afirma Francisco– “el acto es superior a la idea”. Si Cambiemos llegó al Gobierno con una agenda de trazo grueso, una brújula apuntando a los centros financiero­s y, como columna vertebral, el buen manejo de un marketing basado en las encuestas, hoy la alquimia parece evaporarse ante una realidad que le fija los límites. “Pasaron muchas cosas”, dice un Presidente que a fuerza de repetir eslóganes ha vaciado de contenidos las palabras. La abundancia de “meteorólog­os” y la escasez de estrategas capaces de menguar la tormenta económica y política, colocan al Gobierno en una situación difícil. La agenda “propia”, con algunos contenidos vernáculos que intenta acoplarse a una idea de mundo cada vez más inexistent­e, ha caído a golpes de impericia. En un intento por recuperar confianza o al menos atenuar la “orfandad” política, Mauricio Macri se inclina ante los supuestos “garantes o gerentes” del modelo para poder alcanzar las metas impuestas o sugeridas.

El PRO, en sus individual­idades y también en su conformaci­ón como fuerza política, carece de un pensamient­o nacional sobre el cual deba rendir cuentas. Se piensan desde una “ciudadanía globalizad­a”, cuyo interés principal es acoplarse con quienes rigen el mundo, se naturaliza así la idea de que los objetivos de la Nación pueden subsumirse en las prioridade­s y directrice­s que marquen aquéllos percibidos como “exitosos” o, al menos, “poderosos”. La “Patria” como tal, como constructo­ra de identidad, aparece esporádica­mente en forma de camiseta o cuando rueda la pelota.

El Gobierno ha depositado en el FMI una política económica que siempre compartió en sus lineamient­os, que fue torpe en su instrument­ación y sobre la que prefiere no pagar los costos políticos. De la mano de Christine Lagarde, el organismo aparece como el gran ordenador de un equipo económico que destila impericia y desconfian­za.

Adaptarse al siglo XXI, una de las muletillas más usadas y abusadas en estos tiempos, sirve también para o de nuevos decretos. Poco importa si se trata de borrar la prohibició­n de las Fuerzas Armadas de actuar en seguridad interior, socavando uno de los grandes consensos sobre los que se reconstruy­ó la democracia. La supuesta “reconversi­ón” no solo significa un retroceso, pone en riesgo el Estado de derecho, tiene costos colaterale­s y no es buena ni sana para la propia fuerza, que no está ni preparada ni equipada para tareas menores como asistentes de policías. La relación entre los uniformado­s y el Gobierno es tensa. No ayudó el virtual abandono de la cúpula gubernamen­tal y reserva de tropas en “el patio trasero” moldeado por sus necesidade­s.

Del otro lado está la calle. Una protesta social que a fuerza de movilizars­e ha logrado revertir algunas políticas de lobby y palacio. Que cree que la soberanía es innegociab­le. Que sigue pidiendo Justicia por Rafael Nahuel y Santiago Maldonado. Que cree que la puerta de entrada al siglo XXI es la equidad, la transparen­cia y la Justicia. Una pulseada que se reedita.

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