Pegarle al chancho
Mi abuelo decía: “Hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño”. No por viejo este refrán deja de tener sentido, más cuando el chancho se camufla con distintos ropajes. El 16/7, en una nota de este diario, se formularon interrogantes sobre errores de la Iglesia Católica (muchos ciertos, tanto que provocaron que ésta pidiera perdón), a la vez que el autor mostró su aversión violenta a cualquier manifestación de fe. Lo que pareció enfurecerlo más fue la crítica al FMI sostenida por el cura José “Pepe” Di Paola en Diputados, donde afirmó que “El aborto es FMI y FMI es aborto”.
Di Paola es un cura villero que, como Carlos Mugica, ejerce su ministerio viviendo en los barrios más humildes y dando pelea para sacar a los chicos de la droga, impulsando comunidades organizadas.
El autor, Carlos Ares, exhibe una trayectoria que no permite conocerlo a fondo (desde vínculos periodísticos con el socialismo a empleado del gobierno de Macri en la Ciudad). Si buscamos coherencia, podemos decir que parece no identificarse con las políticas populares y, no casualmente, se expresa en contra del papa Francisco.
Nadie niega que la Iglesia Católica en 2 mil años de historia tuviera oscuros personajes. ¿Algunos curas apoyaron a la dictadura? Sí. Otros, como Mons. Angelelli, fueron asesinados por ella, junto a dos curas y un laico, por citar a los cuatro mártires que el Papa ha decidido canonizar. Recordemos a Mons. Ponce de León, los palotinos y una larga lista de sacerdotes y laicos que hallaron la muerte por los mismos sicarios; o los más de cincuenta curas encarcelados. Sin duda fueron muchos más los que honraron el compromiso en defensa de los humildes que los que lo traicionaron.
¿Hubo curas abusadores? Sí. Tanto Ratzinger como Bergoglio aplicaron “tolerancia cero”, obligando a los acusados a ser juzgados por la justicia civil.
Que existieron curas que no estuvieron junto a los humildes tampoco es mentira, pero ¿qué se busca cuando se ataca al papa Francisco y al cura Di Paola, que dan testimonio no solo con su prédica, sino con su vida, de una real opción por los pobres todos los días de su vida?
Es difícil sostener que la Iglesia bendijo a Hitler, cuando en 1937 Pío XI publicó su encíclica
donde condena terminantemente al nazismo, cuando afirma que quien divinice a la raza o al Estado “pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios”.
Denunciar las políticas poblacionales de Rockefeller, Kissinger, McNamara, L. Johnson, Bill Gates, Soros y compañía, no es como afirma Ares, “meterse en la vida de la gente”. Lo lógico es que quienes se manifiestan progresistas apoyen a Di Paola en la crítica a una de las políticas fundamentales del imperialismo para lograr la dominación sobre América Latina. Sin embargo y curiosamente, no es así.
Que haya médicos que subordinan el juramento hipocrático al comercio de la salud, o periodistas que deshonran la memoria de M. Moreno, no habilita a condenar la medicina o el periodismo en su totalidad y, Ares lo sabe, en consecuencia comprenderá que por algunos malos curas se repruebe a todos los creyentes. ¿Realmente lo que despertó su virulencia fue la condena al FMI?
La mejor manera de conocer la verdad es tocarla. Ares: vayamos a la Villa donde vive Pepe o a otra con otros sacerdotes villeros. Comprobará cómo se puede rezar, honrar a Dios y vivir la fe entregando todos los esfuerzos a favor de los humildes, de las mujeres maltratadas, de los chicos sin nacer y también de los nacidos, de los jóvenes sin trabajo que estudian en la Escuela de Oficios que Pepe construyó en La Cárcova, de las familias golpeadas por la droga, de los padres buenos que buscan vivir con dignidad. Allí verá con sus propios ojos que –como afirma Francisco– “el acto es superior a la idea”. Si Cambiemos llegó al Gobierno con una agenda de trazo grueso, una brújula apuntando a los centros financieros y, como columna vertebral, el buen manejo de un marketing basado en las encuestas, hoy la alquimia parece evaporarse ante una realidad que le fija los límites. “Pasaron muchas cosas”, dice un Presidente que a fuerza de repetir eslóganes ha vaciado de contenidos las palabras. La abundancia de “meteorólogos” y la escasez de estrategas capaces de menguar la tormenta económica y política, colocan al Gobierno en una situación difícil. La agenda “propia”, con algunos contenidos vernáculos que intenta acoplarse a una idea de mundo cada vez más inexistente, ha caído a golpes de impericia. En un intento por recuperar confianza o al menos atenuar la “orfandad” política, Mauricio Macri se inclina ante los supuestos “garantes o gerentes” del modelo para poder alcanzar las metas impuestas o sugeridas.
El PRO, en sus individualidades y también en su conformación como fuerza política, carece de un pensamiento nacional sobre el cual deba rendir cuentas. Se piensan desde una “ciudadanía globalizada”, cuyo interés principal es acoplarse con quienes rigen el mundo, se naturaliza así la idea de que los objetivos de la Nación pueden subsumirse en las prioridades y directrices que marquen aquéllos percibidos como “exitosos” o, al menos, “poderosos”. La “Patria” como tal, como constructora de identidad, aparece esporádicamente en forma de camiseta o cuando rueda la pelota.
El Gobierno ha depositado en el FMI una política económica que siempre compartió en sus lineamientos, que fue torpe en su instrumentación y sobre la que prefiere no pagar los costos políticos. De la mano de Christine Lagarde, el organismo aparece como el gran ordenador de un equipo económico que destila impericia y desconfianza.
Adaptarse al siglo XXI, una de las muletillas más usadas y abusadas en estos tiempos, sirve también para o de nuevos decretos. Poco importa si se trata de borrar la prohibición de las Fuerzas Armadas de actuar en seguridad interior, socavando uno de los grandes consensos sobre los que se reconstruyó la democracia. La supuesta “reconversión” no solo significa un retroceso, pone en riesgo el Estado de derecho, tiene costos colaterales y no es buena ni sana para la propia fuerza, que no está ni preparada ni equipada para tareas menores como asistentes de policías. La relación entre los uniformados y el Gobierno es tensa. No ayudó el virtual abandono de la cúpula gubernamental y reserva de tropas en “el patio trasero” moldeado por sus necesidades.
Del otro lado está la calle. Una protesta social que a fuerza de movilizarse ha logrado revertir algunas políticas de lobby y palacio. Que cree que la soberanía es innegociable. Que sigue pidiendo Justicia por Rafael Nahuel y Santiago Maldonado. Que cree que la puerta de entrada al siglo XXI es la equidad, la transparencia y la Justicia. Una pulseada que se reedita.