Memorias del subsuelo
En su testamento, citado por Paul Auster en
Israel Lichtenstein escribió: “Varsovia, 31 de julio de 1942. Quiero que recuerden a mi esposa, Gela Seckstein (sic), artista, con docenas de obras, llena de talento, aunque nunca pudo exhibir ni mostrar sus obras en público. Durante los tres años de la guerra, trabajó como educadora, haciendo escenografías y trajes para las obras de los niños y recibió premios. Ahora, ambos nos preparamos para recibir la muerte... Quiero que recuerden a mi pequeña hija, Margalit, de veinte meses de edad. Habla perfectamente el yiddish, un yiddish puro.” Ya saben que van a morir. “No sobreviviré”. Muy pocos pudieron hacerlo a partir de 1940 y los años que duró el ghetto de Varsovia. Su tarea, además de escribir estas líneas, fue esconder estos trabajos y los de los artistas que estuvieron allí en tarros de leche, unas cajas metálicas que forman hoy el Archivo Ringelblum. Estuvo enterrado desde principios de agosto de 1942, a comienzo del asesinato masivo de judíos de Varsovia y recuperados el 18 de septiembre de 1946 entre los escombros de una excavación realizada en la escuela en la calle Nowolipki que formó parte de la demarcación del lugar en la capital polaca.
Gela Sekstein, en medio del horror de su vida, sueña con un futuro: “Un museo judío con el propósito de revivir la vida y cultura de los judíos de pre-guerra”. Para eso ha pintado y pide, en esa misma carta de despedida, “tener en consideración que bajo las presentes circunstancias tuve que disminuir su formato”. La ternura de esta frase no hace sino duplicar su magnífico y trágico legado.