La negación del otro
En octubre de 1889, Francia celebró el primer centenario de la Revolución con una Exposición Universal en la que se exhibieron los avances de la ciencia, la producción y la cultura que eran resultado de cien años de laicismo, igualdad, fraternidad y libertad. El municipio de París autorizó al ingeniero Eiffel para que construyera una torre metálica horrible pero que con su altura asombraría al mundo. Puso la condición de que fuera derrocada en cuanto terminara la exposición para que no estropeara el paisaje de la ciudad. En lo político, intelectuales y activistas fundaron la Internacional Socialista, que tanta importancia tendría en la historia de Occidente.
Ese ambiente progresista no chocó con la presentación de los Circos Humanos, que estaban de moda. En uno de ellos se encontraban nueve indígenas onas, presentados como caníbales, a los que les arrojaban carne cruda de caballo y los mantenían sucios
Se decía que la mujer era la fuente del mal. Teólogos y médicos fantaseaban sobre el desenfreno propio
de su sexualidad
para que su apariencia atrajera más público. Estuvieron en la propia torre Eiffel y recorrieron varios países de Europa. En Bruselas exhibieron en el Musée du Nord a siete sobrevivientes junto a inventos, equipos electrónicos y obras de teatro actuadas por enanos. De esa ciudad fueron devueltos a América y sobrevivieron al viaje solo cuatro. En esos años recorrió Europa el circo Buffalo Bill’s Wild West, en el que Búfalo Bill contaba sus aventuras acompañado de algunos actores, entre los que estaban algunos pieles rojas y unos tantos bisontes narcotizados. El actor estrella del espectáculo era el auténtico Toro Sentado, líder indígena que firmó la paz con los norteamericanos. En medio de la batalla ficticia cruzaba solemnemente el escenario y volvía a sentarse en un taburete desde el que presenciaba la obra. Recibía aplausos frenéticos.
Durante la conquista de América, el apóstol Santiago apareció en repetidas ocasiones, jinete de un corcel blanco, con un estandarte blanco y una cruz roja para ayudar a los españoles que se lanzaban a la batalla gritando “Santiago y cierra España” o “Santiago y a ellos”. El santo era muy diestro con la espada y mató a muchos indígenas en el cerro del Sangremal junto a Querétaro, en la batalla de Cintla, en Tabasco.
Apareció en 1520 en el Templo Mayor de Tenochtitlán, en la fiesta de Hutzinopotchli, en donde encabezó una enorme masacre. Estos hechos le valieron la adveración de Santiago Mataindios. Los teólogos discutieron algunos años si los indígenas tenían alma. Los españoles se encontraron con culturas que reducían la cabeza de seres humanos en ciertas circunstancias y los llamaron “jíbaros” (perros salvajes remontados) o “aucas” palabra quechua que significa salvaje peligroso. Usaron una derivación de “auca” para referirse a grupos indígenas del sur de Sudamérica a los que denominaron araucanos.
En todos los casos, los onas en Europa, Toro Sentado en el Circo de Búfalo Bill, los indígenas victimados por Santiago o las denominaciones despectivas de ciertas culturas, se produjo una negación del otro: algunos se creían seres humanos y negaban esa condición a los distintos. No era un “otro” al que había que comprender sino, en el mejor de los casos, seres que servían para la diversión, o que debían ser exterminados o dominados.
Esta situación permaneció invariable hasta la primera mitad del siglo XX, en que algunos europeos salieron al mundo con otra óptica y se llevaron grandes sorpresas. La publicación de las obras de Levi Strauss y de
de Margaret Mead, se encontró con sociedades