Los pañuelos no se guardan
conciencia acerca de la libertad antes que a su ejercicio. Si el disparador fue la violencia machista que nos hiere y nos mata, las nuevas generaciones, casi sin distinción de sexos, entendieron un mundo “entre pares”, en el que la igualdad de derechos es condición necesaria. Vale la pena dar la batalla, conquistarla y exigir políticas públicas que ayuden a lograrla.
En este país de complejidades inéditas, los supuestos “triunfos” y “derrotas” no se miden con exactitud matemática. Es probable que el mayor afectado –en términos políticos– sea el propio Gobierno que habilitó un debate necesario e impostergable, con final incierto. La “liviandad” con que encara temas de densidad estratégica, supuestamente urnas. La UCR rompió con su supuesta trayectoria laica y “reformista”. Su rechazo fue masivo: nueve votos sobre 12. El PRO hizo lo propio, pero dividió votos tratando de mostrar amplitud y disminuir un costo político que se tornó inevitable.
También perdió el “cambio”. La idea de que el oficialismo era una fuerza joven, moderna, adaptada al siglo XXI y a un mundo que supuestamente le abre sus puertas. Los principales diarios del planeta refutaron el relato. Mostraron una dirigencia aferrada a sus creencias, incapaz de legislar desde una perspectiva de Estado o desde las necesidades de parte de la sociedad que destierra imposiciones y prejuicios.
Pese a ello, en este juego