Perfil Cordoba

EL MUNDO 2.0

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J.M.D. —La película sale con los tapones de punta contra cierta idea del mundo del arte, del crítico, de modos de venta, de consumo y de valorizar. ¿Qué opinión te merece a vos esa forma de ver el arte de la cual la película hace uso? —Sí, sí, sí, es cierto hace eso. Gracias a Dios fue un universo que transitamo­s con gente que sabía mucho del palo. Entonces eso también nos ayudaba a entender el advenimien­to del arte contemporá­neo contra aquellos pintores que por ejemplo eran estrellas en una década, pero después por el cambio de las modas y los gustos quedaron en otro lugar. El personaje de Brandoni es un hombre hosco que no se quiere aggiornar, que casi no quiere nada. Y a mí, en mi personaje de galerista, se me hace muy cuesta arriba ayudarlo. El mismo boicotea lo que hace, hasta su propia muestra. —¿Alguna vez a vos se te hizo cuesta arriba por la moda del momento? —No, no, pero adaptarme obligatori­amente a los cambios, al avance de la tecnología, la idea de que te quedás en el tiempo si no participás en este mundo virtual, este mundo de redes. Uno sería un necio si dice que la tecnología es inútil. Pero hay pasos tan agigantado­s que uno no sabe si suma o resta. Y no por decir que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero a la hora de las relaciones cara a cara ese mundo resta. Veo que se perdió el mano a mano, la mirada a los ojos, la ausencia de intimidad, la moda de ventilar lo que uno tiene. Yo estoy en las antípodas de esa forma de pensar. De esa vanidad, de esta cosa ególatra de autofotogr­afiarte y esperar el qué dicen. Estar esperanzad­o por un “Me Gusta” y mostrar hasta la comida que comés, la intimidad con un hijito o de un viaje. En mí conspira todo lo que es eso. Todo el día mirar abajo sin mirar a la otra persona; a veces me da la sensación que es de una inutilidad absoluta.

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