Los negadores
Respecto de la corrupción populista en sus diferentes estratos (política, institucional, corporativa), hay tres clases de negadores. La primera, del tipo de un amigo peronista, excelente profesor universitario e intachable persona, que reconoce los hechos. Pero nunca aborda el tema, y cuando este aparece, asiente con un sonido gutural y de inmediato introduce datos ciertos sobre la corrupción liberal y el uso que de todo el asunto hacen los “medios del sistema”. Cuando se alega que el kirchnerismo hacía cosas peores en materia de medios de comunicación, no lo desmiente, pero tampoco entra en detalles y pasa rápido a otra cosa. Es el tipo más generalizado de negador peronista; esos honestos militantes doloridos, descoyuntados entre la aceptación de los hechos y la esperanza de un nuevo y honesto liderazgo; que por cierto nunca existió.
Pero el grupo más activo está compuesto por “izquierdistas” de diverso pelaje, adscriptos a la religión populista desde que implosionó la del “socialismo real” soviético y la China maoísta empezó a jugar el juego del capital. Están los que hacen circular panfletos que dicen “Cristina escondió la guita que se robó en hospitales, universidades, asignaciones universales por hijo…”, etc. O sea, irónica negación del robo y/o justificación del “roban, pero hacen”, sin importar cuánto roban ni cómo lo hacen, tal las muchas obras mal hechas y/o inconclusas; o los “Sueños Compartidos” con Hebe de Bonafini.
O los que, como un viejo conocido que respondiendo a comentarios sobre la situación venezolana, se limitó a hacerme llegar un documento en inglés sobre las “operaciones encubiertas” de Estados Unidos en América Latina. Nadie podría negar esas “operaciones”, pero ¿es esa la razón de la crisis bolivariana? A pesar de las frecuentes amenazas de suspensión, EE.UU. es el principal comprador de petróleo venezolano… (https://elpais.com/internacional/2017/05/29/ estados_unidos/1496017333_399364.html).
En estas dos versiones, esos personajes devienen feroces denunciantes al menor indicio de corrupción liberal; igual que los fieles católicos que ningunean los escándalos de pedofilia y dan lecciones de moral sobre la legalización del aborto. Y luego tenemos la última, absolutamente inexcusable versión: los ex funcionarios y altos dirigentes que, al menos hasta ahora, no aparecen imputados. Es el caso de Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete de Néstor y Cristina Kirchner, quien le manifestó a Luis Novaresio “haberse enterado hace un mes y medio de la denuncia por presuntos pagos de sobornos (…) y que la intervención del chofer Oscar Centeno en el caso suena a una operación de los servicios de inteligencia” (https://www.lacapital.com.ar/politica/albertofernandez-los-cuadernos-centeno-suenan-operacionlos-servicios-n1658152.html).
El video de esa entrevista es imperdible, porque allí vemos balbucear ignorancia a un abogado que manejaba o estaba al tanto de todas las operaciones del gobierno, pero nunca se enteró de nada; no vio, escuchó ni leyó denuncias o rumores; no hizo preguntas ni averiguó nada durante los años de su mandato (2003/2008), ni en los que siguieron. Igual que los papas, obispos y sacerdotes católicos que nunca se enteraron de las miles de violaciones en iglesias y conventos de medio mundo.
No se trata de absolver al liberalismo o ignorar las injerencias del gran capital, sino de analizar concretamente situaciones concretas: tanto el chavismo como el kirchnerismo desperdiciaron una situación política y económica muy favorable (apoyo social; altos precios del las materias primas), dejando a sus países, ineficacia y corrupción masiva mediante, en gravísima situación económica, política y social.
Entonces, si aquello fue Guatemala y esto apunta a Guatepeor, ¿por qué el progresismo no discute otra salida? Preguntar a los socialdemócratas, aquí y allá devenidos en populistas o liberales.
La palabra revolución emerge de la voz latina “dar vueltas”, dar vuelta el orden establecido, en lo político, social, cultural, económico; en realidad de lo que hablamos es de una transformación, que es resultante de procesos históricos y construcciones colectivas. Hablar hoy de revolución suena un tanto utópico. Pero nos podemos quedar con un gen de que es la transformación a partir de, justamente, construcciones colectivas.
De un tiempo a esta parte, observamos la pérdida de credibilidad en el principio de representación política, básicamente en los partidos como receptores de demandas y actores con la movilidad necesaria para imponer una nueva agenda. Consecuentemente, esto generó un espacio vacío producto de la rigidez y la inflexibilidad institucional y una explosión de colectivos sociales nucleados en torno a diferentes temáticas de interés. Sin embargo, en un escenario complejo hubo uno que adquirió una adhesión “revolucionaria”. El colectivo de mujeres, que tiene la característica de producir movilización (de las grandes), es transgeneracional. El colectivo de mujeres inició su camino bajo la consigna de Ni Una Menos, y ha crecido exponencialmente a partir de la discusión sobre la despenalización del aborto. Ha cuestionado e interpelado fuertemente a la sociedad, no solo a través de estas consignas, sino también a través de algo más profundo, que son los roles en la sociedad, los estereotipos.
Su magia es haber conseguido una identificación racional y emocional fuerte, vínculos subterráneos que resignifican la apropiación del espacio público. Esto es, frente a la apatía y el descreimiento, transformador. Pero interesa conocer dónde surge esta sinergia colectiva que embandera a mujeres en su mayoría, pero también a muchos hombres que sienten el compromiso, porque primero hay un mensaje claro, racional, y segundo porque solo ver la hermandad, firmeza y convicción en las creencias, poniéndolos en un balde en remojo, mientras se revisan los cimientos construidos y la voz de estas nuevas generaciones.
El trago amargo que dejó la votación de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE), sin embargo, proporcionó otras lecturas dulces. Durante años de sociedad adormecida asistimos al natalicio de estas “mareas”, podría decirse “verdes”, pero es más grande aún, son colectivos de derechos, y en esto nos remiten a una revolución histórica, no olvidemos que la Revolución Francesa inició el camino de conquista de derechos, y tenía algo que nos es familiar: las consignas, claro, “Igualdad, Fraternidad, nos referimos, sabemos que allí hay mucho más que palabras. Hay juego, hay compromiso, hay hermandad, hay lucha, hay identidad, hay convicción, hay un universo. Y sobre todo, hay valores y objetivos; es acción.
Por eso, la comunicación es protagonista, porque es un llamado a la acción, discutible en qué medida racional o emocional, pero lo que está claro es que emerge otra identidad, con perfume joven, que pide más derechos y libertad. Es de alguna manera la resignificación de la postergación, que llegó para quedarse y ser protagonista.