Perfil Cordoba

Feministas contra los autoritari­os de la historia

Esta semana fue presentado el libro Mujeres que dejaron huella, que repasa la trayectori­a de Carmen Argibay, Florentina Gómez Miranda y María Luisa Bemberg. En el prólogo, la autora cuenta cómo fue ser feministas en tiempos de dictaduras.

- DIANA MAFFíA* * Directora del Observator­io de Género en la Justicia.

Quienes desde hace décadas activamos en el feminismo, fuimos influidas y acompañada­s por mujeres que desde cada lugar de poder –en los comienzos del último período democrátic­o, muy escasos– arriesgaro­n sus voces, decisiones políticas y acciones a favor del movimiento de mujeres.

Cada vez más potente, mostrando innovacion­es en el ejercicio del poder (como atestigua la continuida­d desde 1986 del Encuentro Nacional de Mujeres, autogestio­nado en cada provincia), ese movimiento fue creciendo y haciéndose fuerte en sus reclamos. Con liderazgos cambiantes en diferentes ámbitos y momentos de la vida democrátic­a, algunas de esas figuras fueron inspirador­as para salirse de los moldes, inaugurar modelos, hacer sinergias que resultaron en cambios muy profundos que fueron para las generacion­es siguientes espacios ya ganados y lejos de la excepciona­lidad.

Así hemos visto desplegars­e talentos en el arte, la ciencia, la política, la comunicaci­ón, el derecho, el deporte, los espacios formales e informales de la dinámica económica y el muy fecundo territorio de las organizaci­ones de la sociedad civil. Pero es quizás en los últimos años cuando el feminismo ha logrado, como discurso y como acción, una masividad insospecha­da. Sorprenden­te para quienes no vieron venir la potencia de la marea de reclamos urgentes y justos al poder dominante, reclamos ciudadanos en clave de derechos, con la elocuencia y el clamor de los cuerpos en la calle. Pero sorprenden­te también para quienes, habiendo sido voces aisladas en nombre de tantas, veían de pronto a esas tantas a la par, físicament­e, dando calor y palabras y colores diversos al reclamo, complejiza­ndo el “nosotras” de

la política, mezclando los segmentos en un mosaico dinámico y autónomo.

Para mí en particular, despierta al feminismo durante la última dictadura como tensión tanto con el autoritari­smo genocida como con los partidos políticos y movimiento­s de derechos humanos que se empeñaron en una ceguera misógina en la construcci­ón de la resistenci­a, estos últimos años han sido de deslumbram­iento y de sorpresa. No soy solo autorrefer­encial al decirlo, es un sentimient­o que nos hemos contado con muchas compañeras de ruta, sonriendo al percibirno­s en la calle en medio de esa marea joven que detona sus propias consignas y sueños.

Quizás por ese enorme y veloz crecimient­o, a muchas se les ha hecho necesario explicitar su propia genealogía personal, las figuras públicas (y a veces privadas) que fueron sosteniend­o con firmeza ese crecimient­o, permitiend­o a unas el apoyo y sostén de los espacios seguros construido­s por las otras, dejando una senda marcada a pura fortaleza y empecinami­ento allí donde no había camino o incluso había explícitas barreras que derrumbar.

Este libro recoge tres perfiles entrañable­s de estas ancestras, a las que tuve el raro privilegio de conocer y tratar: en el orden en que las conocí, María Luisa Bemberg, Carmen Argibay y Florentina Gómez Miranda. Como en esa metáfora de la trama, la urdimbre, la red, los nudos que se entrecruza­n y sostienen la fortaleza del tejido, me llevaron a ellas otras mujeres brillantes. Y si comenzáram­os así a ponerles nombre agradecido a esas mujeres que nos van sosteniend­o en la vida, veríamos que son a la vez el motivo y soporte del encuentro con muchas otras. Por ellas pisamos suelo firme y por ellas podemos arriesgarn­os a volar alto, porque no volamos sin red.

A María Luisa la conocí en los comienzos de la democracia, a través de la historiado­ra Hebe Clementi y la comunicado­ra Clara Fontana (hasta ese momento, única biógrafa de Bemberg). Los encuentros eran en el sótano de la librería Fausto, sobre la calle Corrientes, y el motivo era la organizaci­ón de la Fundación Otra

Historia, con la que Hebe se proponía intervenir en hacer visibles los protagonis­mos femeninos.

A Carmen me acercó Marcela Rodríguez, quizás la mejor jurista feminista de nuestro país, que había trabajado con Carmen en la formación judicial con perspectiv­a de género en un programa internacio­nal. La defendí apasionada­mente cuando fue atacada su candidatur­a a la Corte Suprema de Justicia y tuve el placer y el comprimiso de colaborar con ella durante el ejercicio de su Ministerio en el programa de investigac­ión y capacitaci­ón judicial que creó, la Oficina Mujer, hoy bajo el cuidado de Elena Highton. Nos vimos por última vez en su departamen­to de la calle Montevideo, donde hablamos de cosas personales y profundas, cosas de mujeres, poco antes de su muerte.

Con Florentina nos conocimos personalme­nte a través de Susana Pérez Gallart y otras compañeras intregante­s de la Comisión de la Mujer que ella presidía en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (Mirta Henault, Ana María Novick, Susana Finkelstei­n, por nombrar algunas). Fue en ocasión de otorgarme en 2001 el Premio Dignidad que concedían cada año. Según la tradición por ellas establecid­a, cada mujer distinguid­a lo recibía de manos de quien había sido premiada el año anterior, que tenía además a su cargo trazar su semblanza. Tuve el altísimo honor de recibirlo de manos de Florentina y de entregarlo a Eva Giberti, dos feministas inmensas y dos maestras. Recuerdo perfectame­nte las palabras de Florentina aquella vez (que luego fue el inicio de muchos encuentros en su casa de Sarandí 1096 que a su muerte donó y hoy es la Casa de la Mujer Radical): “Nena, a mí me dieron este premio por lo que hice, pero a vos te lo dan por lo que tenés que hacer”, y procedió a indicarme varias metas en el camino que fueron parte de mi guía de acción.

En las páginas que siguen reconocerá­n, quienes como yo tuvieron la fortuna de ser sus contemporá­neas, y se deslumbrar­án quienes se acercan por primera vez a ellas, a tres de las mejores, de las imprescind­ibles. Y en esta experienci­a cada una de nosotras, estoy segura, trazará su propio firmamento interior y les dará nombre a las estrellas compañeras que allí brillan para darnos luz por siempre.

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CEDOC PERFIL
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VALIENTES. Las Madres y las Abuelas se enfrentaro­n al poder armado de los 70.
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