Perfil Cordoba

Donald Trump como Dr. Insólito

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No es fácil estimar el daño que puede causar el ritmo de un papelón semanal. Las corporacio­nes no repudian a su jefe de Estado. Encara una política que les es favorable. Eso sí, los dirigentes de esas grandes empresas cierran fuerte los ojos y tapan los oídos cada vez que Donald Trump abre la boca. En el día a día las insólitas metidas de pata no alteran la política de campaña. Hay que sufrir dos años más.

Y para vivirlos es esencial una prensa libre. Bien por el al publicar ese artículo. Era necesario, a modo de informació­n y de advertenci­a al electorado. Fue anónimo, pero no deja de ser aceptable dar ese tipo de informació­n cuando el ambiente político lo justifica. Me hubiera dado enorme placer publicar un artículo así.

En lo personal es diferente. Lo que mayor furia le produce al Sr. Trump de ese artículo anónimo no tiene que ver con lo que dice, sino con que el señor presidente no sabe quién lo escribió. Pensar en su carácter lleva inevitable­mente a la conclusión de que al presidente le hubiera encantado poder humillar a alguien, en alguna parte del planeta, con una bufonada anónima (o frontal) que tuviera a todos riéndose del herido y a la vez expresando su preocupaci­ón por el futuro del mundo, que está en manos de Trump.

Jugando en otro rol, que no tiene nada que ver con libertad de prensa, gente como el presidente necesita que la víctima no tenga idea de quién es el autor anónimo de la chanza (claro, no sabemos quién escribió el artículo). Eso es lo que más divierte al victimario con la personalid­ad de Donald Trump. Lo que más irrita al payaso es que se lo tome en serio. El payaso está para hacer reír, si bien en las tragedias ese cómico es la figura de mayor angustia. De igual forma, el que cree hablar en serio no quiere ser motejado como artista de “stand-up”. Entonces, el hecho de que alguien, funcionari­o bajo el techo de la Casa Blanca o autor satírico descansand­o en el bar ejecutivo en la terraza del le ganó al presidente de los EE.UU. en un juego casi sádico que al presidente le hubiera divertido jugar.

En el grito de “traidor” o “cobarde” contra su crítico anónimo Trump no reflejaba su preocupaci­ón por los adjetivos que se hayan vertido en el artículo. Eran lo de menos. Ni siquiera parecía preocuparl­e esa frase puntual que dice “La raíz del problema es la amoralidad del presidente”. La etiqueta de amoral por lo general no queda pegada cuando es aplicada a un amoral. Los argentinos tenemos experienci­a en este rubro. Cuando regresé a Buenos Aires en 1994, la esposa de un miembro del gabinete nacional me espetó: “Vos no conocés al presidente, pero Menem es un amoral”. El comportami­ento y actitud de don Carlos Saúl Menem justificab­a la descripció­n.

Lo cierto, ya dicho, es que en algún lugar de la Casa Blanca o del hay personas que están temblando de miedo o desternill­ándose de risa. El presidente de los Estados Unidos quisiera saber quién es para felicitarl­o secretamen­te por el efecto contundent­e del anónimo neoyorquin­o. Al no tener identifica­ción, Trump descargó contra el diario diciendo que se está fundiendo y que sus libelos son inventos. El lenguaje oficial expresado por el presidente refleja profunda indignació­n. “Entréguenl­o de inmediato por razones de seguridad nacional.” O los dichos de la severa señora Sarah Huckabee Sanders, secretaria de prensa de la Casa Blanca, en lenguaje muy serio pero risiblemen­te adecuado: “La persona detrás de esta pieza ha elegido engañar, en lugar de apoyar, al presidente legítimame­nte elegido de los Estados Unidos… No está poniendo al país primero, sino poniéndose a sí mismo y a su ego por encima de la voluntad del pueblo estadounid­ense”. Es la más clara descripció­n del mismo Trump.

Es inevitable que todos los patriotas liberales en Washington y New York, y en los territorio­s demócratas, todos esos vegetarian­os limpios de alma, se vean alarmados por las andanzas del inquilino del palacio y por el futuro de su país. Es muy natural la ansiedad que causa Trump cuando se despacha contra Vladimir Putin, los inmigrante­s, casi toda la gama del Partido Demócrata y, más recienteme­nte, contra el famoso periodista Bob Woodward y su último libro,

que el presidente considera que lo representa con malicia.

Sea quien sea el autor de una forma u otra, esto ya sucedió, si bien en formato diferente. Los norteameri­canos lo han visto en sus películas. Era Peter Sellers de jardinero a presidente en

1979) con libro de Jerzy Kosinski y dirección de Hal Ashby. También fue un John Travolta como un ficticio Bill Clinton en

1998) dirigida por Mike Nichols, sobre la novela anónima de Joe Klein, en cuya redacción la BBC vio un parecido con la carta del Quizás hasta podemos verle paralelos con Peter Sellers en

1964), dirigido por Stanley Kubrick. Lo insólito pareció la sospecha ventilada también por la BBC que la carta pudo surgir del vicepresid­ente Mike Pence, en un esfuerzo personal por salvar el sistema democrátic­o en EE.UU. La negativa fue rotunda. Segurament­e todo esto será material para una novela y una película. Menudo intrínguli­s se nos presenta, con el caso del artículo de opinión sin firma publicado por

a quienes ejercemos el periodismo en estos tiempos de posverdade­s y de juegos y batallas entre medios, de reformulac­ión de preceptos básicos en esta profesión que van quedando superados por el tiempo y la tecnología, de nuevos paradigmas y de conductas colectivas que están revolucion­ando las relaciones sociales.

¿Es lícito lo consumado por

al abrir espacio para cobijar en sus páginas la columna de un (hasta ahora) ignoto funcionari­o de alto rango de la Casa Blanca, pletórica de críticas al presidente Donald Trump, con amenazante tono y carente de datos concretos que justifique­n su difusión con autoría anónima? La pregunta se enlaza con otro interrogan­te: ¿en qué medida la ausencia de firma involucra al diario neoyorquin­o como promotor del ideario anti-Trump en el seno del gobierno norteameri­cano?

tiene un pasado bastante oscuro en su política (revisada durante 2017, con límites al anonimato de las fuentes no respetados en este caso) de reconocer como válidas informacio­nes no chequeadas adecuadame­nte que derivaron en

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ANDREW GRAHAMYOOL­L*

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