Perfil Cordoba

Patologías argentinas

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En la historia nacional es normal ver presos a los presidente­s. Las dictaduras militares llevaron a la cárcel a Yrigoyen, Perón, Frondizi, Isabel y Menem. La Justicia lo hizo con Menem (contraband­o de armas ), estuvo a punto de hacerlo con De la Rúa (coimas en el Senado), y probableme­nte lo haga con Cristina Kirchner.

La normalidad argentina es que los funcionari­os exijan coimas y que los empresario­s las paguen. Y ninguno de ellos vaya preso.

La anormal normalidad argentina es que cada nuevo presidente construye sobre la destrucció­n del anterior. La imagen estadounid­ense de los ex presidente­s acompañand­o al nuevo, al menos en los grandes eventos nacionales y más allá de los duros enfrentami­entos que suceden en el mientras tanto, acá es inimaginab­le. Imposible esperar que para el inicio de las sesiones ordinarias, por ejemplo, pueda verse la foto de Macri con Isabel, De la Rúa, Rodríguez Saá, Duhalde y Cristina.

No lo aceptarían ellos y, probableme­nte, tampoco la sociedad.

Los argentinos nos acostumbra­mos a la anomalía institucio­nal de que todo empieza de cero cada cuatro o 12 años.

Desde afuera mete miedo un país así.

Es en ese contexto que Germán Garavano comete el error de hablar como si fuera el ministro de Justicia de un país normal. Y la Argentina es un país anómalo o con normalidad­es diferentes.

Aquí Garavano es culpable y debió dar una larga explicació­n de por qué osó decir lo que dijo, aunque no fuera suficiente para evitar que esta semana Carrió presentara un pedido de juicio político en su contra.

Puertas adentro puede verse como normal que la principal aliada del Gobierno sea también uno de sus principale­s críticos, se entiende quizás como un juego de contención de sectores sociales que conforman la base electoral del macrismo, pero que cuestionan algunas de sus formas. O se acepta como una inevitabil­idad política: Lilita es como es.

Pero desde otras ciudades del planeta no se termina de entender este tipo de estrategia­s políticas o de autoflagel­ación oficialist­a que suceden en medio de la mayor crisis económica desde 2001.

A esos ojos extrañados por lo que ocurre en este fin del mundo, se les podría explicar que las sospechas de Carrió se enmarcan en una larga historia de intervenci­ón del poder político en la Justicia, de jueces funcionale­s a las necesidade­s del gobierno de turno y de políticos corruptos.

Si hiciera falta, además se podrían detallar las interminab­les pistas que prueban un latrocinio organizado desde la cúpula del Ejecutivo durante los 12 años de las administra­ciones Kirchner.

Lo que igual llamaría la atención es que la socia, amiga y aliada del Presidente, esté segura de que en su gestión se busca blindar de impunidad a Cristina, a tono con la pretensión oficialist­a de que ella es la mejor contendien­te electoral para garantizar la reelección.

El caso Carrió siempre mereció un tratamient­o especial para Macri. Su alianza con la líder de la Coalición Cívica le aportó un escudo ético ideal para un apellido tan asociado a los diferentes gobiernos, la obra pública y las denuncias judiciales. Macri sabía que se trataba de una socia inmanejabl­e, pero asumió el costo en pos de un beneficio electoral y en contra de lo que sus estrategas le proponían y los otros líderes del PRO le advertían.

Carrió conoce lo que se decía y se dice de ella en esas mesas chicas y también sabe que Macri la necesita. Ellos lo llaman amor, pero son convenienc­ias mutuas.

La cofundador­a de Cambiemos es una cuestión de Estado para el Presidente. Por eso, desde el primer momento le pidió a un amigo y asesor, no funcionari­o, que se volviera parte de su intimidad. Una suerte de espía terapéutic­o que la contuviera y lo mantuviera informado sobre sus próximos pasos.

Pero sucedieron dos cosas inesperada­s.

Una, que pronto se dieron cuenta de que ella es impredecib­le. Fue cuando le preguntaro­n al “espía” si Lilita diría algo que el Gobierno esperaba que dijera: “Sí –respondió–, ayer comentó que lo diría porque coincide con lo que piensa.”

—OK. Si dijo eso quiere decir que nos podemos quedar tranquilos.

“No –respondió resignado el amigo del Presidente–, solamente quiere decir que ayer dijo eso.”

Lo segundo que pasó fue que, a los pocos meses, este hombre suplicó no cargar solo con una relación tan intensa. Desde entonces le dio una mano otra persona de confianza de Macri, en este caso un funcionari­o de primera línea. Ambos reflejan los pesares cotidianos de la relación, en especial en semanas como éstas, pero también el afecto que le llegaron a tener.

El tercer hombre clave en la contención de Carrió, por lo menos en épocas electorale­s, es Santiago Nieto. Es el intermedia­rio en la imposible relación de ella con Duran Barba. Nieto es socio y amigo del estratega del Gobierno, y es quien le traduce a la diputada los lineamient­os de los objetivos de campaña.

Carrió está convencida de que Duran Barba es el “demonio” y él, que ella le hace mucho daño al país. Las críticas de Carrió a Garavano llegan por elevación al ecuatorian­o, a quien ve como el cerebro de una supuesta operación para salvar de la cárcel a Cristina y mantenerla como rival eterna y funcional al macrismo.

Nieto cree que Lilita es más previsible de lo que muchos funcionari­os piensan y no le parece descabella­do que algún día su amigo y ella hagan las paces.

Carrió más, Carrió menos, la pregunta de fondo es cuándo la Argentina acotará su dosis de anormalida­d.

Llegar a ser un país en el que un ex presidente vaya preso si robó y que eso represente la satisfacci­ón de que la ley se cumple y no el festejo por una nación con políticos y empresario­s corruptos.

Un país en donde se reconozca que no todo lo que hizo el gobierno que se fue estuvo mal, ni todo lo que hará el nuevo será considerad­o así. En el que pueda haber políticas de Estado que no corran el riesgo de girar 360° cada cuatro años. Menos agrietado intelectua­lmente, capaz de entender que la grieta es un negocio solo para los que viven de ella.

En

Garavano habló como si estuviera en un país normal. Carrió, desde la Argentina La Argentina es un país anormal o de normalidad­es diferentes. Desde afuera, mete miedo

Thomas Kuhn explicaba que, ante una anomalía profunda, los paradigmas de la ciencia eclosionan y se genera un cambio tal que él denomina “revolución científica”, con el surgimient­o de nuevos paradigmas.

Quizás la anomalía argentina ya es lo suficiente­mente profunda como para que dé a luz una nueva y revolucion­aria normalidad.

Más parecida a lo que podría ser un país mejor.

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FOTOS: CEDOC PERFIL Por un motivo u otro, la historia habituó a la idea de presidente­s presos.
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GOLPES DE ESTADO O CORRUPCION.
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