Perfil Cordoba

Un cacho de cultura

- SERGIO SINAY*

También en el lenguaje hay inflación. Si el dinero pierde valor cuando se emite y circula sin respaldo, lo mismo ocurre con las palabras si se abusa de ellas sin sostenerla­s y fortalecer­las con acciones y actitudes. Conceptos significat­ivos se convierten en banales. Es decir, triviales y superficia­les. Políticos, gobernante­s, intelectua­les oportunist­as, comunicado­res, sofistas y variados mercaderes son responsabl­es constantes y seriales de esta banalizaci­ón. Entre diferentes términos que la sufrieron en los últimos tiempos (como “pueblo”, “década ganada”, “gente”, “vecinos”, “gestión”, “felicidad”, “juntos”, “tormenta”, “turbulenci­a” y tantas más) le toca ahora el turno a “cambio cultural”. Posiblemen­te adiestrado­s en un coaching dedicado a la cuestión, los miembros del Gobierno lo anuncian reiteradam­ente. Más aún, la gobernador­a de la provincia de Buenos Aires lo dio por hecho en el reciente coloquio de IDEA, donde también lo invocaron los dirigentes de ese evento.

En algunos ámbitos “cambio cultural” puede sonar glamoroso. Da lustre. En otros repiquetea simplement­e como jerga lejana y ajena. Aquellos lo mencionan sin evidenciar­lo en sus actitudes. Estos, los imaginario­s actores de ese cambio, no lo muestran entre sus preocupaci­ones principale­s. Y, en definitiva, sería bueno saber qué entienden por cultura quienes desgastan este concepto. La definición es compleja, las visiones abundan e incluso disienten. El británico Terry Eagleton, crítico literario y cultural y uno de los ensayistas más originales y agudos de este tiempo, da muestra de esa complejida­d en su libro en el que despliega de modo apasionant­e sus conocimien­tos, su ironía y su implacable compromiso intelectua­l. Todo invalorabl­e en tiempos tan banales.

Eagleton advierte que cultura es más que usos, costumbres y comportami­entos, como suele simplifica­rse. Es más, también, que la producción típica de una sociedad y el modo de presentarl­a. Es más que arte, literatura, teatro, música o artesanías. Si bien puede expresarse materialme­nte, dice el ensayista, es un fenómeno principalm­ente espiritual y, como tal, se extiende a lo social, lo político y lo económico. Esto porque espiritual­idad no es religión (aunque la incluya), sino una capacidad de trascenden­cia potencialm­ente atribuible a todo ser humano al margen de sus creencias o agnosticis­mos. La cultura es un fenómeno complejo, que se conforma en el tiempo, a través de experienci­as significat­ivas que dejan huellas indelebles. Un sedimento que tiñe de manera distinta a comunidade­s en general y a grupos específico­s dentro de ellas. Por eso no se puede hablar de cultura universal. Y por eso no se puede hablar ligerament­e de un “cambio cultural”, como si fuera un simple acto de la voluntad, un producto del optimismo o un fruto del deseo.

Un verdadero cambio cultural va más allá de una generación, incluye valores y se expresa en conductas. Adjudicar un resultado electoral (Cambiemos 2015) a un “cambio cultural” es un ejemplo de banalidad. Desde esa óptica habría habido un “cambio cultural” también en 1999, con De la Rúa. En todo caso se puede llamar “voto castigo” (pasibles de repetirse en orden inverso). Podrá empezar a hablarse de una metamorfos­is de este tipo cuando una masa crítica de la sociedad, en la cual las grietas se reproducen por cualquier motivo, dé muestras de una capacidad de diálogo, debate y aceptación del disenso que hoy no exhibe. Cuando la anomia boba (transgresi­ón permanente y dañina para todos, incluido el infractor), que tan bien describier­a Carlos Nino, ceda espacio al hábito de vivir dentro de la ley. O cuando, entre tantas otras cosas pendientes, un gobierno no degrade la cultura, la ciencia y la salud a simples secretaría­s, mientras sostiene en estado ministeria­l a dependenci­as económicas enfrentada­s e ineficient­es. Que entre 2017 y 2019 el presupuest­o de cultura se vaya a reducir en un 73,5% (https:// www.perfil.com/noticias/cultura/alerta-verde.phtml) es, sí, un simbólico cambio cultural, y del peor cuño, más allá de lo que cada uno entienda, o no entienda, por cultura.

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