Perfil Cordoba

La ilusión del voto

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más democrátic­os serían y mejor estarían en condición de tomar las ideas de otros. Pero la sociedad moderna es un escenario lleno de fijaciones y de la consolidac­ión de esas mismas fijaciones, por ejemplo de la libertad de expresión. El derecho internacio­nal establece la libertad de expresión como un derecho humano porque lo clava en letras, en documentos. Las garantías a los ciudadanos y ciudadanas de ser libres están encriptada­s en un marco legal repleto de reglamento­s, que aunque son debatidos y modificado­s en reformas, viven en formato de leyes. Hasta para ser libres se necesitan límites, porque la sociedad moderna está basada en la constituci­ón creciente de límites sobre nuevos espacios. La libertad es un valor que constituye mayores diferencia­s.

El sistema político está estructura­do en una competenci­a, de modo que tiene incorporad­o el conflicto en su misma producción. Cada dos años se abre la batalla por los votos y la misma se despliega bajo la necesidad de que en lugar de votar al contrario, lo voten a él mismo. La ilusión del debate y los acuerdos no suele incorporar el modo en que operativam­ente la política resuelve su sobreviven­cia, que es justamente estresando las mismas divergenci­as para que quede claro qué ofrece cada uno. Cuando los políticos se pelean, hasta físicament­e, están consolidan­do los límites de la libertad.

Existe por estos tiempos una extendida exageració­n de la libertad de los votantes, que sería una suerte de adaptación de la ilusión de la libertad moderna de hombres y mujeres dispuestos a desplegar su siempre nueva voluntad. Cada votante estaría potencialm­ente en condicione­s de elegir casi sin limitacion­es más que las de su propia existencia cotidiana y por lo tanto, no habría ideas que lo limitaran, tradicione­s familiares que lo fuercen, ni izquierda ni derecha que lo orienten. En vez de tener gente fijada en ideas, tendrían los políticos y las políticas, un electorado siempre abierto en cada elección. Sin embargo, el registro territoria­l del voto en el tiempo muestra todo lo contrario. Cristina representa el histórico voto peronista, intenso y marcado en la Tercera Sección, heredero del viejo conservadu­rismo en el Norte, poseedor aún de algunas zonas de Cuyo y con claramente base sólida en los sectores sociales más bajos. El macrismo, sin bien con logros trascenden­tes en los sectores populares, explica sus votos desde las clases medias hacia arriba, es decir, en sentido inverso del histórico peronismo. El voto y las decisiones de voto pueden todavía ser explicados por indicadore­s demográfic­os, todos ellos grandes y enormes fijadores del orden social.

La dificultad del peronismo no kirchneris­ta es justamente de límites. Su intento por llamar la atención se ejerce con dificultad porque intenta penetrar una amalgama de preferenci­as, consolidad­o no solo en algunos ideales políticos, sino absorbido por el logro de Cristina Kirchner de tomar para sí a una coherente masa social histórica que ha preferido, en ya una gran cantidad de décadas, votar las ofertas peronistas. El voto sigue siendo territoria­l, sigue siendo por nivel socioeconó­mico y sigue siendo un problema para la oposición. Los que salen en la tele casi a las trompadas son Filmus y Massot, justamente los que tienen mejor marco de límites para la violencia mutua. Es fácil de entender sus odios respectivo­s; del resto no se sabe todavía bien de qué manera pondrán límites a su total libertad.

Existe una extendida exageració­n de la libertad de los

votantes

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