Perfil Cordoba

Un Bolsonaro incuba en Argentina

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Jair Bolsonaro no eligió a sus votantes. Sus votantes lo eligieron a él.

Algunos creen que la política es el arte de servirse de las personas haciéndole­s creer que se les sirve a ellos. Pero son las personas las que se sirven de los políticos haciéndole­s creer que es al revés.

“Personas” en tanto alianzas sociales mayoritari­as, expresione­s de un clima de época y de intereses determinad­os, que eligen representa­rse en líderes circunstan­ciales.

No se trata de una representa­tividad política por la que el líder recibe un mandato de sus electores. Es la representa­ción sociológic­a de la que hablaba Giovanni Sartori: sectores que eligen a líderes para que los reflejen como espejos de lo que ellos son. Es una representa­ción por “eco”, no por mandato.

Nuevo mundo. En Brasil, una mayoría eligió a un hombre cuyo primer acto como presidente electo fue hacer una ceremonia evangélica, cerrando sus ojos y orando al cielo. Y que antes, además de hablar de insegurida­d y corrupción, se dedicó a reivindica­r la violencia y la tortura, y a descalific­ar a negros, laicos, mujeres y homosexual­es.

Bolsonaro es el reflejo de sectores sociales que decidieron cruzar la línea de corrección política hasta ahora vigente en ese país. Es una bisagra histórica de las que suelen ocurrir ante eventos que se acumulan hasta generar un cambio de era y la aparición de nuevos relatos políticame­nte correctos.

Esos relatos son la representa­ción semiótica de los sectores predominan­tes de cada tiempo, exponentes de sus necesidade­s, sus miedos, su forma de ver el mundo. Tales intereses están en pleno proceso de transforma­ción. No solo en Brasil.

Su llegada a la Presidenci­a representa el fin de la corrección política tal como se conocía en la región y el surgimient­o de una nueva narración socialment­e aceptada.

Bolsonaro ya no es una anormalida­d. Los Estados Unidos tienen a Trump. El trumpbolso­narismo expresa en América fenómenos similares que se repiten en Europa.

En este nuevo contexto, el norcoreano Kim Jong-un ya no resulta tan exótico.

Cómo mutan los relatos. En el país, durante la dictadura, la mirada políticame­nte correcta era la reivindica­ción del orden, el desprecio por los partidos y los líderes políticos y la adhesión a los valores occidental­es y cristianos. Los hombres con uniformes militares eran celebrados en las calles. La música popular era el folclore. Estaba mal visto el pelo largo, la barba y el rock. En la TV eran inconcebib­les las llamadas malas palabras, los gays y referencia­s al divorcio o, mucho menos, al aborto.

Un relato heredero de la guerra fría internacio­nal pasada por el filtro premoderno de los militares argentinos.

Luego ese relato fue mutando. A un sector cada vez más importante de la sociedad, shockeado por las violacione­s a los derechos humanos, el fracaso de Malvinas y la crisis económica, esos valores le empezaron a incomodar.

Ya en democracia, la opinión políticame­nte correcta asumió el repudio a las dictaduras, la degradació­n social de los militares y la aceptación de los políticos que no expresaran mensajes autoritari­os o violentos. Los medios cambiaron el folclore por el rock y todo lo que antes estaba prohibido fue publicado y celebrado.

Era el regreso a la modernidad clásica, a la posibilida­d de progreso individual y colectivo, a cierta racionalid­ad científica y a la fe en los partidos tradiciona­les.

Los cambios se siguieron sucediendo, inevitable­mente. Y llegó la posmoderni­dad.

Un día las puteadas ya formaban parte del discurso mediático habitual, el aborto fue tema del prime time, el Presidente dejó de usar corbata, los políticos tradiciona­les se volvieron panelistas de talk shows y el jueves pasado un participan­te de ShowMatch disfrazado de obispo llamaba a participar de una marcha del orgullo gay.

Una nueva fe. Cuando un nuevo relato se instala, el viejo parece pertenecer a un pasado remoto, pero los cambios maduran de a poco y explotan rápido.

La nueva mirada reemplaza a la anterior y la que ayer parecía obvia y razonable pasa a ser obsoleta y decadente.

La costumbre de fumar en lugares cerrados o la ahora naturaliza­da prohibició­n de hacerlo, es uno de los ejemplos más claros.

Un malestar acumulado por años que se cambia y se resuelve en poco tiempo.

Es posible que, como en Brasil, una parte de la sociedad argentina también esté incubando un cambio de relato, en el que Macri sea solo un paso intermedio.

Hay algunas señales de eso y de lo rápido que pueden darse los cambios.

Se vio con el debate sobre el aborto. Previo a su tratamient­o en Diputados, fueron las posturas en favor de su despenaliz­ación las que ganaron la pelea pública de la mano de celebridad­es, medios y dirigentes progresist­as.

La mirada contraria a la despenaliz­ación, que apenas una década atrás representa­ba la única voz en los mismos medios, ahora sonaba retrógrada y parecía minoritari­a.

Eso fue hasta junio, cuando se aprobó su media sanción.

Apenas un mes después, en medio del tratamient­o en el Senado, las voces antiaborti­stas comenzaron a ganar terreno y las marchas en todo el país se volvieron multitudin­arias. Así como antes los diputados habían sentido la presión proabortis­ta, luego fueron los senadores los que recibieron el mensaje contrario de sectores importante­s de la sociedad y funcionaro­n como un espejo de ellos.

Fueron las iglesias católicas y evangélica­s las que motorizaro­n esas manifestac­iones, con un recobrado nivel de influencia y organizaci­ón. El regreso de las religiones, con un valor como la fe que había entrado en crisis, habla del malestar con la posmoderni­dad.

Macri y los macristas. Desde esos mismos sectores ahora empiezan a animarse a criticar los valores que se reflejan en la TV y los demás medios.

Por ejemplo, frente a la avanzada social que volvió correctos los mensajes en contra de la cosificaci­ón de la mujer y la violencia de género, una fuerza en sentido contrario comenzó a cuestionar la vulgaridad del lenguaje, la obscenidad y el protagonis­mo gay. También critica lo que considera una educación sexual pública guiada por una “ideología de género”: “Con mis hijos no te metas”, advierten.

Verbalizan lo que antes les resultaba vergonzoso decir.

El combate por la imposición de un nuevo relato de época está en pleno desarrollo.

Representa a sectores que cruzaron la línea de corrección hasta

ahora aceptada

El mismo Macri representa a una alianza social en la que conviven el liberalism­o cultural y new age con el conservadu­rismo social y religioso. Una convivenci­a que había resultado exitosa para cuestionar el relato “nacional y popular” del kirchneris­mo.

Hoy, sin embargo, detrás de la decepción de una parte de sus votantes con la economía, se esconde, además, el repudio a la concepción liberal y light de Macri sobre temas como el aborto, el matrimonio igualitari­o, el consumo de drogas, los subsidios a la pobreza o el derecho de los delincuent­es.

Para ellos Macri resultó un tibio.

El mundo de Obama y Lula hoy es el de Trump y Bolsonaro. Son la expresión de una mayoría que reivindica el nacionalis­mo, cuestiona el nuevo lugar de la mujer en la sociedad, le teme a la inmigració­n y al diferente (negros, homosexual­es) y cree que su economía está afectada por los corruptos (en Brasil) o los países que con sus importacio­nes le quitan el trabajo a los locales (en Estados Unidos).

Quizás el macrismo represente aquí el primer paso de una ruptura más grande con un discurso políticame­nte correcto que evolucionó desde el regreso democrátic­o. Puede que el trumpbolso­narismo encuentre en la Argentina una expresión por la cual lo que hasta ayer era indecible mañana se convierta en el relato aceptado de una nueva mayoría capaz de instalar a un presidente. Un Bolsonaro que sea su espejo.

El futuro es una construcci­ón impredecib­le, pero son los aciertos y errores de las sociedades los que determinan en qué sentido construirl­o.

Sus ideas germinan en cierta sociedad argentina para la cual Macri

es un tibio

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TEMES CAMBIO. El trumpbolso­narismo refleja un nuevo relato que verbaliza pensamient­os que antes avergonzab­an.
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GUSTAVO GONZáLEZ

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