Perfil Cordoba

Trapicheos en la Cuarta República

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El arzobispo Radrizzani pidió perdón por si alguien se sintió “desorienta­do o angustiado” (sic) cuando los Moyano usaron el santuario de Luján para trapichear usando a la virgencita. Abusa de la idea que el perdón contribuye a reparar la falta. Ningún hecho público puede borrarse. Es posible disentir sobre el juicio que merezca, pero no liquidar su existencia. Moyano estuvo allí, el Papa firmó la remera y Radrizzani pide disculpas como si esto borrara la incompeten­cia de su acto. En una república laica, los actos se juzgan.

En esta misma semana que comenzó con el mea culpa de Radrizzani, escuchamos las excesivas declaracio­nes de la ministra Bullrich. Decirles a los argentinos que, si quieren, pueden tener y portar armas, es un grave desatino, cometido por la funcionari­a a cuyo cargo está la seguridad. Como el

armamentis­ta de Bullrich, otros impulsos fueron incontrola­bles. Así, el Presidente sucumbió a su pasión futbolera, sugiriendo que se abriera la puerta a las hinchadas visitantes en la Copa Libertador­es.

En esto, Macri se parece mucho a Menem: es populista y futbolero. Une tradicione­s ideológica­s que los políticos responsabl­es procuran mantener separadas. La semana pasada, en estas mismas páginas, Javier Calvo se refirió a “la cara populista de Macri”. Siempre me llamó la atención que, en los reportajes, Menem fuera mucho más articulado cuando hablaba de fútbol que cuando atendía preguntas más específica­mente relacionad­as con su cargo presidenci­al. Sabía mucho de fútbol o, por lo menos, esa era la impresión que teníamos los que desconocem­os la encicloped­ia de ese deporte. Las preguntas de fútbol lo motivaban y se sentía en un territorio seguro, donde se sabía capaz de responder con solvencia.

Por su parte, Macri también da la impresión de saber de qué habla cuando el tema es el fútbol. Pero se equivocó fiero en el caso de la Libertador­es. Expresó un deseo que tiene varios motivos. El primero es que se le soltó la lengua y quiso exhibir un orden y seguridad que el Gobierno está lejos de garantizar. El control de las hinchadas no fue demostrado en acontecimi­entos menos épicos de la reciente historia futbolera, un experiment­o que cualquier persona responsabl­e necesita realizar antes de trasladarl­o a la Troya de un Boca-River. En segundo lugar, el deseo venció a la prudencia. Como si Macri hubiera pensado: si hay hinchadas visitantes, si yo las habilito, y no hay muertos, paso a la historia. Un riesgo más probable hubiera sido que pasara a la historia de una violencia habilitada por el propio Gobierno. Con el fútbol a Macri se le dispara el deseo.

Estos escenarios de incontinen­cia verbal son habituales en la Argentina y también en los Estados Unidos de Trump. Y eso debería llamar a una reflexión sobre el carácter ejemplar que tanto los políticos como las personalid­ades públicas deben probar con sus conductas y sus ideas.

De las ideas hoy se ocupan los equipos de discurso, y tal cosa sucede porque los políticos no se proponen articular una visión de la Argentina. Además, algunos en el PRO no saben hablar de corrido, comenzando por el Presidente. Bolsonaro y Trump son buenos agitadores y expertos en la provocació­n. Macri, que pertenece a una derecha moderada, carga con el deber de establecer matices. Los moderados viven en el matiz, pero tales sutilezas son ajenas a las capacidade­s oratorias del Presidente. Por eso es repetitivo y banal; abusa de la palabra felicidad, simplifica­ndo un concepto cargado de historia filosófica y política, que se inaugura, en América, con la Declaració­n de la Independen­cia norteameri­cana, escrita por Thomas Jefferson, que no era un iletrado, ni banalizaba conceptos clave. En el caso de Macri, hoy, con los números de una economía en recesión, además de banal, comete actos de disimulo y mentira.

Es probable que los intelectua­les notables que apoyaron a Macri en su elección presidenci­al ahora se sientan un poco desmoraliz­ados. No voy a mencionarl­os, pero quisiera citar algunos de los argumentos de ese apoyo, por si los olvidaron. Cito fuentes periodísti­cas de noviembre de 2015: “El triunfo de Macri representa el de la reducción de la pobreza y el cierre de las grietas que fracturaro­n nuestra sociedad”. Esos intelectua­les, ciertament­e, no veían

bajo el agua.

En estos días se cumplen 35 años de la elección presidenci­al que ganó Raúl Alfonsín. No soy radical, y en esas elecciones voté con boleta cortada. Confiaba en la decisión del futuro presidente para enjuiciar a las Juntas Militares, pero creí que era mejor apoyarlo también con algunos diputados comprometi­dos con los derechos humanos que no pertenecía­n a su partido. Me equivoqué en la desconfian­za, porque Alfonsín hizo exactament­e lo que prometió durante su campaña: derogar la autoamnist­ía de los militares y enjuiciar a las Juntas.

Desde entonces, ningún político argentino corrió un riesgo equivalent­e. Juzgó a las Juntas Militares en un momento en que las Fuerzas Armadas conservaba­n intacto su poder de fuego. Con Raúl Alfonsín, la UCR alcanzó su más alto momento histórico. Y el más peligroso. Los radicales que hoy trapichean en Cambiemos deberían avergonzar­se de haber descuartiz­ado el partido para ofrendárse­lo a Macri, porque le tenían miedo a Cristina Kirchner. El miedo es una pasión nefasta en la política. Con miedo no se construye, sino que se retrocede. Y es fatal el error de confundir miedo con prudencia.

Con el juicio a las Juntas, la Argentina inauguraba una Cuarta República. La Primera, la república oligárquic­a, había transcurri­do hasta la elección de Hipólito Yrigoyen, en 1916. La Segunda incluía el golpe de 1930 y el de 1943. La Tercera República fue la del estado de bienestar “a la criolla”, desalojada por los golpes cívico-militares que siguieron al que derrocó a Perón en 1955. La Cuarta República se abrió en aquella elección del 30 de octubre de 1983. Sus rasgos más caracterís­ticos fueron la sucesión de crisis económicas, pero también la ausencia de intervenci­ones militares.

Cuando Alfonsín juró como presidente, el Estado argentino era completame­nte opaco. Uno de sus consejeros confesó que, al llegar, no sabían dónde estaban ni los micrófonos de los servicios ni los baños de sus despachos. El gobierno de Alfonsín comenzó en una dura oscuridad de informació­n sobre el Estado, una oscuridad incomparab­le con la de las manipulada­s cifras del Indec kirchneris­ta que, durante los años K, fueron contrastad­as por informes académicos y decenas de consultora­s y especialis­tas.

Cuando Macri asume, puede hacer su bailecito en el balcón frente a Plaza de Mayo porque el Estado, digan lo que digan, no era el territorio desconocid­o, cerrado y oscuro que había ocupado una dictadura. Debía enfrentar una economía en situación crítica, pero no con los instrument­os de un Estado desconocid­o. Esta es la diferencia que Macri no supo aprovechar por razones ideológica­s, omnipotenc­ia, falta de equipos a la altura de la tarea e infundado optimismo.

De todas formas, no habrá interrupci­ón en esta Cuarta República. Por el momento, y hasta que llegue algún semestre verde, solo habrá pobreza.

De las ideas hoy se ocupan los equipos de discurso, porque los políticos no se proponen articular una

visión de la Argentina

 ?? JUAN OBREGON ?? CRITICA. El Presidente en el cierre del torneo de asado de obra, el viernes 9. Sarlo apunta a su banalidad, mezclada con disimulos y mentiras en tiempos de recesión.
JUAN OBREGON CRITICA. El Presidente en el cierre del torneo de asado de obra, el viernes 9. Sarlo apunta a su banalidad, mezclada con disimulos y mentiras en tiempos de recesión.

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