El eterno problema de hacerse famosos y perder el talento
Resulta paradójico, pero la excelente primera temporada de Making a Murderer, que Netflix estrenó hace tres años y terminó ganando cuatro premios Emmy, es la que en forma automática genera la comparación con esta nueva entrega de diez episodios y la condena a la categoría de bodrio innecesario.
Repasemos: Making a Murderer fue una serie documental –ésas que, al igual que los especiales de stand-up, son mucho más baratas que las de ficción, por eso proliferan en la empresa de streaming– que retrataba la vida de Steven Avery, un hombre que fue condenado por homicidio a cadena perpetua y diez años más tarde se comprueba que era inocente, sale, demanda a la policía y al Estado por una millonada de dólares y, oh casualidad, antes de que pueda cobrar es vuelto a ser acusado de un asesinato, en esta segunda oportunidad con su sobrino Brendan Datos, ssey como supuesto cómplice, y ambos son condenados a cadena perpetua.
Lo que en la primera temporada resultaba brillante, en la segunda brilla por su ausencia. Para peor, entre los hechos que se relatan entre una y otra entrega estuvo la emisión del documental, por lo que ese hecho pasa a integrar la novedad, con una catarata desvergonzada de menciones acerca del alto impacto que había tenido la serie –remarcado en que los famosos tuitearon sobre ella, como si eso la hiciera más importante–, lo cual transforma las exposiciones en un autobombo que deja perplejo al espectador que pretendía ver una serie y no un autoelogio de los autores con promoción de la empresa que los financia incluida.
La fama adquirida por Avery a través de la serie, además, influye en lo que se relata ahora que aparecen quienes desean acercarse a él para salir, claro, en Netflix, como una novia cazafortunas –o, para ser exac-