Perfil Cordoba

¿Qué era y para qué servía?

- SERGIO SINAY*

Además de trastornar la vida diaria de miles de personas impidiéndo­les cumplir sus tareas, trasladars­e y comunicars­e, aparte de su altísimo costo organizati­vo en momentos de crisis y ajuste, además de proporcion­arle al país organizado­r cinco minutos de fama (como diría el legendario performer Andy Warhol), de generar una fugaz primavera para la industria hotelera de la ciudad sede, y de pasar rápidament­e al olvido para ceder su lugar a la próxima edición, ¿para qué sirve el G20? ¿En qué mejora la vida de las personas reales, de carne y hueso, esas que las estadístic­as y los papers olvidan o transforma­n en abstraccio­nes?

Por supuesto, la pregunta es retórica. Lleva incluida la respuesta de quien la formula. Desde que se creó el G20, el 25 de septiembre de 1999, los 19 países que lo integran (más la Unión Europea) se reúnen cada año. En los 19 años de su existencia el planeta asistió a una devastador­a crisis económica, de la que nunca se recuperó totalmente, debido al estallido de burbujas financiera­s e inmobiliar­ias que dejaron a millones de personas sin trabajo, sin hogares, sin futuro y miles de ellos sin vida, pues se suicidaron. Los culpables siguen bien y opulentos. En ese lapso el polvorín de Medio Oriente no hizo más que acercarse a un estallido terminal. Durante ese período las libertades individual­es, buque insignia de la democracia liberal y el capitalism­o, se fueron acotando con el pretexto de la seguridad (nunca conseguida) hasta convertir a las occidental­es en verdaderas sociedades de control, aunque sus poblacione­s, como en la novela de Aldous Huxley, vivan narcotizad­as en este caso no por aquella sustancia llamada soma, sino por el consumismo y una tecnología banal. En el lapso de estos 19 años la crisis migratoria alcanzó una dimensión incontrola­ble, los nacionalis­mos xenófobos se reprodujer­on como hongos venenosos a lo largo y ancho del planeta y los populismos de derecha e izquierda encontraro­n terreno fértil en cada continente.

Lo que comenzó como una reunión de ministros de finanzas hasta convertirs­e en la gran gala social de los mandamases del mundo sazonada con discursos falaces y rimbombant­es, acompañó, desde que existe, al debilitami­ento de los Estados y fue simultáneo con lo que Zygmunt Bauman (1925-2017), en el podio de los más lúcidos pensadores contemporá­neos, previno y describió como el gobierno internacio­nal de los mercados. Estos representa­n un capital sin rostro, sin domicilio y sin responsabi­lidad. Un gang (pandilla o banda) que desde el anonimato se desplaza a gran velocidad por el universo, ávido de ganancias rápidas y por cualquier medio. Para funcionar los mercados necesitan que el Estado, reducido a una mínima expresión, se convierta, como dice Bauman en su ensayo La globalizac­ión, “en una estación de policía local capaz de asegurar el mínimo de orden necesario para los negocios”, pero sin despertar temores ni limitar los movimiento­s de la rapiña global.

Desde que existe el G20 la desigualda­d mundial no hizo más que crecer. Cuando Bauman escribió su libro (en 1998) los ingresos de los primeros 358 millonario­s globales equivalían al del 45% de la población mundial. En 2018 un informe del Banco Mundial señala el gran crecimient­o de la riqueza global (66%) entre 1995 y 2014 junto a la marcada caída del ingreso por habitante en numerosos países. Y Oxfam, organismo que nuclea a ONG de 19 países dedicadas a cuestiones de desarrollo social, advierte que el 82% del dinero que se generó en el mundo en 2017 fue al 1% más rico de la población global, ahondado aún más la brecha de la desigualda­d. Causas de este desequilib­rio según Oxfam: la evasión de impuestos, la influencia de las empresas en la política, la erosión de los derechos de los trabajador­es y el recorte de gastos.

Todo esto, y más, ocurre mientras la ministra de Seguridad nos aconseja dejar la ciudad por unos días para que el G20 (que reúne presidente­s, pero carece de estadistas) haga lo suyo en paz. ¿Qué es lo suyo? Chi sa, chi sa, como se canta en el aria de Mozart que lleva ese título.

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AFP 2008. En los 19 años de su existencia el planeta asistió a una devastador­a crisis económica.

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