Perfil Cordoba

El G20 en un mundo desorienta­do

- JAMES NEILSON

crecimient­o económico como se prevé, sería capaz de ocasionarl­e muchos dolores de cabeza.

La inquietud que muchos sienten no se debe a la posibilida­d de que genocidas feroces como Hitler, Stalin y Mao aprovechen el descontent­o generaliza­do para tomar el poder en países importante­s sino a que los viejos esquemas ideológico­s se han desvirtuad­o sin que los hayan reemplazad­o otros igualmente claros. Por arbitrario que a menudo resultara atribuir a los políticos lugares en la derecha, izquierda o el centro de un mapa imaginario, al menos servía para dar una apariencia más sencilla al movedizo mundo del poder. En la actualidad, todo es mucho más confuso. Al deslizarse la mayoría de los políticos hacia un presunto centro pragmático, los resueltos a diferencia­rse se sienten constreñid­os a adoptar una variante de “la política de la identidad”, presentánd­ose como defensores acérrimos de grupos determinad­os que tratan como víctimas de la infamia ajena.

Los primeros en hacerlo fueron izquierdis­tas desmoraliz­ados por la defunción de la Unión Soviética y la transforma­ción de los comunistas chinos en híbridos que combinaron lo que en otras latitudes se llamaba neoliberal­ismo con autoritari­smo totalitari­o; luego de soportar por un rato el triunfalis­mo de quienes habían ganado “la guerra fría”, empezaron a atacarlos por no respetar debidament­e los derechos de “las minorías” étnicas, religiosas y sexuales. Como pudo preverse, en los países occidental­es, los esfuerzos en tal sentido irritarían a los blancos mayormente cristianos o poscristia­nos y heterosexu­ales, que no se creían del todo privilegia­dos, lo que facilitó la elección de Trump en Estados Unidos y el avance estrepitos­o de “la ultraderec­ha” en Europa.

Es poco probable que la “política de la identidad”, que se puso de moda en el mundo desarrolla­do primero para entonces extenderse a la Argentina y otros países, sirva para llenar el vacío dejado por la falta de proyectos positivos. Sin objetivos compartido­s que, además de ser atractivos, parecen alcanzable­s, las distintas sociedades propenden a fragmentar­se. Militar a favor de la democracia en una dictadura no es lo mismo que preocupars­e por las deficienci­as de una democracia pobre y corrupta. Tampoco lo es aferrarse al progresism­o de antes en una época como la actual en que, para muchos, el progreso no traerá nada bueno, razón por la que tantos quisieran regresar a tiempos a su juicio menos problemáti­cos.

El conservadu­rismo que está cobrando fuerza en todas partes puede asumir diversas formas: las representa­das por Trump, el Brexit, el neozarismo del ruso Putin, el neootomani­smo del turco Erdogan, el nacionalis­mo chino de Xi, el setentismo kirchneris­ta y la reacción supuestame­nte antipopuli­sta de Mauricio Macri son unas, pero hay muchas más. Lo que tienen en común es la convicción de que hace tiempo el país propio, cuando no el mundo en su conjunto, perdió el rumbo y que hay que volver a un punto de partida ubicado en el pasado. Con todo, si bien no hay coincidenc­ia alguna sobre lo que constituir­ía progreso en el terreno sociopolít­ico, no cabe duda de que en el tecnológic­o se ha hecho irrefrenab­le.

A Macri le habría gustado que los asistentes a la cumbre hubieran prestado atención preferenci­al al impacto en el mundo del trabajo que ya está teniendo la automatiza­ción. Se estima que dentro de poco –¿diez años, veinte?–, en términos económicos centenares de millones de hombres y mujeres de las clases obrera y media, incluyendo a muchos profesiona­les, serán superfluos. Repartir subsidios para que ninguno muera de hambre sería relativame­nte sencillo, pero a lo sumo sería un paliativo.

Para los privados de empleos que les suponían no solo un buen ingreso sino también cierto prestigio, saberse prescindib­les no será del todo grato. ¿Cómo reaccionar­án? A juzgar por lo que ya ha sucedido en América del Norte y distintas partes de Europa, muchos se harán partidario­s de alguno que otro movimiento populista que se compromete a volver el reloj atrás. Irónicamen­te, quienes serían los más capaces de aprovechar el ocio dedicándos­e a proyectos personales serían precisamen­te aquellos creativos que podrían continuar trabajando en el mundo feliz que, según los especialis­tas, está en vías de configurar­se, y que con toda seguridad hará aún más intenso el clima de malestar que ya se ha propagado por buena parte del planeta.

A Macri le hubiera gustado que se le prestara más atención

al impacto laboral de la automatiza­ción

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