El G20 en un mundo desorientado
crecimiento económico como se prevé, sería capaz de ocasionarle muchos dolores de cabeza.
La inquietud que muchos sienten no se debe a la posibilidad de que genocidas feroces como Hitler, Stalin y Mao aprovechen el descontento generalizado para tomar el poder en países importantes sino a que los viejos esquemas ideológicos se han desvirtuado sin que los hayan reemplazado otros igualmente claros. Por arbitrario que a menudo resultara atribuir a los políticos lugares en la derecha, izquierda o el centro de un mapa imaginario, al menos servía para dar una apariencia más sencilla al movedizo mundo del poder. En la actualidad, todo es mucho más confuso. Al deslizarse la mayoría de los políticos hacia un presunto centro pragmático, los resueltos a diferenciarse se sienten constreñidos a adoptar una variante de “la política de la identidad”, presentándose como defensores acérrimos de grupos determinados que tratan como víctimas de la infamia ajena.
Los primeros en hacerlo fueron izquierdistas desmoralizados por la defunción de la Unión Soviética y la transformación de los comunistas chinos en híbridos que combinaron lo que en otras latitudes se llamaba neoliberalismo con autoritarismo totalitario; luego de soportar por un rato el triunfalismo de quienes habían ganado “la guerra fría”, empezaron a atacarlos por no respetar debidamente los derechos de “las minorías” étnicas, religiosas y sexuales. Como pudo preverse, en los países occidentales, los esfuerzos en tal sentido irritarían a los blancos mayormente cristianos o poscristianos y heterosexuales, que no se creían del todo privilegiados, lo que facilitó la elección de Trump en Estados Unidos y el avance estrepitoso de “la ultraderecha” en Europa.
Es poco probable que la “política de la identidad”, que se puso de moda en el mundo desarrollado primero para entonces extenderse a la Argentina y otros países, sirva para llenar el vacío dejado por la falta de proyectos positivos. Sin objetivos compartidos que, además de ser atractivos, parecen alcanzables, las distintas sociedades propenden a fragmentarse. Militar a favor de la democracia en una dictadura no es lo mismo que preocuparse por las deficiencias de una democracia pobre y corrupta. Tampoco lo es aferrarse al progresismo de antes en una época como la actual en que, para muchos, el progreso no traerá nada bueno, razón por la que tantos quisieran regresar a tiempos a su juicio menos problemáticos.
El conservadurismo que está cobrando fuerza en todas partes puede asumir diversas formas: las representadas por Trump, el Brexit, el neozarismo del ruso Putin, el neootomanismo del turco Erdogan, el nacionalismo chino de Xi, el setentismo kirchnerista y la reacción supuestamente antipopulista de Mauricio Macri son unas, pero hay muchas más. Lo que tienen en común es la convicción de que hace tiempo el país propio, cuando no el mundo en su conjunto, perdió el rumbo y que hay que volver a un punto de partida ubicado en el pasado. Con todo, si bien no hay coincidencia alguna sobre lo que constituiría progreso en el terreno sociopolítico, no cabe duda de que en el tecnológico se ha hecho irrefrenable.
A Macri le habría gustado que los asistentes a la cumbre hubieran prestado atención preferencial al impacto en el mundo del trabajo que ya está teniendo la automatización. Se estima que dentro de poco –¿diez años, veinte?–, en términos económicos centenares de millones de hombres y mujeres de las clases obrera y media, incluyendo a muchos profesionales, serán superfluos. Repartir subsidios para que ninguno muera de hambre sería relativamente sencillo, pero a lo sumo sería un paliativo.
Para los privados de empleos que les suponían no solo un buen ingreso sino también cierto prestigio, saberse prescindibles no será del todo grato. ¿Cómo reaccionarán? A juzgar por lo que ya ha sucedido en América del Norte y distintas partes de Europa, muchos se harán partidarios de alguno que otro movimiento populista que se compromete a volver el reloj atrás. Irónicamente, quienes serían los más capaces de aprovechar el ocio dedicándose a proyectos personales serían precisamente aquellos creativos que podrían continuar trabajando en el mundo feliz que, según los especialistas, está en vías de configurarse, y que con toda seguridad hará aún más intenso el clima de malestar que ya se ha propagado por buena parte del planeta.
A Macri le hubiera gustado que se le prestara más atención
al impacto laboral de la automatización