Lo que queda del capitalismo
La aparición del capitalismo como modo de producción fue una verdadera “revolución social” (aun en los términos que señala Marx en su “Prefacio”). Una revolución que, al terminar con el feudalismo y dar lugar a una producción de riqueza, cambia la estructura y la superestructura de las sociedades. En lo estructural, las máquinas y la contratación de fuerza de trabajo “libre” dan lugar a una “revolución industrial”; y en lo superestructural se producen cambios en lo jurídico, lo cultural, lo filosófico y lo político. Una nueva clase social se hace del poder, aliándose incluso con las monarquías para terminar con el poder de los señores feudales.
Pero el contraste entre la fabulosa riqueza que se creaba y la condición miserable de los trabajadores (Engels:
llevó a un rechazo de ese nuevo modo de producción y a una lucha de clases que dio lugar a organizaciones obreras que interactuaban con partidos políticos. En esa interacción, La Liga de los Comunistas, Sociedad Obrera Internacional encarga a Marx y Engels (delegados al congreso celebrado en Londres en 1847) la redacción de lo que fue el
En ese manifiesto hay una afirmación de Marx que hace a la esencia de ese capitalismo, la que desaparecerá con la vigencia del voto universal pleno. En sus inicios se trató de un régimen económico-político en el cual la burguesía como clase tenía el control de la estructura productiva y de la superestructura política al manejar a su discreción el poder del Estado. En palabras de Marx: “El gobierno moderno no es sino un comité administrativo de los negocios de la clase burguesa”. Pero a partir del voto universal pleno se llega al poder por elección libre de las mayorías ciudadanas, con lo que la burguesía ya no cuenta con el control automático del Estado. Desde entonces, lo que ocurre con las relaciones de producción y con las normas que regulan la distribución de la riqueza depende de la orientación, la capacidad y la diligencia de la fuerza política que llega al Estado por el voto de las mayorías.
Una rápida mirada de lo que han hecho desde entonces esas fuerzas políticas puede sintetizarse en dos tendencias: las que han aprovechado las potencialidades del capitalismo frente a las que han preferido combatirlo. Entre las primeras se cuentan: 1) fuerzas conservadoras (Alemania) que desarrollaron sus países privilegiando los intereses de la burguesía sin una equitativa distribución de la riqueza; 2) gobiernos socialdemócratas europeos (España y Francia) que han sabido equilibrar producción y distribución buscando el Estado de bienestar; 3) el Partido Comunista Chino, que ha utilizado el capital privado para potenciar su extraordinario desarrollo económico y social, y 4) marxistas revolucionarios como Pepe Mujica (ex presidente de Uruguay), quien ha declarado: “A nosotros, filosóficamente, no nos gusta el capitalismo… Pero pienso que no es posible construir el socialismo con sociedades de semianalfabetos. El capitalismo tiene que cumplir un ciclo importante, multiplicar los medios, multiplicar el conocimiento y la cultura”.
Entre las que han combatido al capitalismo se destacan: 1) las que socializaron los medios de producción al precio de racionar los alimentos y coartar la libertad, como ocurrió en Cuba; 2) las que persiguieron a la empresa privada terminando en una crisis humanitaria por falta de alimentos y de remedios, como ocurre en Venezuela; 3) las que optaron por una tercera posición, como nuestro país, que limitó el funcionamiento del capitalismo negociando con los dispuestos al sometimiento y la corrupción.
La lucha debe ser, no contra el capitalismo moderno (que desaparecerá cuando haya “desarrollado todas las fuerzas productivas que caben en su seno”, como sostiene Marx en el “Prefacio”), sino por imponer políticas que permitan sacar el mayor provecho de sus potencialidades, distribuyendo equitativamente sus beneficios.
Son solo quince inadaptados. Ante cada hecho violento y salvaje que el fútbol argentino ofrece con inagotable fecundidad, el coro lo repite: “Son solo quince inadaptados”. Como ensayan mucho y les sale afinado, los integrantes del coro merecen que se los nombre. Repasemos el elenco:
1) Dirigentes de clubes que se manejan con códigos carentes de escrúpulos, que hacen oscuros negocios económicos y políticos a partir del lugar que ocupan, que transan con barras bravas, con representantes y con políticos y gobernantes en distintas operaciones. En esto sí la AFA es democrática, incluye a grandes y chicos por igual.
2) Organismos rectores de este ex deporte, hoy devenido en puro negocio, que crean sus propias leyes al margen de cualquier norma o regla válida para la sociedad y que funcionan como perfectas organizaciones mafiosas. Inclúyanse aquí siglas como AFA, Conmebol, FIFA, FAA, etcétera.
3) Gobernantes que empuercan aun más el lodo futbolístico metiéndose en él hasta el cuello para asegurar poder y otros beneficios. Recuérdese cuando la abogada exitosa que lideró el gobierno más corrupto de la historia argentina se emocionaba viendo a los maravillosos “barras” desplegando su “pasión” en los paraavalanchas. O la sucesión de intervenciones entre grotescas y desafortunadas del actual primer mandatario acerca de la “superfinal” de la Libertadores. Se le recomendaría no seguir diciendo que todo lo que sabe lo aprendió en el fútbol. El pobre fútbol ya tiene bastante sin esa declaración.
4) Un buen número de periodistas deportivos que se muestran antes que nada como amigotes de los jugadores, voceros de los clubes en los que tienen parada fija, operadores de representantes o meros barrabravas de café. Esto sin olvidar manifiestas dificultades en el uso del lenguaje.
5) Representantes y agentes de jugadores que parecen quienes deberían combatir.
7) Sponsors internacionales y nacionales que simulan retirar apoyos cuando se produce un episodio aberrante, pero que jamás dejan de reclamar su porción de la gran torta indigesta en la que, en definitiva, no importa lo que se vende (alcohol, violencia disfrazada, falsas ilusiones, machismo embozado). Lo que importa es vender.
8) Hinchas que, en nombre de la pasión (comodín que sirve para excusar cegueras mentales y violencias físicas y verbales), miran para exilió hace tiempo de la sociedad humana.
Como se ve, son mucho más que quince. Y no son inadaptados. Están perfectamente adaptados a una cultura que se cuece día a día fuera del fútbol y que encuentra su espejo en él. Está en la calle, en la política, en las relaciones interpersonales, en los ámbitos laborales y profesionales. El coro suena afinado. Todos cantan lo mismo al mismo tiempo. Y la canción es hipócrita.