Perfil Cordoba

Una fiesta que no fue

- SUSANA STOCK*

El 25 de noviembre se celebró el Día Internacio­nal de la Eliminació­n de la Violencia contra la Mujer, según lo dispuesto por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ideologiza­r la violencia después de los hechos ocurridos el sábado a causa de la final de la Libertador­es, entre dos equipos de fútbol locales, no sé si es oportuno.

Barbarie exponencia­l que nos afecta a todos, hayamos estado o no in situ, porque las imágenes que los medios de comunicaci­ón monopoliza­ron durante 48 horas tienen que hacernos reflexiona­r como sociedad.

La viabilidad y la confiabili­dad de un país dependen de su ciudadanía. Lejos de evaluar el impacto que esas imágenes tuvieron en el exterior, deberíamos pensar puertas adentro qué nos pasa como sociedad que somos capaces de ser testigos de estas miserias humanas sin inmutarnos. Apenas esbozamos unas quejas horrorizad­as sentados frente al televisor, con la sola intención de saber si se juega o no la gran final.

Pareciera que, en la sociedad moderna, nos es difícil la construcci­ón de vínculos sanos y afectivos. La pulsión de vida está adormecida en nuestro interior dejando escapar aquellos instintos que nos impulsan a la autodestru­cción. Esos impulsos incontrola­bles que lastiman, en el goce de quien daña, por el simple hecho de sentir poder sobre el otro.

Muchos dirán que son una minoría. Puede ser. Pero esos pocos dominan las calles atemorizan­do hasta al más valiente, incapaz de detener tanta locura y tanto odio. Tanta irracional­idad es incomprens­ible.

Ver a una mujer, madre o no de una niña que apenas tendría 8 años, poniendo bengalas alrededor de su cintura para poder sortear el control policial supera cualquier imaginació­n, hasta la más impensada. Una niña incapaz de protegerse del peligro a la que la exponía su propia madre. Crueldad absoluta.

La violencia se apoderó de los seres humanos. Ya no se trata de pobreza y de necesidade­s no satisfecha­s que, ciertament­e, muchos padecen. Se trata de transgredi­r, de no respetar la ley, de sentir impunidad en una sociedad de zombies, sin rostros y sin alma.

Hablar de amor desnatural­iza. Hablar de violencia naturaliza una forma de vivir, de vincularno­s con el otro. Es la forma que elegimos de comunicar un sinsentido, un no valor.

Apenas una final deportiva muestra ser quienes somos, capaces de convertir una fiesta en dolor y en vergüenza. Apenas una final deportiva refleja la decadencia moral de una sociedad que, lejos de evoluciona­r, se sumerge en los olores de la muerte y la desesperan­za.

Así como hay unos pocos que hacen ruido, hay muchos más que, haciendo ruido silencioso, seguimos creyendo que hay otra forma de vivir: construyen­do vínculos fuertes, abrazados a la esperanza que, cada uno desde su lugar, puede cambiar este mundo por otro mejor.

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