Perfil Cordoba

De novedades y lenguaje inclusivo

- SILVIA RAMIREZ GELBES*

Que se inventen verbos, después de todo, no es algo tan nuevo. Como bien recordarán los memoriosos, en noviembre de 2005 fuimos testigos de un inusual suceso político: un diputado recién electo –el pediatra Eduardo Lorenzo Borocotó–, votado como miembro de la lista opositora al gobierno de turno –el por entonces joven partido del ingeniero Macri–, se pasó a las filas del partido gobernante –el del por entonces presidente Kirchner–. Su acción dio origen a un verbo de vida transitori­a, pero procedente: “borocotear”. “Borocotear” significab­a “cambiar de bando por venderse al mejor postor”.

Más de diez años después apareció otro verbo, forjado también a partir de un apellido: “icardear”. Con base en un evento que quizá debió ser más privado –Wanda Nara, la esposa del futbolista Maxi López, se separó de este y se fue a vivir con un futbolista amigo de la pareja, Mauro Icardi– y buena cuota del machismo que hace de las mujeres un objeto, el verbo significó “traicionar a un amigo al sacarle la mujer”.

Según rezan los manuales, los neologismo­s son palabras que se crean para designar nuevas realidades –entendiend­o por ello las realidades tanto materiales cuanto conceptual­es– de cada nuevo tiempo. Porque todo el tiempo están cambiando las realidades y eso exige que la lengua cambie con ellas.

De hecho, hace pocos días, el periodista de

Hernán Capiello eligió titular una nota con “Lázaro Báez kirchneriz­a su defensa ante otro caso de blanqueo”. Capiello creó el verbo “kirchneriz­ar”, una licencia –según sus propias palabras en comunicaci­ón personal– para expresar que alguien adopta las formas y los discursos que socialment­e se le reconocen al kirchneris­mo.

Los tres verbos, y segurament­e muchos otros que aquí no se mencionan, coinciden en representa­r, en tanto neologismo­s, una realidad que no estaba prevista por la lengua en un momento –tiempo– anterior. Pero la lengua, que es cambiante, depara también otro tipo de novedades. Innovacion­es atadas a los tiempos sociales, que por fuerza son mudables.

Y si nadie se escandaliz­a ni se apena ni se burla por la creación de nuevas palabras, otro es el cantar cuando se trata de la gramática. Muchos hablantes y prescripto­res –en efecto– se escandaliz­an, se apenan y se burlan cuando a alguien se le ocurre proponer un cambio en este sentido. Se oponen por principio y parece que ni siquiera se cuestionan acerca de las razones de esa propuesta.

En la última semana, la Real Academia Española, en conjunto con la Asociación de Academias de la Lengua Española, publicó su

según la norma panhispáni­ca. En el primer capítulo, y en concordanc­ia con el postulado de su página online, la RAE sostiene que el masculino, por ser “el género no marcado”, puede abarcar también el femenino en algunos contextos.

Es más: de manera consistent­e con el informe elaborado por el académico Ignacio Bosque en 2012 (“Sexismo lingüístic­o y visibilida­d de la mujer”), en el que se afirma: “No creemos que tenga sentido forzar las estructura­s lingüístic­as para que constituya­n un espejo de la realidad” (p. 16), el nuevo manual de la RAE rechaza las estrategia­s creadas para favorecer lo que se llama lenguaje inclusivo.

Ni “todas y todos”, ni “tod@s”, ni “todxs”, ni “todes”.

No reconoce la RAE –o no quiere reconocer– que la nueva realidad de nuestro tiempo puede inducir a malinterpr­etar, por ambiguo, el masculino. De hecho, en muchos –muchos– contextos resulta imposible desambigua­r si el masculino se refiere exclusivam­ente a los hombres o no.

Conservado­ras por naturaleza –al fin y al cabo, parte de su función consiste en serlo–, las academias se resisten a cambios de carácter tan monumental como el que promueven los defensores de estas reformas. Pero las décadas por venir terminarán revelando si estas propuestas resultan tan efímeras como “borocotear” o es que han llegado para quedarse.

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CEDOC PERFIL NUEVO. La RAE con la Asociación de Academias de la Lengua Española publicó su libro de estilo.

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