¿Reemplazará lo presencial?
Esta pregunta ronda en la cabeza de los especialistas en educación de todos los niveles desde la aparición misma de las TICS y es tópico de discusión permanente en congresos y jornadas, sobre todo cuando de Educación Superior se trata. No obstante, el modelo más beneficioso que se ha encontrado es el que conjuga la presencialidad y la virtualidad: la Bimodalidad.
Entre muchas, una de las razones es la acreditación de los conocimientos adquiridos por los estudiantes, representados en los tradicionales exámenes finales, que necesitan la presencia de alumnos y evaluadores de manera sincrónica. También, la mediación del proceso pedagógico no es similar en la presencialidad y la virtualidad, aún a pesar de los esfuerzos concretos que se realizan para acortar las diferencias. Entonces, lo virtual sirve para complementar lo presencial.
Una primera incógnita que se presenta para un modelo de universidad inclusiva es acerca de cómo colaborar, a través de la Bimodalidad, con estudiantes de recorridos académicos atípicos que, por ejemplo, trabajan mientras estudian y/o viven cambios en sus condiciones de vida, que pueden terminar en trayectos estudiantiles muy dilatados o abandono. Todo esto sucede mientras la universidad oferta cursos virtuales idénticos –o a veces equivalentes–, a los cursos que le falta a algún estudiante para recibirse.
Desde sus inicios, la Uni-