La cosa frente a la nada
Nada de nada los viejos temas: la inmigración pakistaní, el cine o lo pop, pero lo que lo había caracterizado en un punto, esto es las calles de Londres, ya no está presente. Parece haber cerrado esa puerta. Sin embargo, la violencia de esas calles aparece representada de otro modo, ya no afuera, sino adentro de una pareja. Y es que esta novela trata del ocaso de Waldo, un cineasta laureado, que vive con una mujer veinte años menor que él (Zee, una india, que estuvo casada con un pakistaní y con quien tuvo dos hijas) y que dejó todo por estar con él (su país, su familia, pero no sus hijas).
Waldo, semiparalizado y con los cuidados propios de su edad, está listo para morir, pero Zee, a punto de cumplir sesenta años, aún quiere gozar de su sexualidad, por lo que, cuando la presencia de un amigo de su pareja, Eddie, un diletante bueno para nada –pero un seductor–, se hace más frecuente, inicia una relación con él. La pareja de amantes mantiene hasta cierto punto las apariencias, a pesar de Waldo, que tiene que ingeniárselas para escucharlos, verlos e incluso grabarlos. Su experiencia como cineasta debe servir para algo –se dice–, y de a poco va instalando micrófonos y cámaras. Lentamente va haciendo una película, que será su documental póstumo.
A Waldo no le incomoda la proximidad de la muerte ni la lejanía del amor, le irrita que Eddie se gaste, o mejor dicho malgaste, su dinero, lo que le costó ganar con años de trabajo, exposición y excesos. Que Eddie vaya a París y a su restaurante preferido en Londres resulta intolerable. No soporta que sea reemplazado, no hacia adentro, sino hacia afuera, y es aquí donde radica el valor de
Waldo está a punto de morir y que su mujer le sea infiel es algo que podría dejar pasar, porque sucede dentro de las cuatro paredes de su casa, pero que Zee y Eddie se paseen por eventos sociales y gasten su dinero es algo que lo enfurece. No está en juego la construcción del amor, sino del prestigio, de la fama y del reconocimiento. Y eso para el protagonista significa violencia, la muerte, pero no la muerte física sino simbólica. De hecho, los amantes planean matarlo, pero él está listo para morir, lo que no quiere es que acaben con él: con su prestigio, con todo lo que construyó.
A medida que va transcurriendo
se va creando un guión, que es la venganza, la resolución, la explicación de todo, Waldo se impone como director. Y aquí Hanif Kureishi pone en escena la literatura y el cine. El lector no lee el guión, sino que imagina la pelí-